El Señor anima y conforta a sus
seguidores antes de subir al Padre.
“Galileos, ¿Qué hacéis ahí
mirando al cielo?, es la pregunta que hacen a los discípulos dos hombres
vestidos de blanco, dos ángeles de Dios; y es la pregunta que nos siguen
haciendo a cada uno de nosotros ya que la cuestión es para donde miramos
nosotros. Si miramos al cielo por estar aguardando ese retorno anunciado o
miramos para otra parte por haber perdido la fe, la esperanza en el encuentro,
la esperanza en la Palabra proclamada.
Nuestro tiempo sin duda alguna es
un tiempo de mucha incredulidad, de muchas dudas y muchos interrogantes, yo
creo que las dudas y los interrogantes sobre la fe nos pueden ayudar a buscar
con más acierto, pero esta incredulidad está haciendo de nuestra sociedad una
sociedad vacía, sin metas, sin ilusiones, sin esperanzas. Antes la perspectiva
del encuentro con el Resucitado, de su venida como Señor de todo y de todos
daba seguridad, aplomo, confianza, pero este vivir sin esperanza, sin valores,
sin ilusión ya que la idea del cielo se pierde para muchos en un malvivir, una
especie de agujero negro que se traga las conciencias y el hombre pierde todo,
pierde hasta su propia humanidad y se animaliza, por eso crecen las guerras, el
terrorismo, la violencia de género, la violencia entre compañeros en las aulas
que tenía que ser el sitio de formación,
de adquirir valores, de llenarse de ilusiones como cuando lees un libro que te
apasiona y que deja de ser “algo” ajeno pues te atrae tanto que te involucras
en la historia, formas parte de ella; pues eso pasa, al perder la fe dejas de
involucrarte en las cosas de Dios y en la misma creación que todos por la fe
estamos llamados a perfeccionar y mejorar, pero que al contrario nuestra
sociedad va deteriorando y arruinando cada día más y más.
Por esto San Pablo insiste en
desearnos a todos nosotros que Dios nos de espíritu de sabiduría y revelación
para conocerlo y vivir en amor y esperanza y capacidad para valorar el don de
la FE, que no es cualquier DON, sin FE todos los demás dones se caen de
nuestras manos. Con la fe comienza nuestra aventura de creyentes. Aventura que
no termina en una tumba, lleva a una eternidad feliz en el cielo.
En el Evangelio escuchamos las
palabras de despedida del Señor dirigidas a sus discípulos. Son palabras para
nosotros también, es su voluntad pero también es su mandato, no nos quiere
pasivos en la vida, quiere discípulos activos que salgan a anunciar el evangelio,
pero lo más importante quiere gente que sea capaz de salir de sí misma, esto es
de nuestras comodidades, de nuestro yo, de nuestras cosas para llegar al otro,
a aquel que nos necesita, o al que está deseando escuchar una buena noticia en
medio de tanta desolación.
La ilusión para nosotros es el
saber que antes de esta PARTIDA DEL SEÑOR él todo lo puso en manos de la
IGLESIA y ahí entramos todos, todos formamos parte de ella, al menos todos
tenemos la posibilidad de formar parte de ella, por eso ojo con no ser como
algunos que dicen ser cristianos pero no creer o participar de la vida de la
Iglesia. Cristo es la cabeza y la Iglesia su cuerpo, un cuerpo sin cabeza no es
nada, una cabeza sin cuerpo tampoco. Cristo nos quiere, nos ama y nos necesita
para prolongar su amor en el tiempo presente y nosotros le amamos y le
necesitamos para recibir de él la acción constante del Espíritu Santo para
cumplir con nuestra misión en este tiempo concreto que nos ha tocado vivir.
Feliz Domingo de Resurrección.
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