“TAMPOCO YO TE CONDENO, ANDA, NO PEQUE MÁS”.
En
la primera lectura Isaías nos habla de esperanza, esperanza en Dios, pero
esperanza en un mundo nuevo, un mundo más justo, más humano.
Ciertamente
que todos queremos que nuestro mundo cambie, que vivamos esa anhelada
experiencia de conversión, pero ¿qué hacemos?, por lo general esperar que otros
cambien, cambien los gobiernos, cambien los políticos, cambie la Iglesia … ¿y yo?, yo tengo
que cambiar, no tengo que esperar a ver que hacen los demás, que hace el otro,
mi actitud ante la vida ha de ser la del facilitados que abre caminos por los
corazones desiertos y sin esperanza, llevándoles amor y comprensión. Tengo que
ser el que pone el agua en el terreno seco, para apagar la sed del que está
cansado y abatido, tengo que darme a los demás sin reservarme nada para mí, el
Señor nos llama a la entrega y generosidad absoluta, pues sabemos que llegando
al afligido estamos llegando a Él.
Este
modo de ser y de vivir lo podemos lograr si en verdad estamos en COMUNIÓN CON
EL SEÑOR, este estar en comunión, que nos dice San Pablo en la segunda lectura
es vivir la vida de Jesús, pero no los momentos bonitos, los que me llenan de
alegría, esos momentos que admiro por sus milagros, por su poder, por su
transfiguración que muestran su gloria. Vivir en Jesús es abrazar la pasión, la
muerte en Cruz, el aparente fracaso, los azotes, las burlas, el desprecio… sin
cruz no hay resurrección, sin muerte no hay gloria.
El
P. Lastra en un breve comentario del Evangelio de este domingo nos dice: “lo
que el evangelio del domingo pasado (el Hijo Pródigo) fue una parábola ahora,
en este evangelio de hoy (la mujer adúltera) es una realidad. Los protagonistas
más o menos los mismos, y es que se trata del mismo tema, la MISERICORDIA.
Antes
un hijo menor, hoy la mujer adúltera. Un hijo mayor, hoy los fariseos, Un Padre
Misericordioso, hoy Jesús que perdona. En este evangelio de hoy hay ausencia de
la fiesta, pero sabemos por Jesús que en el cielo hay gran fiesta por un solo
pecador que se convierte”.
¿Qué
será de nuestra vida si no somos misericordiosos? Tenemos que ser buenos, bueno
es quien tiene un corazón cargado de bondad, quien sabe amar, quien perdona
aunque le duelan las ofensas, quien se entrega al prójimo aún sabiendo que no
va a ser recompensado por ello, o que incluso va a ser despreciado por los
enemigos que perdona. Estas palabras de Jesús a la mujer sorprendida en
adulterio: “Tampoco yo te condeno, anda, no peques más” tendrían que estar
siempre resonando en nuestra cabeza, pues somos muy dados a guardar en el
corazón el rencor, el odio, sabiendo que si buscamos el perdón y el amor de
Dios tenemos que actuar como Él actúa con nosotros. Lo decimos cada día en la
oración del Padre Nuestro: “Perdónanos
nuestras ofensas como nosotros PERDONAMOS A LOS QUE NOS OFENDEN”, no
podemos ser ni sordos para no oír al Señor, ni ciegos para no ver como fue su
vida, no tendremos excusa cuando nos presentemos ante el juicio de Dios para
decir que no sabíamos que había que amar de esta manera, que teníamos que
perdonar siempre, que teníamos que ser como Jesús. Ser buenos.
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