Maestro, que pueda ver.
DEL EVANGELIO DE ESTE DOMINGO:
Marcos
nos presenta el episodio del ciego Bartimeo, acaecido en el encuentro con Jesús,
cuando éste salía de Jericó acompañado de bastante gente.
Este
relato está lleno de grandes y profundos significados, por lo que sería muy práctico
releerlo ampliamente para acercarnos a cada uno de ellos.
Un ciego: ¿qué ciego?. En
Bartimeo estamos muchas veces representados todos, cuando ante la fuerza y
luminosidad de Jesús miramos para otra parte, cuando ponemos entre la vida que
el nos da a través de los sacramentos una venda en nuestros ojos para no ver lo
que en cada uno de ellos nos trasmite, nos ofrece, nos aporta, nos ilumina…
ciegos.
Sentado al borde del camino: es decir, estaba fuera del camino, no en el camino correcto, no caminando, no
haciendo el recorrido que tenemos que hacer. El Cristiano ha de estar siempre
en marcha, junto al Señor, caminando con la Iglesia al encuentro del Padre, meta en la que
esperamos llegar gloriosos, purificados, pues el caminar purifica, y santos,
para gozar de ese cielo que Dios nos ofrece.
Al oír a Jesús empezó a gritar: “Ten compasión de Mí” El Señor es compasivo y
misericordioso, lento a la ira y rico en piedad y clemencia nos dice la Biblia, y ESCUCHA, vaya si
escucha, no le impide escuchar el barullo y el alboroto de los que le
acompañan, escucha el lamento del que se siente desplazado, abajado,
desminuido, deshecho de la sociedad, de la “familia”. Por algo nos dice “No ha
venido a buscar a los sanos, a los que no tienen pecado, sino a los "enfermos", a los pecadores”.
Pero no solamente escucha, Él llama, se hace cercano, se hace el encontradizo.
Soltó el manto, dío un salto y se
acercó a Jesús: Sí, soltó el
manto, de deshizo de ese mundo que le envolvía, que le arropaba, que le impedía
ver la realidad de su propia vida, de su propia existencia, le impide incluso levantarse, se deshizo de ese
manto, de esa vida, de esa falsa realidad. Y dio un salto… Dio un salto, es
decir, que no se levantó con calma, con tranquilidad, sin prisa, que ese levantarse
tuvo que ser brusco, fuerte, incluso doloroso, violento, pues desprendernos de nuestros
vicios, nuestros pecados, nuestras malas acciones duele, es costoso, conlleva
sacrificios.
Que pueda ver: que pueda ver
mi camino, mi realidad, mi destino. Que te pueda ver a Ti, mi Dios y mi Señor,
que pueda caminar tu mismo camino, vivir tu vida de amor, de entrega de
generosidad. Que pueda caminar con tu Iglesia desde una realidad siempre nueva,
rejuvenecida, remozada, rebosante.
Y al final las palabras del Señor: “Anda,
tu fe te ha curado” Sí, la fe que nos anunció el Señor, la fe que
nos legaron los Apóstoles, que fe que nos trasmite la Iglesia, la misma fe que
nos enseñaron nuestros padres, y con gestos y en ocasiones con pequeñas
palabras nos inculcaron, y que cada uno de nosotros ahora tenemos que cuidar,
alimentar, darle vida para que no se muera, para que no languidezca, como vemos
con tanta frecuencia a nuestro alrededor. Esa fe que el Papa Benedicto nos
anima a meditar y profundizar en este “Año de la Fe".
La fe de los Apóstoles dejada como el más grande tesoro de la Iglesia. (Cuadro del retablo del Altar mayor de Santo Domingo de Granada)
No hay comentarios:
Publicar un comentario