De
la 1ª carta de San Juan. 3,11-17:
Queridos
hermanos: este es el mensaje que habéis oído desde el principio: que nos amemos
unos a otros. No seamos como Caín, que procedía del Maligno y asesinó a su
hermano. ¿Y por qué lo asesinó? Porque sus obras eran malas, mientras que las
de su hermano eran buenas.
No
os sorprenda, hermanos, que el mundo os odie; nosotros hemos pasado de la
muerte a la vida: lo sabemos porque
amamos a los hermanos. El que no ama permanece en la muerte. El que odia
a su hermano es un homicida. Y sabéis que ningún homicida lleva en sí vida
eterna.
En esto hemos conocido el amor: en que él dio su vida
por nosotros. También nosotros debemos dar nuestra vida por los hermanos. Pero si
uno tiene de qué vivir y, viendo a su hermano en necesidad, le cierra sus
entrañas, ¿cómo va a estar en él el amor de Dios?.
El
Señor no hace más que insistir en que la vida del cristiano, si este es auténtico,
tiene que vivirse dentro de un marco de amor fraterno, de caridad, de armonía y
paz constante.
El
hombre por su inclinación al pecado puede con frecuencia enemistarse e incluso
llegar a un estado de coraje o incluso odio contra un hermano, pero si este
hombre es cristiano no puede permitir que este estado se haga permanente en él,
ha de amar con todas las consecuencias del Evangelio, y para poder amar ha de
perdonar.
¿No
os dais cuenta que sois templos de Dios?, si somos templos tenemos que tener
este edificio espiritual limpio completamente para que Dios pueda habitar en él.
En un edificio sucio por el rencor permanente, el odio, la violencia verbal o física,
la envidia, la maledicencia y la difamación no habita Dios, no puede entrar
pues está lleno de frutos del maligno, mi puede resplandecer la Gracia Divina.
Esto
es aplicable a todos los cristianos en general y en particular, pero lo que no
es de recibo es que estas situaciones se den dentro de asociaciones religiosas,
grupos de fe, hermandades y otras que escogiendo la vida en fraternidad buscan
caminar juntas, unidas por el mismo ideal, para llegar así desde el amor de
Dios al amor fraterno dentro de nuestra Iglesia.
Es
urgente la PAZ. Para tener
concordia y armonía y para que lo que decimos, lo que anunciamos a toda voz, lo
que proclamamos con nuestras costumbres, con las acciones continuas de nuestra
tradición sea creíble, de lo contrario nos desprestigiamos nosotros y desprestigiamos
a la entidad religiosa o agrupación a la que pertenecemos.
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