miércoles, 6 de mayo de 2015

DOMINGO VI DE PASCUA. Ciclo B.


Está claro que Dios no hace distinciones, ama a todos por igual.


El amor no distingue. No tiene fronteras. El amor que Dios nos tiene se manifestó en que envió su Hijo al mundo, nos lo envió a todos, sin distinciones ni excepciones. El que se sabe así amado y perdonado por Dios ama y perdona a su vez sin acepción de personas. Pedro sabe superar la propia estrechez de miras, recibe a los paganos y no se siente superior, por eso dice al que se arrodilló ante él, “levántate, que soy un hombre como tú”. Dios se deja conocer en el amor que entrega la propia vida a los demás.

¡Permaneced en mi amor!
Como el domingo anterior, con el ejemplo de la vid y el sarmiento, hoy, en las lecturas Jesús sigue insistiendo en esa fidelidad a la permanencia, en ese saber estar siempre con el Señor, sin apartarnos nunca de él, pues él, que nos ama no se aparta nunca de nosotros. Su amor ha sido un regalo hecho entrega total, ha dado la vida por amor, para que nosotros aprendamos a amarnos los unos a los otros de la misma manera.

Este amor gratuito, generoso, desbordante de Jesús tiene que llevarnos a amar de la misma manera, pero esa exigencia de Dios para con el hombre va más allá de amar a los amigos, a los que piensan como nosotros, a los nuestros. Hay que amar sin fronteras, sin condiciones, sin exclusiones; amar hasta a los mismos enemigos, a los que nos persiguen, los que nos odian, a aquellos que no nos quieres. Este amor tan radical siempre es sorpresivo, es un amor que no entendieron en las distintas persecuciones a la Iglesia tantos verdugos que recibían el perdón de los mártires antes de ser inmolados por ser parte del rebaño del Cordero que como él fueron sacrificados.

En el amor nos identificamos con Dios y Dios se identifica con nosotros, nos dice San Juan en la segunda lectura: “el que ama ha nacido de Dios y conoce a Dios”, este “conocimiento” es la misma experiencia de amar, pero una cosa es amar al estilo de Dios, al estilo de Jesús con un amor total, desinteresado, abarcador, completo y otra muy distinta la triste devaluación que el hombre con sus actitudes egoístas hace del amor, convirtiendo este en un simple “amorío”, algo muy distante del verdadero amor, algo que en la realidad ni se parece ni se puede identificar como amor de verdad.

Esa permanencia que nos mantiene en el amor de Jesús está basada en el cumplimiento de los Mandamientos, estos están puestos por Dios para la felicidad del hombre. Dios no quiere ni oprimir al hombre ni regular su vida. Los mandamientos de Dios, la ley dada por el Creador en el Decálogo a Moisés fue para mantener al hombre esclavizado anteriormente libre, esta libertad se alcanza cuando amas y respetas al otro, cuando tus intereses y deseos no se ponen por encima y avasallan los intereses y deseos del prójimo, cuando respetas como quieres que los demás te respeten a ti, son leyes, preceptos que nos traen libertad, paz, armonía. Pero incluso estos diez preceptos Cristo los resume en dos que son casi uno, AMOR. Amar a Dios y amar al prójimo, que esto hace, quien ama de corazón no puede hacer nada malo contra sí o contra el prójimo, ese amor nos une e identifica con el Señor que demostró su amor con su entrega y con su derramamiento de sangre, hasta la última gota, por amor a toda la humanidad.

Y como el domingo pasado, en este Evangelio también el Señor vuelve a insistir: “De modo, que lo que pidáis al Padre en mi nombre, os lo dé”. Sí, por amor a nosotros, pues el amor nos une a su amor, él nos ha amado primero, nos ha elegido, nos ha llamado a la Iglesia y por amor nos da todo aquello que más necesitemos, no los caprichos ni las cosas materiales, no olvidemos que nosotros conocemos nuestro presente y nuestro pasado, pero desconocemos nuestro futuro, Dios en cambio conoce TODO de nosotros y sabe darnos aquello que más necesitamos, aquello que más falta nos hace, él lo abarca todo.


Para concluir unas últimas puntualizaciones sobre la primera lectura y el Evangelio, en la primera lectura leíamos que el Espíritu Santo bajó sobre los gentiles que aún no se habían bautizado. Muchas veces queremos encerrar en nuestro “corralito” a Dios, a su amor y a su misericordia pero Dios no se deja ni encerrar por nadie ni manipular por nadie. Dios “sopla” donde quiere y a quien quiere independientemente si es católico, budista, musulmán o no es de ninguna religión. El otro punto –referido al Evangelio dice el Señor: “Esto os MANDO: que os améis los unos a los otros como yo os he amado”. No es un “consejo” es un MANDATO. Si lo cumples estás con él, si no lo cumples estás fuera de él, aquí no hay términos medios ni medias tintas, está bien claro.

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