Está
claro que Dios no hace distinciones, ama a todos por igual.
El amor no distingue. No tiene fronteras. El amor que Dios nos tiene se manifestó en que envió su Hijo al mundo, nos lo envió a todos, sin distinciones ni excepciones. El que se sabe así amado y perdonado por Dios ama y perdona a su vez sin acepción de personas. Pedro sabe superar la propia estrechez de miras, recibe a los paganos y no se siente superior, por eso dice al que se arrodilló ante él, “levántate, que soy un hombre como tú”. Dios se deja conocer en el amor que entrega la propia vida a los demás.
¡Permaneced en mi amor!
Como el domingo anterior, con el ejemplo de
la vid y el sarmiento, hoy, en las lecturas Jesús sigue insistiendo en esa
fidelidad a la permanencia, en ese saber estar siempre con el Señor, sin
apartarnos nunca de él, pues él, que nos ama no se aparta nunca de nosotros. Su
amor ha sido un regalo hecho entrega total, ha dado la vida por amor, para que
nosotros aprendamos a amarnos los unos a los otros de la misma manera.
Este amor gratuito, generoso, desbordante de
Jesús tiene que llevarnos a amar de la misma manera, pero esa exigencia de Dios
para con el hombre va más allá de amar a los amigos, a los que piensan como
nosotros, a los nuestros. Hay que amar sin fronteras, sin condiciones, sin
exclusiones; amar hasta a los mismos enemigos, a los que nos persiguen, los que
nos odian, a aquellos que no nos quieres. Este amor tan radical siempre es
sorpresivo, es un amor que no entendieron en las distintas persecuciones a la Iglesia tantos verdugos
que recibían el perdón de los mártires antes de ser inmolados por ser parte del
rebaño del Cordero que como él fueron sacrificados.
En el amor nos identificamos con Dios y Dios
se identifica con nosotros, nos dice San Juan en la segunda lectura: “el que
ama ha nacido de Dios y conoce a Dios”,
este “conocimiento” es la misma experiencia de amar, pero una cosa es amar al
estilo de Dios, al estilo de Jesús con un amor total, desinteresado, abarcador,
completo y otra muy distinta la triste devaluación que el hombre con sus
actitudes egoístas hace del amor, convirtiendo este en un simple “amorío”, algo
muy distante del verdadero amor, algo que en la realidad ni se parece ni se
puede identificar como amor de verdad.
Esa permanencia que nos mantiene en el amor
de Jesús está basada en el cumplimiento de los Mandamientos, estos están
puestos por Dios para la felicidad del hombre. Dios no quiere ni oprimir al
hombre ni regular su vida. Los mandamientos de Dios, la ley dada por el Creador
en el Decálogo a Moisés fue para mantener al hombre esclavizado anteriormente
libre, esta libertad se alcanza cuando amas y respetas al otro, cuando tus
intereses y deseos no se ponen por encima y avasallan los intereses y deseos
del prójimo, cuando respetas como quieres que los demás te respeten a ti, son
leyes, preceptos que nos traen libertad, paz, armonía. Pero incluso estos diez
preceptos Cristo los resume en dos que son casi uno, AMOR. Amar a Dios y amar
al prójimo, que esto hace, quien ama de corazón no puede hacer nada malo contra
sí o contra el prójimo, ese amor nos une e identifica con el Señor que demostró
su amor con su entrega y con su derramamiento de sangre, hasta la última gota,
por amor a toda la humanidad.
Y como el domingo pasado, en este Evangelio
también el Señor vuelve a insistir: “De modo, que lo que pidáis al Padre en mi
nombre, os lo dé”. Sí, por amor a nosotros, pues el amor nos une a su
amor, él nos ha amado primero, nos ha elegido, nos ha llamado a la Iglesia y por amor nos da
todo aquello que más necesitemos, no los caprichos ni las cosas materiales, no
olvidemos que nosotros conocemos nuestro presente y nuestro pasado, pero
desconocemos nuestro futuro, Dios en cambio conoce TODO de nosotros y sabe
darnos aquello que más necesitamos, aquello que más falta nos hace, él lo
abarca todo.
Para concluir unas últimas puntualizaciones
sobre la primera lectura y el Evangelio, en la primera lectura leíamos que el
Espíritu Santo bajó sobre los gentiles que aún no se habían bautizado. Muchas
veces queremos encerrar en nuestro “corralito” a Dios, a su amor y a su
misericordia pero Dios no se deja ni encerrar por nadie ni manipular por nadie.
Dios “sopla” donde quiere y a quien quiere independientemente si es católico,
budista, musulmán o no es de ninguna religión. El otro punto –referido al
Evangelio dice el Señor: “Esto os
MANDO: que os améis los unos
a los otros como yo os he amado”. No es un “consejo” es un MANDATO. Si lo cumples estás con
él, si no lo cumples estás fuera de él, aquí no hay términos medios ni medias
tintas, está bien claro.
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