jueves, 6 de noviembre de 2014

Este Domingo: DEDICACION DE LA BASOLICA DE SAN JUAN DE LETRAN:


Es su Catedral, nos unimos a Él, nuestro amado Papa Francisco y pedimos por su complicada misión. Cuesta mucho ser auténticos y querer una Iglesia auténtica, con nuestras oraciones lo puede conseguir.


 

El templo de Dios es santo: ese templo sois vosotros.


Lectura de la profecía de Ezequiel 47,1-2.8-9.12:
En aquellos días, el ángel me hizo volver a la entrada del templo. Del zaguán del templo manaba agua hacia levante –el templo miraba a levante–. El agua iba bajando por el lado derecho del templo, al mediodía del altar. Me sacó por la puerta septentrional y me llevó a la puerta exterior que mira a levante. El agua iba corriendo por el lado derecho.
Me dijo: «Estas aguas fluyen hacia la comarca levantina, bajarán hasta la estepa, desembocarán en el mar de las aguas salobres, y lo sanearán. Todos los seres vivos que bullan allí donde desemboque la corriente, tendrán vida; y habrá peces en abundancia. Al desembocar allí estas aguas, quedará saneado el mar y habrá vida dondequiera que llegue la corriente. A la vera del río, en sus dos riberas, crecerán toda clase de frutales; no se marchitarán sus hojas ni sus frutos se acabarán; darán cosecha nueva cada luna, porque los riegan aguas que manan del santuario; su fruto será comestible y sus hojas medicinales.»

Lectura de la primera carta del apóstol san Pablo a los Corintios (3,9-11.16-17):

Sois edificio de Dios. Conforme al don que Dios me ha dado, yo, como hábil arquitecto, coloqué el cimiento, otro levanta el edificio. Mire cada uno cómo construye. Nadie puede poner otro cimiento fuera del ya puesto, que es Jesucristo. ¿No sabéis que sois templo de Dios y que el Espíritu de Dios habita en vosotros? Si alguno destruye el templo de Dios, Dios lo destruirá a él; porque el templo de Dios es santo: ese templo sois vosotros.

Lectura del santo evangelio según san Juan 2,13-22:

Se acercaba la Pascua de los judíos, y Jesús subió a Jerusalén.
Y encontró en el templo a los vendedores de bueyes, ovejas y palomas, y a los cambistas sentados; y, haciendo un azote de cordeles, los echó a todos del templo, ovejas y bueyes; y a los cambistas les esparció las monedas y les volcó las mesas; y a los que vendían palomas les dijo: «Quitad esto de aquí; no convirtáis en un mercado la casa de mi Padre.»
Sus discípulos se acordaron de lo que está escrito: «El celo de tu casa me devora.»
Entonces intervinieron los judíos y le preguntaron: «¿Qué signos nos muestras para obrar así?»
Jesús contestó: «Destruid este templo, y en tres días lo levantaré.»
Los judíos replicaron: «Cuarenta y seis años ha costado construir este templo, ¿y tú lo vas a levantar en tres días?»
Pero él hablaba del templo de su cuerpo. Y, cuando resucitó de entre los muertos, los discípulos se acordaron de que lo había dicho, y dieron fe a la Escritura y a la palabra que había dicho Jesús.



Este Domingo celebramos la fiesta de la Dedicación de la Basílica Romana de San Juan de Letrán, la Catedral del Papa. Por tanto esta fiesta nos une entrañablemente a la figura del Santo Padre, como centro y guía de una Cristiandad que, si bien ha de mirar a Roma, signo de unidad y colegialidad entre las Iglesias, la Palabra de Dios que proclamamos nos señala la forma de hacerlo, esta manera de mirar esta unidad de todas las Iglesias es teniendo a Cristo como cimiento de toda nuestra vida.

Cuando viajas y contemplas los grandes edificios –de esto nos habla la segunda lectura- edificios de piedra, quedas maravillado por tanto arte, tanta precisión, tanta belleza, tanto trabajo realizado, lo que ves es el edificio construido, pero este se sostiene, perdura en el tiempo gracias a que ha tenido una sólida cimentación, si falla el cimiento –que es Cristo- el edificio se viene abajo. Por eso Cristo es el cimiento y nosotros somos las piedras vivas del gran templo de Dios.

En la primera lectura se nos habla del agua que corre y purifica. Es la acción constante del cristiano, agua que no corre se pudre, no tiene vida, huele mal, no sirve para nada, es agua muerta. El cristiano “nace” a la vida de Dios o vida en Dios con el agua del Bautismo, y toda su vida ha de estar orientada a este hecho, esta acción, no podemos olvidarnos de que entramos al agua bautismal muertos a la Gracia de Dios y surgimos de ella revividos, resucitados, somos unas nuevas criaturas, no por un tiempo, un momento, en lo que dura la ceremonia, es para toda la vida, para una vida que transciende hasta la eternidad. Pero no hemos sido revividos “para nosotros”, como algo mío, lo ha hecho Cristo para todos, para la asamblea, para la Iglesia, por eso nuestro río tiene que estar siempre fluyendo, siempre manando, siempre aportando para los demás agua viva, no podemos dejarnos secar pues entonces dejaríamos de estar en la línea de salvación de Cristo Jesús.

 En el Evangelio se nos habla de este mismo tema, el Templo. Él es el templo que cuando sea destruido a los tres días aparecerá nuevo, reconstruido; pero Cristo lo cambia inmediatamente señalándote a ti, tú eres el Templo vivo de Dios,  es el hombre, el hombre salvado por Cristo, el hombre lavado por su sangre, y por tanto tenemos que mantener limpio en todos los sentidos de la palabra este templo que somos de Dios y libre de todo “negocio” encaminado al egoísmo, la codicia, la maldad y tantas cosas que nos puede apartar de ese camino que Dios quiere de nosotros y para nosotros.

Otra cosa que también podemos sacar en consecuencia de esta fiesta es el templo material, el que usamos para nuestras asambleas, para la distribución de la riqueza de nuestros Sacramentos. Bien podíamos esmerarnos un poco más por él, sí, somos nosotros el TEMPLO VIVO pero ese otro templo, nuestra parroquia, nuestra iglesia ha de ser motivo de nuestro esfuerzo, esfuerzo en conservarlo digno para el culto del Señor, pero más aún mantener DIGNO por nuestra viveza de la fe, por nuestra participación, en la misa, en los sacramentos en los que participamos, en las acciones que allí realizamos. No es la “casa” de llegar, sentarnos, pasar media hora y marcharnos, es nuestra casa, ahí vamos a alimentarnos, a vivir la proclamación de la Palabra, una palabra que ha de fortalecernos, vivificarnos, alegrarnos, hacernos nuevos cada semana y unos Sacramentos que hemos de poner toda nuestra fe, devoción y esmero para celebrarlos y para vivirlos. De ello depende ni más ni menos que nuestra salvación. Pero aquí nadie te obliga, tú eres el que tiene que obligarte a vivirlo así pues de ti depende que seas piedra viva, agua viva o que decidas colocarte aparte del cimiento sin formar parte del edificio Templo de Dios.


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