¿HASTA CUANDO
SEÑOR TENDRÁS PACIENCIA CON TU VIÑA?
Vamos
día a día adentrándonos en este tiempo de Misericordia que es la Cuaresma, además con este
marco incomparable para nosotros, como Comunidad, como Iglesia, que es el año de la MISERICORDIA, año
de gracia que nos ofrece dos aspectos importantes para tener en cuenta, el
primero: que Dios es misericordioso con nosotros y segundo: que nosotros
tenemos que ser misericordiosos con el prójimo.
La
primera lectura nos tiene que hacer pensar: ¿quién es Dios para mí?, ¿qué
quiero yo de Dios, que espero de Él?.
Moisés,
muy en la línea del A.T. quiere saber el nombre de Dios, ¿Quién eres, para
poder decir a tu pueblo quien me envía?, recuerda ese pasaje de la Creación donde es el
hombre el que pone el nombre a Eva y a todo lo creado por Dios, este “poner el
nombre” es claramente un signo de pertenencia, esta pertenencia es signo de
dominio y si cabe la posibilidad de manipulación, pero en este dialogo de Dios
con Moisés lo que menos quiere Dios es dejarse manipular por el hombre, por
tanto le contesta Dios: “yo soy el que
soy” sin nombre no hay dominio del hombre, no hay manipulación.
Pero
nos hace pensar. ¿Cuántas veces no queremos “dominar” a Dios, manipularlo,
traerlo a nuestro corralito, a nuestra parcela, a nuestra Iglesia?. Nuestro,
sólo nuestro, de nadie más. Queremos
apoderarnos de Él. Nos ponemos celosos si escuchamos a otros de otra
religión hablar de Dios e incluso decimos, ese no es Dios, Dios es solamente el
nuestro. No, no podemos manipular a Dios, ni encasillar su amor infinito
dirigido no solamente al hombre, también a toda su obra, toda su creación, ni
coartarle su libertad, ni impedir que sea bueno con otros distintos a nosotros,
de otras religiones, de otras razas, de otros colores… Dios es Dios de todos,
todos somos hijos de Dios y él es nuestro Padre amoroso y misericordioso. (Nos
lo dice con toda claridad el Salmo 102 que hoy escuchamos en la
Santa Misa).
La
segunda lectura es también una advertencia, no es extraño, estamos en ese
tiempo de Gracia, de Misericordia, y hemos de utilizar bien tanto la Palabra como los “signos”
que Dios nos da. Para eso precisamente es la Cuaresma, nos “sacude”
para que lleguemos a la Pascua
renovados, nuevos, rejuvenecidos.
Esta
lectura que hace Pablo en su carta a los Corintios nos indica que todo lo
acontecido en el Éxodo nos tiene que llevar a mirarnos cada uno de nosotros en
de “desierto” de nuestra vida. Es bueno tener puntos de referencia y saber que
otros pasaron por este desierto, otros vencieron nuestras propias tentaciones,
otros lograron ser fieles, aunque muchos fracasaron.
Lo
que no debemos olvidar es que Dios no
abandonó a los judíos en el desierto, como tampoco nos abandona a nosotros, Él
nos da la FORTALEZA
necesaria para recorrer nuestro desierto, esa fortaleza está en los
SACRAMENTOS, es el nuevo Maná, es la nueva bebida, no ya el agua de la roca, no
ya el maná del desierto, ahora es el
Cuerpo y la Sangre
de nuestro Señor Jesucristo, Él es nuestro Camino, con Él no podemos perdernos, no necesitamos estar 40 años
errantes por el desierto; Él es la
Verdad plena,
unidos a Él no hay engaño, ni falsedad, ni duda; el es la Vida,
la VIDA EN
PLENITUD, no la caduca del mundo, es la vida que no acaba, la vida que
transciende, que llega a la eternidad dichosa y feliz.
El
Evangelio de Lucas, 13, 1-9 nos habla de
CONVERSIÓN, pero también de que la paciencia de Dios puede tener un límite,
no limitada por Él, limitada por nuestra condición caduca, somos sabedores de
que los años de nuestra vida pasan rápido, Dios nos ofrece cientos de
oportunidades, espera que seamos conscientes de reconocer nuestros pecados, nos
ofrece un Sacramento maravilloso de la Reconciliación que
con tanto desprecio muchas veces abandonamos por ignorancia, por pensar que
somos demasiado buenos y todo lo que hacemos está bien, que no cometemos
pecado, o por que el tentador ha metido en nuestras cabezas esa peligrosísima
idea de que ya nada es pecado, que tenemos mano libre para hacer y deshacer a
nuestro antojo, esto sería terrible.
Pero
Dios espera con paciencia infinita que
demos frutos y que esos frutos sean abundantes, pero esa espera no es eterna,
repito, no la limita Dios, no sabemos cuando será nuestro fin, no sabemos si
estaremos produciendo esos frutos cuando nos llegue la hora de rendir cuentas a
Nuestro Padre del cielo, por eso urge estar siempre en gracia de Dios, estar
bien preparados “antes de que llegue el hacha y corte la higuera”.