sábado, 9 de abril de 2016

DOMINGO III DE PASCUA. CICLO C.

Un buen pastor es seguido por el rebaño, el mal pastor va detrás arreando y pegando a las ovejas, el buen pastor es querido, conocido por las ovejas y como confían en él van detrás de él confiadas y sintiéndose seguras.


“APACIENTA MIS OVEJAS”

La misión de apacentar el rebaño del Señor conlleva sus peligros, sobre todo cuando el que en realidad es o quiere ser un auténtico pastor, ya que apacentar las ovejas es entregarse de lleno a ellas y por todos los medios de aniquilarse él, el pastor, pues este no es el protagonista de esta historia, el protagonista siempre es el rebaño, el pastor es la persona escogida por el Señor para cuidar no lo que es del pastor, para cuidar lo que es del amo del rebaño, y este pastor es más bueno y eficiente en la medida que se va quitando protagonismo a sí mismo y da toda la fuerza de protagonismo a ese rebaño del Señor al que estamos los sacerdotes llamados por Dios a amar, servir y entregar nuestra vida día a día, con amor y con un corazón generoso. El que se apacienta a sí mismo es aquel que por su ego o por su ceguera solamente se ve a sí mismo como protagonista de la Historia y esto no es así, aquí, este domingo y todos los domingos del año el único protagonista siempre es Cristo, nosotros simples servidores de su Palabra y administradores fieles de los Dones y Sacramentos que brotan de su amoroso Corazón que quiere nutrir, amparar y proteger a todo el rebaño universal, nadie quiere que quede abandonado a su suerte fuera del aprisco del regaño.

Esta actitud, comprendida ya, acogida en el corazón, amada y querida es la que mueve a los Discípulos del Señor a sufrir con alegría las persecuciones con tal de ser testigos de la gran noticia de la Resurrección del Señor, ese maravilloso anuncio de la VIDA, no somos seguidores de uno que murió, seguimos al que VIVE por los siglos de los siglos.

En el Evangelio vemos como Juan está pendiente a los pequeños “signos” que da el RESUCITADO y en esos pequeños signos él le reconoce: “es el Maestro”. También nosotros tenemos que estar pendientes a los signos que Él nos manda en nuestro tiempo para hacerse presente en medio de nosotros y que seamos capaces de reconocer presente entre nosotros al Eterno, al que VIVE, a nuestro Redentor.

Por último prestemos atención a esta triple afirmación de amor y entrega que el Señor pide a aquel que por tres veces le abandonó, Él no guarda desprecio ni rencor, él es AMOR SUPREMO que acoge, perdona y manifiesta que su compasión, ternura y misericordia hacia nosotros es infinita.


Por muy mal que se pongan las cosas en nuestra vida, por muchos golpes que podamos recibir, no dejemos nunca de amar al Señor, Él es nuestra fuerza, Él está en nuestro corazón animándonos y socorriéndonos con su amor y su generosidad. Lo que recibimos de Él siempre es DON, es gratuito y ninguno de nosotros lo recibe porque lo merezca, lo recibimos porque nos ama, sin más.

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