San Martín dando su capa a un mendigo |
En
aquel tiempo, la gente preguntaba a Juan:
–¿Entonces, qué hacemos?
El contestó:
–El que tenga dos túnicas, que se las reparta con el que no tiene; y el que tenga comida, haga lo mismo.
Vinieron también a bautizarse unos publicanos; y le preguntaron:
–Maestro, ¿qué hacemos nosotros?
El les contestó:
–No exijáis más de lo establecido.
Unos militares le preguntaron:
–¿Qué hacemos nosotros?
El les contestó:
–No hagáis extorsión a nadie, ni os aprovechéis con denuncias, sino contentaos con la paga.
El pueblo estaba en expectación y todos se preguntaban si no sería Juan el Mesías; él tomó la palabra y dijo a todos:
–Yo os bautizo con agua; pero viene el que puede más que yo, y no merezco desatarle la correa de sus sandalias. El os bautizará con Espíritu Santo y fuego: tiene en la mano la horca para aventar su parva y reunir su trigo en el granero y quemar la paja en una hoguera que no se apaga.
Añadiendo otras muchas cosas, exhortaba al pueblo y le anunciaba la Buena Noticia.
–¿Entonces, qué hacemos?
El contestó:
–El que tenga dos túnicas, que se las reparta con el que no tiene; y el que tenga comida, haga lo mismo.
Vinieron también a bautizarse unos publicanos; y le preguntaron:
–Maestro, ¿qué hacemos nosotros?
El les contestó:
–No exijáis más de lo establecido.
Unos militares le preguntaron:
–¿Qué hacemos nosotros?
El les contestó:
–No hagáis extorsión a nadie, ni os aprovechéis con denuncias, sino contentaos con la paga.
El pueblo estaba en expectación y todos se preguntaban si no sería Juan el Mesías; él tomó la palabra y dijo a todos:
–Yo os bautizo con agua; pero viene el que puede más que yo, y no merezco desatarle la correa de sus sandalias. El os bautizará con Espíritu Santo y fuego: tiene en la mano la horca para aventar su parva y reunir su trigo en el granero y quemar la paja en una hoguera que no se apaga.
Añadiendo otras muchas cosas, exhortaba al pueblo y le anunciaba la Buena Noticia.
Misa en el Monasterio de Santa Catalina, de las Madres Dominicas del Realejo en Granada, en esta mañana del tercer domingo del tiempo de Adviento. |
La
“conversión” propuesta por Juan el Bautista es una conversión radical de cambio de conducta
personal. Pero no es solamente eso, hay una llamada radical, urgente y necesaria a una
conversión, tanto el pecado individual como el pecado social. El mismo Juan
Bautista que invitaba a todos a preparar el corazón para acoger a Dios, les
decía a aquellos que acudían a escucharle en el desierto cómo debían
comportarse en situaciones concretas: “Compartid de lo que tenéis con quien no
tiene y necesita. No hagáis daño ni os aprovechéis de los sencillos y de los
indefensos, no seáis egoístas ni hagáis extorsión a nadie…”
Llama
a cambiar la manera de vivir para que se nos perdonen los pecados. “Hay que
allanar los caminos y abajar los collados del orgullo y la soberbia” que recordamos del Evangelio del domingo
pasado”. Hay que cambiar nuestra vida, a veces muy retorcida, dañina,
egoísta, imperativa, que nos hace ir por la vida con la bandera de la FE y de la RAZÓN despreciando y apartando
a un lado a todos aquellos que no piensan y actúan como nosotros.
Si uno no actúa como piensa termina pensando
como actúa. Se trata de una llamada a dejar de ser "cristiano a nuestra
manera", algo muy común en estos tiempos que corren. Muchas veces nos
hemos “instalado” en ciertas costumbres, estilos de vida mediocres, nos hemos
hecho “tibios”, no somos ni fríos ni calientes. Nos hemos acomodado a ser católicos por costumbre y tradición familiar.
Nos falta convencimiento personal y colectivo.
Pero
llega este Juan Bautista, el personaje del Adviento, llega el Precursor del
Señor y resulta que es un hombre cabal, que es un profeta con valores, que vive
la pobreza radical que predica, que en sus palabras no hay engaño, que es capaz
de convencer porque vive lo que dice.
Por
eso su llamada a la conversión es vivida personalmente. Él Bautista encarna
al "convertido" que llama a otros a la conversión. No nos basta con convertirnos, con convertirme,
con ser mejor, con cambiar de actitudes, tenemos que convertirnos y convertir a
la gente de nuestro mundo, tenemos que luchar por una sociedad más justa, más
sincera, más al estilo del Evangelio de Jesús.
La conversión no consiste sólo en buenas intenciones o convicciones. Lo real de la conversión es “cambiar la manera de vivir”. La conversión debe pasar a los hechos, a decisiones concretas. A menudo caemos en "idealismos" de creer que vivimos lo que pensamos; pensamos que estamos realizando aquello que decimos. Estamos acostumbrados a hablar de cosas que no vivimos. Pero ojo, el Profeta nos urge a un cambio radical y total. Y nuestro tiempo nos muestra una acuciante situación de desigualdad y de crisis que tiene que ser visualizada por el creyente, pero no solamente visualizada, sino que tenemos que mover ficha y ponernos del lado del Evangelio.
La conversión no consiste sólo en buenas intenciones o convicciones. Lo real de la conversión es “cambiar la manera de vivir”. La conversión debe pasar a los hechos, a decisiones concretas. A menudo caemos en "idealismos" de creer que vivimos lo que pensamos; pensamos que estamos realizando aquello que decimos. Estamos acostumbrados a hablar de cosas que no vivimos. Pero ojo, el Profeta nos urge a un cambio radical y total. Y nuestro tiempo nos muestra una acuciante situación de desigualdad y de crisis que tiene que ser visualizada por el creyente, pero no solamente visualizada, sino que tenemos que mover ficha y ponernos del lado del Evangelio.
Este
ponerse del lado del Evangelio conlleva un
profundo desgarramiento de nuestro modo de ser y de vivir y una meditación
constante de nuestra forma de obrar individual y eclesialmente. La actitud
del Bautista no era solamente molesta para algunos “acomodados” de su tiempo, sino que era una piedra de tropiezo en el camino para los sacerdotes del Templo.
Esto nos tiene que hacer pensar como Iglesia, si estamos yendo por el buen
camino o si por el contrario como Iglesia también tenemos mucho que cambiar y
mucho que corregir para ser auténticos seguidores de Jesús, el Hijo de Dios que
acude al Jordán a recibir el Bautismo de Juan y que nos ha regalado un bautismo
de Espíritu Santo y fuego.
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