Cristo, eterna Palabra |
Hoy
celebramos ya el cuarto domingo del Tiempo Ordinario. Y este día 3 de Febrero
es el día de san Blas, obispo y médico de Sebaste, Armenia. Como médico, Blas
salvó muchas vidas, pero su intervención más famosa fue la relativa a la
extracción de una espina clavada en la faringe de un niño y que, sin duda, le
hubiese causado la muerte. Por esto es conocido como abogado de las
enfermedades y problemas de garganta y recordado en la tradición de nuestra
orden con una bendición de las gargantas individual para todos los feligreses
que acuden a nuestros templos, yo lo practiqué siguiendo la costumbre de los
Dominicos holandeses en Puerto Rico, y en Málaga también se hizo común esta
bendición y se repartía un rosco de pan bendito a la feligresía parroquial de
Santo Domingo. Es este Blog de El Duende del Perchel en años anteriores tengo
reseñado la celebración de esta fiesta con las bendiciones de las gargantas,
usando la tradicional fórmula y dos velas (apagadas, por supusto) bendecidas el
día de la Candelaria
cruzándolas en el cuello con la mano izquierda, mientras que con la derecha la
impones en la cabeza y das la bendición: “Por
intercesión de San Blas, Obispo y mártir, el Señor te proteja de toda
enfermedad de la garganta y de cualquier otra enfermedad en el nombre del Padre
y del Hijo y del Espíritu Santo, Amén”.
Lectura del santo Evangelio según San Lucas 4, 21-30
En aquel tiempo, comenzó Jesús a decir en la sinagoga:
–Hoy se cumple esta Escritura que acabáis de oír.
Y todos le expresaban su aprobación y se admiraban de las palabras de gracia que salían de sus labios.
Y decían:
–¿No es éste el hijo de José?
Y Jesús les dijo:
–Sin duda me recitaréis aquel refrán: «Médico, cúrate a ti mismo»: haz también aquí en tu tierra lo que hemos oído que has hecho en Cafarnaúm.
Y añadió:
–Os aseguro que ningún profeta es bien mirado en su tierra. Os garantizo que en Israel había muchas viudas en tiempos de Elías, cuando estuvo cerrado el cielo tres años y seis meses y hubo una gran hambre en todo el país; sin embargo, a ninguna de ellas fue enviado Elías más que a una viuda de Sarepta, en el territorio de Sidón. Y muchos leprosos había en Israel en tiempos del Profeta Eliseo, sin embargo, ninguno de ellos fue curado más que Naamán, el sirio.
Al oír esto, todos en la sinagoga se pusieron furiosos y, levantándose, lo empujaron fuera del pueblo hasta un barranco del monte en donde se alzaba su pueblo, con intención de despeñarlo.
Pero Jesús se abrió paso entre ellos y se alejaba.
–Hoy se cumple esta Escritura que acabáis de oír.
Y todos le expresaban su aprobación y se admiraban de las palabras de gracia que salían de sus labios.
Y decían:
–¿No es éste el hijo de José?
Y Jesús les dijo:
–Sin duda me recitaréis aquel refrán: «Médico, cúrate a ti mismo»: haz también aquí en tu tierra lo que hemos oído que has hecho en Cafarnaúm.
Y añadió:
–Os aseguro que ningún profeta es bien mirado en su tierra. Os garantizo que en Israel había muchas viudas en tiempos de Elías, cuando estuvo cerrado el cielo tres años y seis meses y hubo una gran hambre en todo el país; sin embargo, a ninguna de ellas fue enviado Elías más que a una viuda de Sarepta, en el territorio de Sidón. Y muchos leprosos había en Israel en tiempos del Profeta Eliseo, sin embargo, ninguno de ellos fue curado más que Naamán, el sirio.
Al oír esto, todos en la sinagoga se pusieron furiosos y, levantándose, lo empujaron fuera del pueblo hasta un barranco del monte en donde se alzaba su pueblo, con intención de despeñarlo.
Pero Jesús se abrió paso entre ellos y se alejaba.
El
evangelio de este domingo, continuación del evangelio del domingo anterior,
relata un momento de la vida de Jesús un poco delicado. Hablaba Jesús a sus
vecinos y paisanos y ellos se llenaron de rabia y de furia al punto de querer
matarle tirándole por un barranco. ¿Qué fue lo que les dijo?
