sábado, 27 de abril de 2019

DOMINGO SEGUNDO DE PASCUA. CICLO C


DOMINGO DE LA MISERICORDIA.

Este segundo Domingo de Pascua termina la Octava, cada día de esta Octava de Pascua ha tenido la solemnidad del Domingo de Pascua, cada Domingo del año es como un eco de la Fiesta de la Vigilia Pascual. Cristo ha resucitado, es nuestra alegría, nuestra gloria y en Cristo y por Él nuestro triunfo, pues aspiramos a la Vida plena, esa vida que solamente será posible si estamos unidos intensamente al Resucitado.

Durante esta semana hemos escuchado a San Juan en su Evangelio y en el Libro de los Hechos de los Apóstoles hablarnos de ese conocimiento progresivo que van teniendo en la Primera Comunidad de la Resurrección del Señor, principalmente a través de las apariciones del Resucitado. En la Primera lectura de este Domingo se nos habla de los signos que realizaban los Apóstoles en la medida que “avanzaban” en esta FE en la RESURRECCIÓN DEL MAESTRO. Y con esta valentía la Comunidad crecía grandemente en número y en fuerza. Esto hacía que se fuesen agregando a la Comunidad gente de distintos lugares. 

El Salmo 117,2-4,22-27 “Dad gracias al Señor porque es bueno, porque es eterna su misericordia”, nos habla de la acción de Jesús, la piedra que desecharon los arquitectos y es ahora la piedra angular, es quien da sentido a todo lo anunciado en el A.T. y quien da plenitud al plan de Redención de la Humanidad. Cron su triunfo el Señor todo lo ha hecho nuevo. A nosotros también. Nos hace nuevos con el Bautismo, con la Reconciliación y la Eucaristía.

La segunda lectura está tomada del libro del Apocalipsis, escrito a finales del s. I, donde el “enemigo” más que los judíos eran los Romanos. Esta Comunidad es ejemplo para nosotros, por la fe, la resistencia, el coraje, el valor… todo lo que ciertamente necesitaríamos tener en nuestros días, que tenemos persecuciones, pero sobre todo un sistema consumista que crea sus propios dioses y arropa y destruye todo lo que está a su alcance. El Evangelio en nuestros días no es atrayente para muchos creyentes, quizás por la ceguera del deslumbre del entorno consumista, por la cantidad de ídolos fabricados por el hombre para justificarse ante Dios o por la flojera espiritual de la sociedad, pero tendríamos que tomar esta primera Comunidad como modelo e incluso este estilo de expresar la fe para que el mensaje de Dios llegue limpio, sin contaminar a los creyentes.

Estemos también atentos a los mensajes que Jesús y Dios nos dejan personalmente y Comunitariamente, pues la Revelación de Dios sigue viva para todos los tiempos, también para nosotros, la Palabra de Dios actualiza y pone en nuestro corazón lo que se dijo en otro tiempo, aunque algunas cosas han cambiado y mucho, lo que Dios nos comunica es nuevo cada día.

El Evangelio de San Juan, 20, 19-31 nos relata dos apariciones, de domingo a domingo del Señor, donde comienza dándonos su paz y enseñando sus llagas para aplacar las dudas, y con la aparición entrega la fuerza del Espíritu para que incluso nosotros, pasando ya tantos siglos, no decaigamos. 

La actitud pobre de Tomás es reflejo de tantas actitudes de gente que si no ven no creen, cuando el Señor elogia profundamente como “Dichosos” aquellos que sin haber visto somos capaces de seguir creyendo.

Esa expresión de Tomás: “Señor mío y Dios mío” ante el convencimiento y las pruebas presentadas por Jesús ha de ser como una consigna para nosotros en cada Misa, ante el milagro de la Consagración, donde Cristo se hace presente aún en nuestros días en cada celebración de la Santa Misa, teníamos que repetirlas en voz alta o en nuestro interior con mucha frecuencia, pues Dios se nos manifiesta como a Tomás en estos Misterios Sagrados.

Por último, nos advierte San Juan que muchas cosas se han contado acerca de esto que aconteció con la Pasión, muerte y resurrección de Jesús, pero que hay muchas cosas más que no se han escrito pero que se contaron y se han ido conociendo de boca a boca y están en el recuerdo, en la memoria de la Iglesia.

Que demos más importancia a lo que se nos ha trasmitido en estos santos escritos y reafirmemos nuestra fe en Cristo Jesús y para que creyendo tengamos VIDA en Él.

Un saludo para todos los lectores y el mejor deseo de que el Señor de la Misericordia os colme de su paz y amor y os llene de bendiciones.

Fr. Francisco E. García Ortega, O.P.
Santuario de Nuestra Señora de las Caldas.
Cantabria.

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