“APACIENTA
MIS OVEJAS”
La
misión de apacentar el rebaño del Señor conlleva sus peligros, sobre todo
cuando el que en realidad es o quiere ser un auténtico pastor, ya que apacentar
las ovejas es entregarse de lleno a ellas y por todos los medios de aniquilarse
él, el pastor, pues este no es el protagonista de esta historia, el
protagonista siempre es el rebaño, el pastor es la persona escogida por el
Señor para cuidar no lo que es del pastor, para cuidar lo que es del amo del
rebaño, y este pastor es más bueno y eficiente en la medida que se va quitando
protagonismo a sí mismo y da toda la fuerza de protagonismo a ese rebaño del
Señor al que estamos los sacerdotes llamados por Dios a amar, servir y entregar
nuestra vida día a día, con amor y con un corazón generoso. El que se apacienta
a sí mismo es aquel que por su ego o por su ceguera solamente se ve a sí mismo
como protagonista de la
Historia y esto no es así, aquí, este domingo y todos los
domingos del año el único protagonista siempre es Cristo, nosotros simples
servidores de su Palabra y administradores fieles de los Dones y Sacramentos
que brotan de su amoroso Corazón que quiere nutrir, amparar y proteger a todo
el rebaño universal, nadie quiere que quede abandonado a su suerte fuera del
aprisco del regaño.
Esta
actitud, comprendida ya, acogida en el corazón, amada y querida es la que mueve
a los Discípulos del Señor a sufrir con alegría las persecuciones con tal de
ser testigos de la gran noticia de la Resurrección del Señor, ese maravilloso anuncio
de la VIDA , no
somos seguidores de uno que murió, seguimos al que VIVE por los siglos de los
siglos.
En
el Evangelio vemos como Juan está pendiente a los pequeños “signos” que da el
RESUCITADO y en esos pequeños signos él le reconoce: “es el Maestro”. También
nosotros tenemos que estar pendientes a los signos que Él nos manda en nuestro
tiempo para hacerse presente en medio de nosotros y que seamos capaces de
reconocer presente entre nosotros al Eterno, al que VIVE, a nuestro Redentor.
Por
último prestemos atención a esta triple afirmación de amor y entrega que el
Señor pide a aquel que por tres veces le abandonó, Él no guarda desprecio ni
rencor, él es AMOR SUPREMO que acoge, perdona y manifiesta que su compasión,
ternura y misericordia hacia nosotros es infinita.
Por
muy mal que se pongan las cosas en nuestra vida, por muchos golpes que podamos
recibir, no dejemos nunca de amar al Señor, Él es nuestra fuerza, Él está en
nuestro corazón animándonos y socorriéndonos con su amor y su generosidad. Lo que
recibimos de Él siempre es DON, es gratuito y ninguno de nosotros lo recibe
porque lo merezca, lo recibimos porque nos ama, sin más.
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