Pues
dijo algo que molestó a esas gentes que se tenían por únicas, por los
preferidos de Dios, por una casta especial, pero que Jesús les dijo que para
Dios todos, y dijo todos somos iguales, incluso los no judíos, esto siempre les
enfurecía, los ejemplos que Jesús ponía en su evangelio les sacaba de sus
casillas, cuando el leproso que regresó a dar gracias a Dios, que era un extranjero,
cuando la mujer samaritana, cuando el buen samaritano que hace todo lo que no
hizo ni el hombre de la Ley
ni el sacerdote del Templo, etc., etc.
Jesús
les dijo que no tenían ningún derecho a excluir a otros pueblos del cariño y la
bondad de Dios. Dios nos ama a todos por igual.Esto tenemos que tenerlo bien presentes, pues muchos son los que piensan que Dios, nuestro Dios es nuestro más que de otros de otras iglesias cristianas y ya no decir de otras iglesias no crostianas. Tendemos a querer acaparar a Dios, adueñarnos de Él.
Contra
el corazón raquítico y pequeño de los judíos Jesús ofrece un corazón grande y
para todos sin excepción, que es el corazón de Dios.
Lo
mismo que Jesús padecería persecución, también Jeremías tuvo de soportar, como
un anuncio hecho vida de lo que le sucedería a Jesús, esa persecución hecha
cercana por aquellos que lo rodeaban, sus propios paisanos.
Con
este espíritu de aguante y de fortaleza, ambos, Jeremías primero y Jesús después,
son fruto del amor a su propio pueblo y de la entrega generosa por ellos.
Dice la primera lectura: Te nombré profeta de los gentiles.
Te nombré profeta de los gentiles.
Tú cíñete los lomos,
ponte en pie y diles lo que yo te mando.
No les tengas miedo, que si no, yo te meteré miedo de ellos.
Mira: yo te convierto hoy en plaza fuerte,
en columna de hierro, en muralla de bronce,
frente a todo el país:
Frente a los reyes y príncipes de Judá,
frente a los sacerdotes y la gente del campo;
lucharán contra ti, pero no te podrán,
porque yo estoy contigo para librarte,
–oráculo del Señor–.
Tú cíñete los lomos,
ponte en pie y diles lo que yo te mando.
No les tengas miedo, que si no, yo te meteré miedo de ellos.
Mira: yo te convierto hoy en plaza fuerte,
en columna de hierro, en muralla de bronce,
frente a todo el país:
Frente a los reyes y príncipes de Judá,
frente a los sacerdotes y la gente del campo;
lucharán contra ti, pero no te podrán,
porque yo estoy contigo para librarte,
–oráculo del Señor–.
En esta primera
lectura de hoy se nos invita a no tener miedo a la hora de hacer uso de la
“garganta” para proclamar al Señor. Aquí enlazamos con la fiesta de San Blas
que indicábamos al inicio de este comentario.
La profecía de Jeremías se puede analiza en
dos perspectivas: por un lado, nos muestra al Mesías, el elegido por Dios y que
este Dios lo hace invencible.
Y por otra parte, ciertamente,
leyendo entre líneas, está dirigida a cada uno de nosotros, que por el
Sacramento del Bautismo hemos sido constituidos Profetas,
Sacerdotes y Reyes de la Nueva Alianza
de Jesucristo. De esta forma, el miedo está de más a la hora de profetizar, es
una invitación clara a ser valientes, arraigados en la Palabra de Dios y
decididos a dar a conocer esta Palabra estudiada y trillada en nuestro interior
desde la contemplación para poder dar el fruto de lo contemplado como indicara
nuestro Padre Santo Domingo de Guzmán a la hora de hacer uso de nuestra predicación
valiente para proclamar al Señor.
Pero aquí también
tenemos que estar en vigilancia, ya que corremos el peligro de desviar nuestra
misión de predicadores de la
VERDAD por otros derroteros que distraigan nuestras mentes y
nuestros corazones, y podemos salir torpemente predicándonos a nosotros mismos
para resaltar nuestro ego o desviar nuestra predicación a cuestiones políticas
o económicas que no vienen a cuento y desvían la misión de la proclamación de la Palabra de Dios.
Evidentemente el
Pueblo de Dios está sediento de escuchar la Palabra de Dios, y está cansado de escuchar vanas
explicaciones que no llenan sus perspectivas ni llenan sus esperanzas. La gente
que nos lee o nos escucha son gentes sedientas de la siempre novedosa VERDAD
del Evangelio y no acepta de buen grado cualquier solución rápida para salir
del paso de cualquier manera sin profundizar en el mensaje que damos en nombre
del Señor y representando a la Madre
Iglesia.