A la luz de la Palabra de Dios que experimentamos
cotidianamente. La Palabra
nos cuestiona y nos interroga, muchas veces aún va más lejos, pone en tela de
juicio todas las actividades que como Católicos realizamos, todas nuestras
acciones, nuestras predicaciones, nuestro saber y nuestro anhelo cristiano.
Estamos inmersos en una cultura altamente sensible y
receptiva a la defensa de los derechos humanos, los derechos de la mujer, los
derechos de los niños, los derechos de los no nacidos… acostumbrados a toda acción humanizadora y
solidaria.
Pero al mismo tiempo vivimos sumergidos en el seno
de una cultura fría, calculadora, egoísta, centrada en el ego de la persona
humana, en el cruel “yo” que nos impide ver al otro, al que comparte piso en
nuestro portal, al que vive en nuestro barrio, al que participa en nuestra
Comunidad parroquial. Una cultura donde se propicia el desamparo, la soledad,
el aislamiento, la exclusión social, religiosa, comunitaria de muchas personas “porque
no son como nosotros” o también “porque están acabadas” por su enfermedad o por
vejez.
Esta sociedad cultural cree más en los testigos que
en los maestros, por eso los creyentes tenemos que dar hoy en día una visión más creíble del rostro
histórico de Dios, ese Dios invisible para tantas personas, ese Dios misterioso y que para muchos se torna inalcanzable.
Para hacer presente a este Dios, para hacerlo
visible en medio de este mundo descreído, agnóstico, ciego y sordo, tenemos que
esforzarnos en la ACOJIDA ,
y así mostrar a todas las personas a nuestro Dios que es cariñoso con todos, que es
misericordioso con todas sus criaturas, que a todos ama, que no condena, que
siempre perdona, que es misericordia infinita. Es el Dios que Jesús nos ha
revelado y que dista mucho de ese Dios en ocasiones vengador y en muchos casos cruel del Antiguo Testamento. Dios es el Dios de Jesús. Y el Dios
de Jesús es nuestro Dios.
Pero, por otra parte, vemos la poca eficacia que por
desgracia puede tener la
ACOGIDA , dada la poca gente que viene a nuestras iglesias, es
menester que los pastores de almas cambiemos nuestro modo de actuar, y como
indica la acción Pastoral salgamos a las periferias a buscar “la oveja perdida”,
pero para buscar esta “oveja” tenemos que tener algo que ofrecer, algo que dar,
algo que haga más atrayente lo ofrecido a lo que han experimentado en su vida "perdida".
Hay un peligro, según mi punto de vista, aferrarse a
lo moral, a lo estrictamente jurídico, a lo estipulado. Y eso es peligroso, sí,
altamente peligroso, como queda tan profundamente marcado en todo el Evangelio
de Jesús con la actitud de los Fariseos, cuando se da más importancia a la ley
que a la persona.
En estos días se habla mucho del tema del aborto,
del gran crimen que supone el hecho de que una madre mate a su hijo dentro de
sus entrañas, y desde el punto de vista del amor de Dios cuesta hasta creer que
un hecho así pueda llegar a realizarse, pero la realidad es que se realiza,
pero no un hecho aislado, miles y miles de hechos.
¿Dónde
tiene que poner la Iglesia
el acento? Para
mí seguro que no en la condena y sí en la búsqueda, como el Buen Pastor que
sale en busca de la oveja perdida, salir a buscar a la futura madre descarriada
y dialogar con ella, comprender sus miedos y sus angustias y ayudarle en sus
necesidades, así veríamos que en nuestra sociedad muchos casos de abortos cederían,
darían paso a más nacimientos y se arrancarían de muchos corazones la angustia,
el dolor, la desesperación, la agonía que en tantas mujeres se vive cuando
pasan los años y no son capaces de perdonarse por lo que hicieron. Muchas no lo
habrían realizado si hubieran encontrado una institución que se ofreciera a dar
amor, comprensión y ayuda, en ves de condenación y desprecio.
Esto solo puede cambiar, si como dice el Papa
Francisco, los Pastores y todos aquellos que desde las instituciones de la Iglesia , los encargados de
la acción pastoral seglar, las instituciones de vida religiosa, toda la Pastoral de la Iglesia tenemos “olor a
oveja” y aprendemos a acoger con misericordia y a salir de las cuatro paredes
de nuestras instituciones y vamos a las periferias, donde se viven los dramas
de la vida, a ofrecer ayuda y consuelo a aquellos que la necesitan, así verán de
manera distinta a la Iglesia
y sabrán valorar su misión y su trabajo. Menos juzgar y más actuar queridos
hermanos.
Que este año que se acerca nos traiga paz y amor
para dar y compartir, pues solamente dando es que podemos recibir y dándonos
con generosidad daremos sentido a nuestra vida consagrada a Dios y a su acción
de amor y de Misericordia. Solo así podemos enseñar, mostrar el Rostro amado de
nuestro Dios a la gente del Siglo XXI.
Granada, 23 de Diciembre de 2013.
Fr. Francisco E. García Ortega, O.P.
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