ESTE ES MI
HIJO, EL ELEGIDO.
Vamos
adentrándonos en el tiempo de la
Cuaresma, tiempo verdaderamente santo, nos purifica, nos
transforma, nos hace recapacitar, pensar, cambiar, en una palabra, nos facilita
la conversión, el volver nuestro rostro al rostro Misericordioso de Dios
nuestro Padre.
Como
a Abrán, en la primera lectura, a nosotros el Señor también nos ofrece una
tierra nueva, pero ¿dónde está esa tierra?, no se trata de una nueva nación, o
un lugar concreto, esa tierra nueva es nuestra tierra, nuestro mundo, nuestro
viejo planeta, que nosotros, con la fuerza de Dios, tenemos que hacer nuevo, de
eso se trata, hacer nuevas todas las cosas, pero para lograrlo nosotros mismos
tenemos que rejuvenecer, dejar lo viejo, dejar lo nuestro, eso que es mío,
dejar de pensar en mí mismo, mis problemas, mis males, mis situaciones, mis
achaques, mis gustos y pensar más en los demás, en sus necesidades, sus
situaciones.
Abrán
logra todo lo que anhela cuando es capaz de “SALIR” de su tierra, nosotros
logramos vencer lo malo y negativo de nosotros mismos cuando somos capaces de
salir de nosotros mismos y centrarnos en los demás, principalmente en los
pobres y abandonados, pues siendo misericordiosos nos unimos al Señor y de esta
manera nuestros trabajos se hacen fecundos.
La
segunda lectura nos tiene que hacer pensar sobre nuestra sociedad, el tiempo
presente que nos toca vivir: “Hay muchos que andan como enemigos de la Cruz de Cristo. Su paradero
es la perdición; su Dios el vientre; su gloria, sus vergüenzas. Sólo aspiran a
cosas terrenas,”
El
apóstol nos indica que nosotros no tenemos que ser así, pues aguardamos a
nuestro Salvador, el Señor, pero ¿realmente somos distintos?, desgraciadamente
estamos muy contaminados con las cosas malas del mundo, somos de Dios, sí, pero
demasiado apegados a las cosas de aquí abajo, a lo material, a todo lo
terrenal. Tenemos que aprender a ser consecuentes con las cosas de Dios, con
nuestra fe.
Por
último, el Evangelio de este domingo 2º de Cuaresma nos habla de la
transfiguración del Señor, y nos recuerda tres
cosas de suma importancia, lo mismo que hace el Señor con Pedro,
Santiago y Juan, también nosotros tenemos que acostumbrarnos a hacer,
retirarnos de vez en cuando para orar con el Señor, para dialogar con él. La
segunda, recordarnos que la resurrección pasa por la Cruz, sin Cruz no hay Gloria
y todos tenemos que adherirnos a la
Cruz victoriosa de Jesús y cargar con las nuestras propias,
además de ser cirineos para con aquellos que la vida les carga con cruces
demasiado pesadas. Por último recordar que en esa voz misteriosa que se escucha
en la nube Dios también a nosotros nos dice que Jesús es su Hijo y nos pide que
le prestemos atención, que le escuchemos, que estemos atentos a su Palabra, esa
Palabra que nos salva, nos transforma, nos hace nuevos, sin su Palabra
imposible renovarnos, imposible cambiar.
Feliz
Domingo, día del Señor. Día de descanso, de Iglesia y de meditación, de estar a
la escucha y hablar con Él.
No hay comentarios:
Publicar un comentario