EL PERDÓN QUE NOS OFRECE EL SEÑOR NOS HACE NUEVOS.
Este cuarto domingo de Cuaresma es conocido tradicionalmente como “Domingo Laetare”, Domingo de la ALEGRÍA, porque estamos ya mucho más cerca de la gran fiesta de los cristianos. La PASCUA del Señor.
Es una invitación por parte de la Iglesia, que es Madre y Maestra, a vivir con profunda alegría la experiencia de desierto y encontrar es esta experiencia fortaleza, espíritu de lucha, un querer retornar a la Casa del Padre. Si miramos la historia del pueblo de Israel o la misma historia de Jesús el desierto puede llegar a ser en verdad tiempo glorioso para cada uno de nosotros individualmente, pero sobre todo para todos nosotros como Comunidad viva de nuestra fe.
En la primera lectura vemos el gozo del pueblo de Israel, tras cuarenta años de purificación en el desierto, cesado ya el Maná que dio el Señor al pueblo para que no muriera de hambre en el desierto, celebran la Pascua, el paso, y come ya los productos de la tierra de Canaá que Dios ha dado a este pueblo en heredad.
En verdad esta experiencia hace clamar al pueblo liberado de la esclavitud y de las penurias del desierto, desde lo más profundo de sus corazones: “Gustad y vez que bueno es el Señor”, pues ha obrado grandemente con ellos y tienen motivos para la alegría.
San Pablo en la segunda lectura, dirigida a los Corintios y a nosotros nos dice que lo viejo ha pasado, ahora estamos en lo nuevo, ese hombre viejo ha sido derrotado por Cristo y ahora somos hombres nuevos, reconciliados por Dios gracias a Jesús, por eso la urgencia de vivir esta reconciliación en este tiempo de la Cuaresma no sea que nos sorprenda otro año más la fiesta de la Pascua con los antiguos pecados, apegados al mal, sin haber sido capaces de ver la luz que nos ilumina y sentir la fuerza que nos libera para salir de las oscuridades y vivir la experiencia de la Gracia.
Dios nos pide a gritos esa reconciliación con él. Por eso al que no conoció el pecado lo hizo pecado para que nosotros podamos mostrarnos justificados ante Dios.
El Evangelio nos catequiza con la hermosa parábola del Hijo pródigo o más bien del Padre misericordioso. Pero corremos un gran riesgo al escuchar esta parábola, ya que la hemos escuchado tantas veces que no demos el aprecio que debe tener o no prestemos la atención para vislumbrar su riqueza, sobre todo hemos de escuchar con mucha atención la actitud de sus personajes, y colocándola en el contexto en que fue pronunciada por Jesús ver que es lo que quiere decirnos a nosotros y que respuesta hemos de dar con nuestra vida.
Lo que sí nos tiene que quedar claro es la actitud del Padre, lleno de amor y de ternura hacia sus hijos, no reprocha, no hecha en cara, no condena ni castiga, solo tiene amor, generosidad, compasión para dar a un hijo y al otro.
El hijo menor, es el estilo de hombre con el que se junta Jesús, por eso es tan duramente criticado por los fariseos: “Come con publicanos y pecadores” y donde al final Jesús viene a descubrirnos que el “malo” en el fondo no es tan malo, llega a los brazos del Padre de Misericordia.
El hijo mayor: se identifica más con los fariseos, cumplidor en todo, no tiene nada que reprochársele, trabajador, honrado… pero vacío por dentro. Su falta de compasión, de misericordia, su estar juzgando a todo y a todos le mata, juzga y condena al hermano menor por haberse marchado de casa y no le perdona. Además, juzga y tampoco perdona al Padre por haber sido “blando” con su hermano y haberle dado una fiesta como regalo por su regreso después de haber derrochado su riqueza. Esta actitud perdió a los fariseos y hace perder a muchos cristianos que todo lo critican, lo juzgan y lo condenan, desde el Papa a el último de los cristianos. Y Dios no es así, es más, nos advierte y nos quiere compasivos y misericordiosos como él es con nosotros.
Podrimos decir que después de escuchar esta parábola y enmarcada en este tiempo de cuaresma, la pelota está en nuestro tejado, a ver que jugada pensamos realizar ahora, con que nos quedamos, que vamos a hacer, como vamos a actuar, que decisiones fundamentales para nuestra vida vamos a tomar, con que personaje de la parábola nos identificamos. Pero no podemos pasarnos toda la vida para tomar una decisión, la cuaresma es el tiempo de las oportunidades y nosotros no podemos dejar pasar esta que nos ofrece Jesús.
Que paséis un feliz domingo de la alegría y de verdad el Señor esté con cada uno de vosotros, en vuestro corazón.
Un saludo desde el Santuario de Nuestra Señora de las Caldas de Cantabria (España).
Fr. Francisco García Ortega, O.P.