viernes, 19 de abril de 2013

EVANGELIO DEL V DOMUNGO de Pascua, Ciclo C





28 de Abril de 2013.

El mandamiento nuevo de Jesús: amar al prójimo como Jesús nos amó,
Juan 13,31-35

Cuando salió Judas del cenáculo, Jesús dijo: -Ahora es glorificado el Hijo del hombre y Dios es glorificado en él (si Dios es glorificado en él, también Dios lo glorificará en sí mismo: pronto lo glorificará).
Hijos míos, me queda poco por estar con vosotros.
Os doy un mandamiento nuevo: que os améis unos a otros como yo os he amado. La señal por la que conocerán que sois discípulos míos, será que os amáis unos a otros. Palabra del Señor.



“Alguien en una ocasión preguntó: ¿Hay algo más hermoso en la vida que el amor de una pareja de jóvenes cogidos de la mano con amor puro camino hacia el matrimonio?
Una señora contestó: Sí, hay algo más hermoso. Es la visión de un hombre y una mujer ancianos haciendo su viaje final juntos. Sus manos débiles pero todavía unidas, sus caras arrugadas pero todavía radiantes, sus corazones cansados pero todavía amándose.
Pues sí señor, Un amor viejo, pero no cansado, un amorque ha durado  toda una vida, es más hermoso que un amor joven, un amor que comienza, un amor que empieza a dar sus pasos juntos.”


Es la invitación de hoy para todos nosotros por parte del Señor, invitación a amarnos de corazón, a vivir en el amor, en un amor regalado, pues un amor con condiciones ya no es amor, es otra cosa: "La señal por la que conocerán que sois discípulos míos, será que os amáis unos a otros." Y nada más, solamente AMOR. Con amor llegamos a Dios, Dios es AMOR y para amarnos nos ha llamado a la existencia, por AMOR nos ha creado y por AMOR nos quiere para sí.
Cristo se nos hace presente en aquellos que somos sus seguidores de muchas maneras: presente en la Palabra que proclamamos cada domingo, presente en la Eucaristía que celebramos todos los días, en todas partes, en Catedrales preciosas, en iglesias monumentales, en capillitas sencillas, en el hogar de un enfermo, en el descampado con un grupo de personas; presente en la Madre Iglesia que todos formamos; presente en los hermanos de la comunidad parroquial, o de una Cofradía, o la Comunidad Religiosa; Presente allí donde hay dos o tres que se reúnen en su nombre; presente en nuestros corazones, presente en nuestro amor, sí, cada uno de nosotros manifestamos al mismo Cristo cuando amamos, cuando somos capaces de amar de corazón; presente si se da en nosotros una entrega generosa hacia los demás; presente en nuestra dedicación por los demás. Esta presencia la vemos nosotros, los que de alguna manera somos los “iniciados” en los caminos del Señor y aun así cuánto nos cuesta reconocer a Jesús que nos habla, que nos alimenta, y nos edifica como piedras vivas de la iglesia. Somos muchas veces sordos y ciegos en el camino de la vida, en nuestro camino hacia la eternidad.
Existe una lengua universal que todos pueden leer y entender, que todos pueden –podemos- hablar: la lengua del amor. Y no cualquier amor. Porque en esto del amor todos sabemos distinguir entre los amores que matan y el amor que salva, entre los amores de cama y el amor de la cruz, entre los amores de aventuras y el amor para siempre, entre amores que esclaviza y el amor que se da. Y aún así en todo amor hay una chispa de Dios. Donde hay amor ahí está Dios. Pero ojo, si hay intereses por medio ya está peligrando el verdadero amor. Si das una limosna por amor, pero vas tocando la trompeta para que vean lo bueno que eres, ya el amor se ha diluido, acabado, agotado, se ha convertido en vanagloria, en otra cosa, pero no en amor del bueno.


Dice San Agustín: «Por eso, en la Iglesia, todos los miembros tienen entre sí una mutua solicitud: si sufre uno de los miembros, todos los demás sufren con él, y, si es honrado uno de los miembros, se alegran con él todos los demás. Es porque escuchan y guardan estas palabras: Os doy el mandato nuevo: que os améis mutuamente, no con un amor que degrada, ni con el amor con que se aman los seres humanos por ser humanos, sino con el amor con que se aman porque están deificados y son hijos del Altísimo, de manera que son hermanos de su Hijo único y se aman entre sí con el mismo amor con que Cristo los ha amado, para conducirlos hasta aquella meta final en la que encuentran su plenitud y la saciedad de todos los bienes que desean. Entonces, en efecto, todo deseo se verá colmado, cuando Dios lo será todo en todas las cosas».

1 comentario:

  1. ...Y, hasta que no seamos todos en UNO debemos Amar, amar a todos también a los musulmanes, con la pretensión de instalar en el mundo la fraternidad universal.
    Para que este Amor sea posible, hay que pedírselo al Padre todos los días; sólo Él puede dárnoslo porque Él es AMOR ; y, para conseguirlo, como Moisés, te descalzas y te acercas como un mendigo que carece de todo... sabiendo que su Padre no carece de nada...Cuando se experimenta,sabes que no eres tú el que amas porque se siente una Paz y una ternura "especiales", que sólo puede dar Dios.
    Me hace feliz el comprobar que te has convertido en una persona abierta, volcada por completo al servicio de los hermanos, olvidado de tí mismo y disponible para las "cosas" del Padre, para sus planes de salvación del Mundo.No te olvides de orar por mí.Rosadeabril.

    ResponderEliminar