|
Es su Catedral, nos unimos a Él, nuestro amado Papa Francisco y pedimos por su complicada misión. Cuesta mucho ser auténticos y querer una Iglesia auténtica, con nuestras oraciones lo puede conseguir. |
El
templo de Dios es santo: ese templo sois vosotros.
Lectura de la profecía de Ezequiel 47,1-2.8-9.12:
En aquellos días, el ángel me hizo volver a la entrada del templo. Del
zaguán del templo manaba agua hacia levante –el templo miraba a levante–. El
agua iba bajando por el lado derecho del templo, al mediodía del altar. Me sacó
por la puerta septentrional y me llevó a la puerta exterior que mira a levante.
El agua iba corriendo por el lado derecho.
Me dijo: «Estas aguas fluyen hacia la comarca
levantina, bajarán hasta la estepa, desembocarán en el mar de las aguas
salobres, y lo sanearán. Todos los seres vivos que bullan allí donde desemboque
la corriente, tendrán vida; y habrá peces en abundancia. Al desembocar allí
estas aguas, quedará saneado el mar y habrá vida dondequiera que llegue la
corriente. A la vera del río, en sus dos riberas, crecerán toda clase de
frutales; no se marchitarán sus hojas ni sus frutos se acabarán; darán cosecha
nueva cada luna, porque los riegan aguas que manan del santuario; su fruto será
comestible y sus hojas medicinales.»
Lectura de la primera carta del
apóstol san Pablo a los Corintios (3,9-11.16-17):
Sois edificio de Dios. Conforme al don que Dios me ha dado, yo, como
hábil arquitecto, coloqué el cimiento, otro levanta el edificio. Mire cada uno
cómo construye. Nadie puede poner otro cimiento fuera del ya puesto, que es
Jesucristo. ¿No sabéis que sois templo de Dios y que el Espíritu de Dios habita
en vosotros? Si alguno destruye el templo de Dios, Dios lo destruirá a él;
porque el templo de Dios es santo: ese templo sois vosotros.
Lectura del santo evangelio según san
Juan 2,13-22:
Se acercaba la Pascua de los judíos, y
Jesús subió a Jerusalén.
Y encontró en el templo a los vendedores de
bueyes, ovejas y palomas, y a los cambistas sentados; y, haciendo un azote de
cordeles, los echó a todos del templo, ovejas y bueyes; y a los cambistas les
esparció las monedas y les volcó las mesas; y a los que vendían palomas les
dijo: «Quitad esto de aquí; no convirtáis en un mercado la casa de mi Padre.»
Sus discípulos se acordaron de lo que está
escrito: «El celo de tu casa me devora.»
Entonces intervinieron los judíos y le
preguntaron: «¿Qué signos nos muestras para obrar así?»
Jesús contestó: «Destruid este templo, y en
tres días lo levantaré.»
Los judíos replicaron: «Cuarenta y seis años
ha costado construir este templo, ¿y tú lo vas a levantar en tres días?»
Pero él hablaba del templo de su cuerpo. Y,
cuando resucitó de entre los muertos, los discípulos se acordaron de que lo
había dicho, y dieron fe a la
Escritura y a la palabra que había dicho Jesús.
Este Domingo celebramos la fiesta de la Dedicación de la Basílica Romana de San Juan de
Letrán, la Catedral
del Papa. Por tanto esta fiesta nos une entrañablemente a la figura del Santo
Padre, como centro y guía de una Cristiandad que, si bien ha de mirar a Roma,
signo de unidad y colegialidad entre las Iglesias, la Palabra de Dios que
proclamamos nos señala la forma de hacerlo, esta manera de mirar esta unidad de
todas las Iglesias es teniendo a Cristo como cimiento de toda nuestra vida.
Cuando viajas y contemplas los grandes
edificios –de esto nos habla la segunda lectura- edificios de piedra, quedas
maravillado por tanto arte, tanta precisión, tanta belleza, tanto trabajo
realizado, lo que ves es el edificio construido, pero este se sostiene, perdura
en el tiempo gracias a que ha tenido una sólida cimentación, si falla el
cimiento –que es Cristo- el edificio se viene abajo. Por eso Cristo es el
cimiento y nosotros somos las piedras vivas del gran templo de Dios.
En la primera lectura se nos habla del agua
que corre y purifica. Es la acción constante del cristiano, agua que no corre
se pudre, no tiene vida, huele mal, no sirve para nada, es agua muerta. El
cristiano “nace” a la vida de Dios o vida en Dios con el agua del Bautismo, y
toda su vida ha de estar orientada a este hecho, esta acción, no podemos
olvidarnos de que entramos al agua bautismal muertos a la Gracia de Dios y surgimos
de ella revividos, resucitados, somos unas nuevas criaturas, no por un tiempo,
un momento, en lo que dura la ceremonia, es para toda la vida, para una vida
que transciende hasta la eternidad. Pero no hemos sido revividos “para nosotros”,
como algo mío, lo ha hecho Cristo para todos, para la asamblea, para la Iglesia, por eso nuestro río
tiene que estar siempre fluyendo, siempre manando, siempre aportando para los
demás agua viva, no podemos dejarnos secar pues entonces dejaríamos de estar en
la línea de salvación de Cristo Jesús.
En el
Evangelio se nos habla de este mismo tema, el Templo. Él es el templo que
cuando sea destruido a los tres días aparecerá nuevo, reconstruido; pero Cristo
lo cambia inmediatamente señalándote a ti, tú eres el Templo vivo de Dios, es el hombre, el hombre salvado por Cristo, el
hombre lavado por su sangre, y por tanto tenemos que mantener limpio en todos
los sentidos de la palabra este templo que somos de Dios y libre de todo “negocio”
encaminado al egoísmo, la codicia, la maldad y tantas cosas que nos puede
apartar de ese camino que Dios quiere de nosotros y para nosotros.
Otra cosa que también podemos sacar en
consecuencia de esta fiesta es el templo material, el que usamos para nuestras
asambleas, para la distribución de la riqueza de nuestros Sacramentos. Bien podíamos
esmerarnos un poco más por él, sí, somos nosotros el TEMPLO VIVO pero ese otro
templo, nuestra parroquia, nuestra iglesia ha de ser motivo de nuestro
esfuerzo, esfuerzo en conservarlo digno para el culto del Señor, pero más aún
mantener DIGNO por nuestra viveza de la fe, por nuestra participación, en la
misa, en los sacramentos en los que participamos, en las acciones que allí
realizamos. No es la “casa” de llegar, sentarnos, pasar media hora y
marcharnos, es nuestra casa, ahí vamos a alimentarnos, a vivir la proclamación
de la Palabra,
una palabra que ha de fortalecernos, vivificarnos, alegrarnos, hacernos nuevos
cada semana y unos Sacramentos que hemos de poner toda nuestra fe, devoción y
esmero para celebrarlos y para vivirlos. De ello depende ni más ni menos que
nuestra salvación. Pero aquí nadie te obliga, tú eres el que tiene que
obligarte a vivirlo así pues de ti depende que seas piedra viva, agua viva o
que decidas colocarte aparte del cimiento sin formar parte del edificio Templo
de Dios.