¡Felices los pobres…!
En
el libro del Apocalipsis se nos habla de que una multitud inmensa de santos,
procedentes de todos los continentes, se acercan con sus vestimentas blancas,
resplandecientes, relucientes, lavadas en la Sangre del Cordero, se acercan al Altar del
Trono, ante nuestro Dios y Padre.
Estos
son de los que provienen de la gran tribulación, de aquellos que a su muerte no
fueron contados entre los santos que saldrían en el calendario y que tendrían
una peana en los retablos de las iglesias, son los hombres, mujeres, ancianos,
jóvenes, niños, que por su bondad Dios los ha encontrado dignos de morar para
toda la eternidad en su Reino de paz, amor, justicia, Reino de Dios.
Son
aquellos que siempre se vieron como hijos de Dios y como tales actuaron a lo
largo de sus vidas, ya fueran largas o cortas. Aquellos que la mayor parte de
sus vidas fueron despreciados y tenidos muchas veces como tontos por ser
seguidores del Señor, por adaptar sus vidas al plan de Dios y no dejarse
adaptar la vida a la corriente maligna del mundo, a la moda, a lo más fácil, a
no ir contra corriente.
Son
los que respondieron a su fe cumpliendo heroicamente todas las bienaventuranzas,
o parte de ellas, o se destacaron por ser totalmente fieles a una de ellas que
les llevó a la santidad, al cielo, a estar eternamente junto a Dios, son los
confiados en Dios pero que desconfiaron del mundo, los que amaron a Dios pero
no se dejaron apegar a las cosas terrenales, aquellos que no solamente dieron a
los necesitados y sí se dieron ellos mismos para apaliar las necesidades de los
demás, los hombres y mujeres que conocimos y ya no están, gente buena que
sembraron paz, armonía, amor, consuelo, gente que supieron llegar a los otros,
a los que sufren, a los que lloran, a los perseguidos, a los pobres, a los que
tienen hambre y sed de justicia, porque fueron misericordiosos, fueron limpios de corazón y en ellos no se
encontró doblez, aquellos que a pesar de sus cansancios no escatimaron de su
tiempo para trabajar por la paz. Ellos experimentaron la Misericordia, ellos
fueron misericordiosos, ellos tenían su corazón lleno de la paz de Dios y quien
tiene su corazón lleno de la paz de Dios dan paz y llevan a los demás a Dios.
Que
seamos capaces de vivir las bienaventuranzas para que la fuerza que viene de lo
ALTO habite en nuestros corazones y cuando nos toque la hora de partir de este
mundo podamos abrazar con alegría y con paz a nuestro Padre Dios que sale a
nuestro encuentro, como nos cuenta Jesús en la parábola del Hijo Pródigo.
Por
último, hermanos, no olvidemos a los fieles difuntos, pidamos siempre al Señor de
la Misericordia
por las benditas almas del purgatorio, para que nuestras oraciones puedan
llegar a la presencia de Dios y ayudar a aquellos que necesitan de nuestras
oraciones, no seamos egoístas pensando en nosotros mismos, pensemos en las
almas del purgatorio también, que ellos oran por nosotros. No nos hagamos
demasiado lío pensando en esto, sabemos que a esa presencia de Dios tenemos que
entrar con nuestras vestiduras blancas, es decir, nuestra alma sin pecado y sin
mancha, sin pena y sin culpa. Eso lo podemos ir logrando con una vida buena,
pacífica, piadosa, una vida agarrada a la vida SACRAMENTAL, para eso están los Sacramentos.
Pero si no lo logramos del todo aun si vamos por buen camino, unos
tardaremos más y otros menos en llegar al Señor, pero lo importante es que
estemos en ese buen camino y que lleguemos y lo más importante, que creemos en
Cristo el Señor, que dio su vida en rescate por todos, Él nos ha purificado con
su muerte para que nosotros, muertos al pecado, vivamos para Dios.
Es una tarea complicada y difícil, pero no imposible, no por nosotros o porque nosotros nos creamos merecedores de tal sdalvación, lo lograremos por Él que nos dijo: "Sin mi no podéis hacer nada", pues poe Él podremos alcanzar la santidad.