Otra vez Cuaresma, pero esto no quiere decir que siempre es igual, cada
año es algo distinto, algo nuevo, algo renovado. Caminamos hacia la Pascua,
hacia el Señor, caminamos alegres, para compartir, sí, es lo que nos ofrece el
Señor, nos da panes y peces, para compartir, para llenarnos, para saciarnos.
Panes y peces, pero no es solamente eso lo que compartimos, los panes no
llegaron ahí de la nada, los peces tampoco, compartimos el trabajo, el
esfuerzo, la entrega, la dedicación.
Se comparte la alegría de la jornada, también las penas del camino. Se
comparte la vida. Una vida que se hace junto a otras vidas, un camino que se
hace caminando codo a codo, con ilusión.
Tenemos que llegar a la mesa. Sí, es la meta. Pero no podemos llegar a
la mesa y empezar a comer. Eso es de mala educación, y no queremos ser mal
educados.
Al caminar nuestro camino no siempre lo hemos hecho correctamente.
Quizás nos hemos encontrado con personas, sí, personas, seres humanos, no
gente, personas, hermanos, que les costaba caminar, y nosotros con actitud
egoísta hemos pasado de largo, sin detenernos, sin mirar a quien necesitaba
algo de nosotros, al hermano.
Otras veces, y es más triste, para llegar a nuestra meta, hemos
corrido, y también empujado, y hasta hemos tirado al hermano. Queríamos llegar,
teníamos que llegar, pero no así.
En definitiva, al caminar nuestro camino nos hemos manchado de barro, y
así, sucios, no podemos ponernos a la mesa del Señor.
Pero tranquilos, el Señor se ceñirá y nos lavará los píes cansados del
camino. Nos lavará el Señor? ¿Es así eso?. No.
El ya lo hizo. Lo hizo para dar ejemplo, para que ahora seamos nosotros
los que lo hagamos. Lavar los píes, curar sus heridas, ver el rostro del
enfermo, del que sufre, del que pierde las fuerzas y hasta la ilusión por el
camino, o peor aún, del que pierde la esperanza de llegar a la Cena. Al
Banquete.
Que esta Cuaresma estemos cerca del hermano para poder estar cerca del
Señor.
Pero para vivir la
Cuaresma tenemos que convertirnos. Este tiempo es tiempo de
cambio, cambio de mentalidad, es tiempo de dar la vuelta, cambiar de dirección.
Pero ojo, convertirse no es un rito majico que lo lograr con la ceniza
del miércoles, convertirse hace “daño” pues es morir con Cristo para resucitar
con Él. Y debe hacerse con decisión, hasta lo más profundo de nuestro ser.
Celebrar la cuaresma es mirarse sin miedo no complejos al espejo de
Cristo, e encararse con las exigencias del Evangelio, hacerlas vida en
nosotros, por lo tanto dejarnos morir, arrancar de nuestras entrañas ese “hombre
viejo” para que salga a la luz el hombre nuevo en Cristo el Señor. Para lograr
esto hay que meditar y mucho dos simples preguntas: ¿Qué nos falta?, ¿Qué nos
sobra? Y actuar aunque duela.
Bases fundamentales:
El ayuno. Un ayuno con dimensiones profundas,
sociales, para llegar a la perisferia que nos indicaba el Papa Francisco, no
ayunar por precepto o por querer complacer a Dios, ayunamos por solidaridad con
el hermano.
¿Tendrás algún pan o algún pez para compartir con el
hermano en esta Cuaresma? O piensas que hay otra gente que pueden mejor que tu
compartir con el necesitado, y como tantas veces nos quedamos con los brazos
cruzados como diciendo esto no va conmigo.
Lo dicho: necesitamos una auténtica CONVERSIÓN, volver
a Dios cada Cuaresma, cada mes, cada semana, cada día, cada hora, de lo
contrario esta cuaresma será pura rutina, igualita que la del año anterior y el
anterior y el resto de los anteriores.
No hay comentarios:
Publicar un comentario