A LAS PUERTAS DE LA PASCUA, NUESTRA GRAN FIESTA, NUESTRA ESPERANZA:
En la primera lectura, el Señor, por el profeta Isaías nos recuerda la Pascua de los judíos liberador por Él de Egipto y llevados por su mano, pese a la dura cabeza de los israelitas, a la tierra prometida. Una costosa PASCUA que dará reflejo a nuestras vidas, de la gran PASCUA del Señor, el paso definitivo de la muerte, la condenación, el vacío a la plena VIDA.
Pero el Señor, por medio de esta lectura, nos invita a actualizarla en nuestras vidas, Él siempre está actuando en nosotros, siempre, aunque se cierren puertas abre ventanas, nunca nos deja abandonados, del desierto de nuestra vida, estéril, sin ilusión, sin esperanza, lleno de dificultades siembra oasis que nos devuelvan la mirada, pero antes, con el pueblo judío y ahora con la Iglesia lo que quiere que tengamos un corazón agradecido y volvamos nuestra mirada a Él que es nuestra única Esperanza, sólo en él está nuestra salvación, las otras ofertas que hace el mundo son todas estériles, vacías, palos en el aire que no aportan nada para el hombre que quiere algo más que lo mero material, que pone su esperanza en lo eterno y no el lo banal de la vida.
Por eso podemos aclamar con alegría en el Salmo: “El Señor ha estado grade con nosotros y estamos alegres”. Ya no por todas las proezas realizadas en tiempos remotos, estamos alegres por lo que realiza en nuestros días, por lo que hace con nosotros, sí, somos pocos, un resto, pero en este resto, pese a las persecuciones, algunas terribles, dirigidas a acabar con el nombre de Dios, a olvidar la fe, a no dejar libre a nadie que pronuncie el nombre de Jesús, nuestra libertad, a pesar de todo eso, Él realiza prodigios en nosotros, en nuestras Comunidades, en nuestro mundo. No, los milagros afortunadamente no han terminado, como tampoco han terminado aquellos que abandonan, traicionan, mienten, ni los que resisten, aguardan y esperan la aparición gloriosa de nuestro Redentor cuando venga al final de los tiempos a poner orden y pagar a cada cual según sus obras.
En la carta de San Pablo a los Filipenses, el Apóstol, nos dice verdades inmensas con palabras hermosas, La fe nos lleva a Cristo que a su vez nos lleva a Dios. Pero para llegar a Dios tenemos que comulgar “con los padecimientos de Cristo”, tenemos que unirnos a su Cruz, no hay victoria si no hay CRUZ y para unirnos a esa cruz redentora tenemos que llevar con aplomo, entereza, fortaleza y hasta elegancia nuestras propias cruces, si no hay esfuerzo por nuestra parte, si vacilamos o desechamos la cruz no habrá meta para nosotros.
San Pablo que bien lo entendió, que bien supo unirse a esta Pasión de Cristo y que bien aprovechó su vida para desprendido totalmente de todo dejarse llenar de lo que más vale, del tesoro de su vida, de Cristo Redentor nuestro.
El Evangelio es la manifestación plena de la misericordia y el perdón de Dios, nos habla de la mujer sorprendida en flagrante adulterio donde todos la condenan a muerte, a ser lapidada menos Jesús, el Misericordioso; como tantas pobres mujeres son lapidadas en nuestros días en esos países cargados de machismo y un egocentrismo de la “autoridad” que espanta.
Ciertamente que para la gente de nuestra sociedad española de este casi comienzo del s. XXI estas muertes por lapidación espantan, nos abruman, no las admitimos, y sin embargo “lapidamos” con la lengua con tanta facilidad. ¿No somos conscientes que levantar una calumnia, difamando, sacando a la luz los males de los otros matamos a la persona?, pues si mala es la muerte física mala, muy mala es la muerte que produce el ser víctima de una espantosa difamación; eso lo hacemos como si no fuera tan grave, que hipocresía, ¿no?, cuantos no han terminado sus vidas con una muerte causada por el sufrimiento de la difamación y cuantos nos han buscado su propio final ante “lapidación” tan atroz.
Estamos a una semana del Domingo de Ramos, vamos a entrar ya casi en la Semana Santa, que lo hagamos con dignidad, que saquemos de nosotros todo pecado y vestidos con una túnica de “gracia divina” lleguemos victoriosos a la fiesta de la Pascua, es decir, resucitados en Cristo Señor nuestro.
Que tengáis un feliz domingo, día del Señor y un día lleno de bendiciones.
Un abrazo para todos desde el Santuario de Nuestra Señora de las Caldas en Cantabria.
Fr. Francisco E. García Ortega, O.P.
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