¿HAY
AMOR MÁS GRANDE?
La liturgia de este domingo segundo de
Cuaresma gira toda ella en torno a la experiencia de Dios. Cada domingo la
Palabra nos cuestiona, nos hace pensar pues esta Palabra proclamada tiene un
fin inmediato, alcanzar en cada uno de nosotros la conversión, el volver
nuestro corazón a Dios que nos habla y interpela nuestras acciones para que
estén dirigidas al amor a los hermanos, al amor a los más necesitados, los que
sufren, esa era la vida cotidiana de Jesús, una entrega total y plena a
socorrer, atender, sanar, dar vida. Entregarse a todos y por todos.
La razón de esta preocupación de Dios por
nosotros es que nos conoce muy bien y tendemos a buscar lo confortable y cuando
lo encontramos nos encanta instalarnos, no salir de ahí, es lo que les sucede a
los tres discípulos en el Tabor, proponen a Jesús instalarse, quedarse, ¿para
qué ir a otra parte con lo bien que se está en la montaña con Jesús en todo su esplendor
y acompañados de todo lo celeste y
divino?.
Es esa lucha del hombre que vemos en la
historia de Abrahán, el “salir” de su instalación, de lo suyo, de su casa, de
su tierra para correr la aventura que le plantea Dios y cuando cree que todo lo
ha alcanzado viene Dios y le pide una prueba, el sacrificio de su propio hijo.
Curiosamente se logran superar los grandes
sacrificios cuando tenemos una preparación sólida y en este caso Abrahán la
tenía. Ese ponerse en marcha y abandonarlo todo te da capacidades que luego
puedes utilizar en los momentos de prueba, pero si no te has sacrificado
primero, si no has experimentado el salir de ti mismo, de tu “ego”, el vaciarte
para dejarte llenar de Dios, poco podrás hacer por los otros y más poco podrás
hacer por ti mismo.
En la Carta de San Pablo a los Romanos nos da
el Apóstol la clave, es Jesús, el que murió por nosotros, el que nos amó hasta
derramar toda su sangre por nuestras miserias y pecados, el que nos justifica y
nunca se cansa de perdonarnos, el que nos ha puesto los Sacramentos para que
nuestras oportunidades no nos defrauden, él nos lo ha dado todo, se ha dado
todo por nosotros.
Lo mismo que con la transfiguración Jesús
quería preparar a los Apóstoles para el “escándalo” de la Cruz, para animarlos
y confortarlos en las pruebas, ahora, con la Iglesia, con los Sacramentos el
nos da esas oportunidades que nosotros necesitamos para no equivocar el camino
que nos conduce a la Pascua, a nuestro encuentro con el Resucitado, pero
tenemos que estar atentos a esas “señales” siempre el clave de amor para poder
apreciarlas, pues de poco nos serviría llenar nuestros espacios de misas y
sacramentos y dejar la caridad apartada de nosotros. Esta caridad que nos pide
el Señor tiene que estar alimentada de generosidad, es el caso de Abrahán, si
no hubiese tenido generosidad y confianza en Dios no habría visto cumplirse la
promesa de Dios en su vida, él creyó, amó, aguardó y vio el plan de Dios para
él y los suyos.
Que sepamos ser generosos y busquemos la
soledad para orar y también nosotros salir de nosotros mismos transfigurados
con el Señor y así poder con el peso de nuestras cruces y no sentirnos
defraudados cuando vemos que la carga es pesada y experimentamos la poca fuerza
que tenemos para cargar con ellas, si confiamos veremos que donde no lleguemos
nosotros Él suple y colma nuestra necesidad.
Que paséis un feliz Domingo, día del Señor.