Ha llegado la hora de que sea glorificado el Hijo del hombre.
En
la primera lectura el Dios del Pueblo elegido habla de una nueva alianza con el
hombre, esta vez esa alianza se realizará y se vivirá en el corazón del hombre,
Dios llamará a cada uno de los hombres para que descubramos cual es su
voluntad, para que le amemos de corazón, para que le amemos desde el corazón y
no con recordatorios fríos y con leyes vacías. Este nueve pacto de Dios con los
hombres nos mostrará al Dios del AMOR y de la MISERICORDIA.
Misericordia que recordaremos también en el Salmo
responsorial.
La
segunda lectura de la carta a los Hebreos, con dos versículos nos habla de Jesús,
de su vida de entrega al Padre, una entrega que no es fácil, que conlleva
sufrimiento, dolor, una entrega como ha de ser la nuestra, ya que no hay
entrega válida si uno no muere a sí mismo para vivir por entero para Dios. Este
aprendizaje de Jesús nos enseña a nosotros a aprender cada día, pero más que
nunca en este tiempo ya avanzado de la Cuaresma a ser hombres y mujeres nuevos, dejando
atrás nuestra vida de pecado para vivir en la
GRACIA DE DIOS. Vivir esa GRACIA como
experiencia del que renuncia a todo para ser de Dios.
En
el Evangelio de Juan de este domingo se nos vuelve a hablar de este sufrimiento
de Jesús, redimir, salvar a la humanidad no es un trabajo sencillo, ni un
trabajo de un momento: la Pasión,
es el trabajo de toda una vida de entrega al Padre, una vida resumida en “esta
hora” la hora de la verdad, la hora del Sí de Jesús a la voluntad de Dios
nuestro Padre, la hora de la CRUZ,
una CRUZ que se eleva para que nos acerquemos todos a Él y escuchemos la voz
del Padre: “Lo he glorificado y volveré a glorificarlo” palabras que confirman
una aceptación plena y decidida de Jesús de dar cumplimiento a la misión de
entrega y sacrificio por la humanidad, y que a la vez nos indica que no es un
trabajo en solitario por parte de Jesús, se entrega por amor a la humanidad,
por su amor a la Humanidad
y por el amor del Padre al Hijo y a la Humanidad.
Que
veamos que la tentación de Cristo no se quedó solamente en la lejanía del
desierto al inicio de este camino de cuaresma, esa tentación y el tentador están
presente en todo este proceso de la subida de Jesús a Jerusalén, como está
presente en todo nuestro proceso de conversión de la cuaresma hacia la Pascua de nuestro proceso
de conversión, donde el tentador también quiere desviar nuestra mirada de la CRUZ redentora para que distraídos
nuestros posos caminen por otros caminos, no de renuncia y sí de placeres, por
eso anímate a mirar a lo alto, al que atravesó la lanza, de ver la Cruz redentora y asumir esa
cruz como nuestra, tuya y mía y poner en ella toda nuestra vida, para que
vivamos esa experiencia de muerte y vida y lleguemos así a la Pascua resucitados y
justificados.
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