Cuando
se empieza algo, siempre se hace con ilusión y esperanza. Pero va pasando el
tiempo y con el tiempo uno, personalmente, o las instituciones, las órdenes
religiosas y la misma Iglesia se van perfeccionando, se adaptan a los tiempos
presentes, se busca vivir mejor y más coherentemente ese “espíritu” del inicio.
Pero también es cierto que en ocasiones ese
ESPÍRITU inicial se va deteriorando, se “cambia” o lo cambiamos, lo acomodamos
a nuestra vida para que no nos cueste tanto, terminamos haciendo otra cosa.
Por
tal razón, con frecuencia, tenemos que tender nuestra mirada constantemente a
los orígenes. Al origen de la
Iglesia, al origen de nuestras Instituciones, al origen de
nuestra Orden y al origen de nuestra entrega a la Vida Consagrada, la vida
religiosa. Y esta mirada atrás nos es urgente y siempre necesaria para corregir
fallos, o simplemente para arrancar de nuestro “YO” ese lastre que vamos
tomando con el tiempo y lo vamos asumiendo como necesario o “parte vital” de
nuestra vida y nuestra vocación, para nuestro SER lo que somos y en el cotidiano
vivir.
En
ocasiones contemplamos un lujoso yate. Pensamos que está puesto en el mar para
toda la vida, pero si no se presta atención a todo lo que se le va “pegando” en
su fondo al navegar y no se hace una frecuente limpieza adecuada en él, ese
peso que arrastra de todo lo que “atrapa” del mar le quitaría en principio
velocidad y al final terminaría por hundir el yate.
Nosotros,
los Dominicos, este año nos estamos preparando para celebrar en el 2016 los 800
años de la fundación de la Orden
de Predicadores. Y este acontecimiento tiene que llevarnos al principio, a los
orígenes, a ese comienzo de nuestro Padre Santo Domingo de Guzmán, para
recorrer nuestro recorrido siempre con él, para no apartarnos nunca de su espíritu,
para que nos de el coraje de la fidelidad a la Orden y a la Iglesia. Sin esa mirada atrás pudiéramos
correr el peligro de alejarnos demasiado, de perder la propia identidad.
Ya
hemos dejado por el camino bastantes cosas, bastantes tradiciones, costumbres,
ritos, rezos, en muchas ocasiones y en distintos lugares hasta el uso del hábito,
ya se ha perdido bastante de esa identidad que nos hace ser lo que somos y nos
indica de cómo tenemos que ser, vivir y sentir para ser auténticos. Que no nos
pase como al cocinero escrupuloso, que coge una cebolla para preparar el guiso,
y en todas las capas de la cebolla encuentra defectos y las va rechazando, al
final se ha quedado sin cebolla, también nosotros nos quedamos sin ser lo que
somos o somos otra cosa distinta de lo que en el ORIGEN Cristo quiso de la Iglesia, nuestros
fundadores quisieron de nuestras Instituciones u Ordenes religiosas o nosotros
mismos quisimos cuando comenzamos nuestro caminar en la Vida Consagrada. Lo importante
es mantener siempre la ilusión, que no
se pierda, que no muera la esperanza.
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