jueves, 16 de noviembre de 2017

DOMINGO XXXIII DEL TIEMPO ORDINARIO DEL CICLO A



¡SE TERMINA NUESTRO AÑO LITURGICO, ESTAMOS A LA ESPERA DEL SEÑOR!

El libro de los Proverbios, en la primera lectura nos habla de las virtudes de la mujer que es hacendosa, con no es que la Iglesia quiera resaltar hoy el trabajo de la mujer, más bien quiere resaltar el trabajo de toda persona, es una llamada a la responsabilidad de cada uno de dar de nosotros siempre lo mejor, ya que esta lectura cuadrará luego con el Evangelio que nos presenta el tema de los talentos. Estamos llamados por Dios a producir. Se nos ha dado una inteligencia y unos valores para que cada uno multiplique con su dedicación y esfuerzo en beneficio de todos. Es el caso de esta primera lectura, cuando la mujer de la casa, cuando el hombre de la casa son hacendosos todo marcha bien en el hogar, todo sigue un engranaje que a la larga produce satisfacción y placer, bienestar y alegría y todos los que están en esa casa dan muestras de profundo agradecimiento por la entrega y la generosidad.

“Comerás del fruto de tu trabajo, serás dichoso, te irá bien” escucharemos en el Salmo Responsorial, ahora sobre el tema que estamos tratando, nos anima a superarnos, a producir más, a vivir mejor, con más dignidad, más vivencia. Por desgracia son muchos en nuestra sociedad que están en una situación muy precaria, pobre, sin ilusiones en la vida, sin nada. Pero lo más triste de estas situaciones es que son también muchos los que se quedan paralizados, no luchan por cambiar, por estar en mejor situación, con lo que sacan mendigando se sienten satisfechos y esto no puede ser así, eso es esconder en un  hoyo bajo tierra los talentos que Dios nos da y veremos luego en el Evangelio.

San Pablo en su carta a los Tesalonicenses nos advierte de nuestras “seguridades”, muchas veces nos engañan, nuestros planes no son los planes del Señor y los planes del Señor no son nuestros planes, por eso la advertencia del Apóstol, nadie sabe el día ni la hora y hay que estar siempre preparados, y estar preparado es haber producido en la vida frutos que permanezcan, no los materiales que como materia que son terminan aquí, pero los espirituales nos acompañan a la otra VIDA, y a esa VIDA NUEVA no se puede llegar con las manos vacías, hay pre presentar no algo, mucho, y este “mucho” se traduce en buenas obras de amor, compasión y misericordia.

Lo triste de nuestra vida es que sabiendo que el Señor es exigente, nosotros no nos esforcemos demasiado en complacerle, quizás pensando que mejor será dejarlo para más tarde, para lo mismo pensar mañana y el próximo mes o el próximo año y nos sorprenda el Señor con su llamada para ajustar cuentas y tengamos nuestros talentos en el hoyo sin producir frutos, de ser así ya sabemos que podemos esperar. No penséis que Dios es duro, al contrario, es muy comprensivo, pero al mismo tiempo, por justicia con los que sí cumplen, tiene que ser exigente con nosotros y esperar de nosotros los frutos correspondientes a los dones y telentos que hemos recibido. En ningún momento el Señor nos va a exigir más de lo que podemos dar.

Yo creo que un buen maestro que conoce perfectamente a sus alumnos sabe hasta donde llega cada uno de ellos. A la hora de poner una nota no solamente tiene que evaluar el examen en sí, tiene que ser consciente de la capacidad que tiene cada uno de ellos, pues se puede dar el caso de que uno que es muy inteligente y con una memoria que asombra saca siempre sobresalientes sin esforzarse nada, pero otro que no es tan brillante se pasa horas y horas estudiando, se sacrifica a tope, da todo lo que tiene pero sus resultados no son tan brillantes, sin embargo al poner la calificación todo este esfuerzo tiene que puntuar también, es lo justo, es lo merecido. El Señor es así con nosotros, ¡por qué no vamos a ser nosotros así con los demás?.

Que paséis un feliz Domingo día del Señor.
Atentamente,

Fr. Francisco E. García Ortega, O.P.

1 comentario:

  1. Cada persona es única e irrepetible. todas poseemos una idéntica dignidad, pero no tenemos las mismas capacidades, los mismos carismas. Bastante a menudo, esto se convierte en motivo de envidia, porque querriamos ser como la otra que cae tan bien a la gente y no estamos conformes con lo que somos y con lo que tenemos...Todo por no reconocer que Dios nos ha querido hacer a cada uno tal como somos.
    El fruto que Dios espera de cada uno es proporcional a los talentos que nos ha querido dar. Es absurdo que nos volvamos envidiosos. Lo que Dios quiere de nosotros es que nnos llevemos como hermanos y aprendamos a ser generosos. Dios no pone un listón que hay que superar; pero no tolera nuestra pasividad. Este es el pecado del que había recibido un solo talento y, como le pareció poco, lo escondió en vez de hacerlo rendir.De todas las maneras el premio más importante que Dios nos ofrece es entrar en su Casa para celebrarlo. La verdadera meta de la vida humana no es la superación de uno mismo sino la participación en la intimidad divina.

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