sábado, 10 de septiembre de 2016

“LAS PARÁBOLAS DE LA MISERICORDIA”

DOMINGO XXIV DEL TIEMPO ORDINARIO. CICLO C



Un largo Evangelio que no cansa, Lucas, 15, 1-32.

Escuchamos en las Misas de este domingo las tres parábolas de la Misericordia, además con la fuerza que da hacerlo precisamente en este año de la Misericordia. Estas tres parábolas son la de la oveja perdida, la moneda perdida y el Hijo Pródigo o el Padre Misericordioso.

Que ternura la del Señor al hablarnos de la bondad para aquel que se pierde, que equivoca el camino, que va por malos pasos… él no ve en la persona la maldad, la persona es la persona y el pecador es esclavo del pecado, quiere solamente ver al pecador libre de las ataduras que le amarran, se esclavizan, le quitan la libertad. Nosotros, por desgracia no solemos ser así, vemos al pecador y ya vemos en él a un diablo, alguien despreciable, falto de principios, de valor, de interés. Nuestro Padre Santo Domingo suspiraba en ocasiones con grandes voces en la iglesia, cuando creía que nadie escuchaba: “Que será de los pobres pecadores”. Esa es la cuestión, rechazar, por supuesto todo pecado, pero acoger con bondad al pecador. En eso consiste el dejar a las 99 ovejas que ya están convertidas e ir en busca de la perdida, va a por la persona, va a rescatar a esta persona, a darle a esta persona pecadora la dignidad que el pecado le ha arrebatado, a quitar esa suciedad del pecado y lavar su rostro, a hacer del pecador un hombre nuevo.

Es el mismo caso de aquel que pierde la moneda y al recuperarla hace fiesta y llama a las vecinas diciendo: “He encontrado mi moneda”, he encontrado la gracia que por el pecado había perdido, he recuperado lo que antes era y por la maldad dejé de ser.

También el mismo tema, aunque magníficamente narrado en la parábola mal llamada del Hijo Pródigo, que tendríamos que llamar del Padre Misericordioso.


En esta, además de comprobar todo lo anterior, vemos con claridad la postura del Padre del Cielo ante nuestra miseria humana, cómo nos da la mano, nos levanta del barrancal del pecado, nos limpia y pone un traje de fiesta, nos prepara un banquete y nos acompaña a su lado en la mesa. A nuestra ingratitud, ceguera, desobediencia Él responde solamente con AMOR, pero no con un amor  nuestro estilo, con un amor a su estilo, sí, al estilo de Dios.

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