lunes, 23 de diciembre de 2013

Acogida y Acción en la vida cotidiana de la Iglesia Católica.




A la luz de la Palabra de Dios que experimentamos cotidianamente. La Palabra nos cuestiona y nos interroga, muchas veces aún va más lejos, pone en tela de juicio todas las actividades que como Católicos realizamos, todas nuestras acciones, nuestras predicaciones, nuestro saber y nuestro anhelo cristiano.

Estamos inmersos en una cultura altamente sensible y receptiva a la defensa de los derechos humanos, los derechos de la mujer, los derechos de los niños, los derechos de los no nacidos…  acostumbrados a toda acción humanizadora y solidaria.

Pero al mismo tiempo vivimos sumergidos en el seno de una cultura fría, calculadora, egoísta, centrada en el ego de la persona humana, en el cruel “yo” que nos impide ver al otro, al que comparte piso en nuestro portal, al que vive en nuestro barrio, al que participa en nuestra Comunidad parroquial. Una cultura donde se propicia el desamparo, la soledad, el aislamiento, la exclusión social, religiosa, comunitaria de muchas personas “porque no son como nosotros” o también “porque están acabadas” por su enfermedad o por vejez.

Esta sociedad cultural cree más en los testigos que en los maestros, por eso los creyentes tenemos que dar hoy en día una visión más creíble del rostro histórico de Dios, ese Dios invisible para tantas personas, ese Dios misterioso y que para muchos se torna inalcanzable.

Para hacer presente a este Dios, para hacerlo visible en medio de este mundo descreído, agnóstico, ciego y sordo, tenemos que esforzarnos en la ACOJIDA, y así mostrar a todas las personas a nuestro Dios que es cariñoso con todos, que es misericordioso con todas sus criaturas, que a todos ama, que no condena, que siempre perdona, que es misericordia infinita. Es el Dios que Jesús nos ha revelado y que dista mucho de ese Dios en ocasiones vengador y en muchos casos cruel  del Antiguo Testamento. Dios es el Dios de Jesús. Y el Dios de Jesús es nuestro Dios.

Pero, por otra parte, vemos la poca eficacia que por desgracia puede tener la ACOGIDA, dada la poca gente que viene a nuestras iglesias, es menester que los pastores de almas cambiemos nuestro modo de actuar, y como indica la acción Pastoral salgamos a las periferias a buscar “la oveja perdida”, pero para buscar esta “oveja” tenemos que tener algo que ofrecer, algo que dar, algo que haga más atrayente lo ofrecido a lo que han experimentado en su vida "perdida".

Hay un peligro, según mi punto de vista, aferrarse a lo moral, a lo estrictamente jurídico, a lo estipulado. Y eso es peligroso, sí, altamente peligroso, como queda tan profundamente marcado en todo el Evangelio de Jesús con la actitud de los Fariseos, cuando se da más importancia a la ley que a la persona.

En estos días se habla mucho del tema del aborto, del gran crimen que supone el hecho de que una madre mate a su hijo dentro de sus entrañas, y desde el punto de vista del amor de Dios cuesta hasta creer que un hecho así pueda llegar a realizarse, pero la realidad es que se realiza, pero no un hecho aislado, miles y miles de hechos.

¿Dónde tiene que poner la Iglesia el acento?  Para mí seguro que no en la condena y sí en la búsqueda, como el Buen Pastor que sale en busca de la oveja perdida, salir a buscar a la futura madre descarriada y dialogar con ella, comprender sus miedos y sus angustias y ayudarle en sus necesidades, así veríamos que en nuestra sociedad muchos casos de abortos cederían, darían paso a más nacimientos y se arrancarían de muchos corazones la angustia, el dolor, la desesperación, la agonía que en tantas mujeres se vive cuando pasan los años y no son capaces de perdonarse por lo que hicieron. Muchas no lo habrían realizado si hubieran encontrado una institución que se ofreciera a dar amor, comprensión y ayuda, en ves de condenación y desprecio.

Esto solo puede cambiar, si como dice el Papa Francisco, los Pastores y todos aquellos que desde las instituciones de la Iglesia, los encargados de la acción pastoral seglar, las instituciones de vida religiosa, toda la Pastoral de la Iglesia tenemos “olor a oveja” y aprendemos a acoger con misericordia y a salir de las cuatro paredes de nuestras instituciones y vamos a las periferias, donde se viven los dramas de la vida, a ofrecer ayuda y consuelo a aquellos que la necesitan, así verán de manera distinta a la Iglesia y sabrán valorar su misión y su trabajo. Menos juzgar y más actuar queridos hermanos.

Que este año que se acerca nos traiga paz y amor para dar y compartir, pues solamente dando es que podemos recibir y dándonos con generosidad daremos sentido a nuestra vida consagrada a Dios y a su acción de amor y de Misericordia. Solo así podemos enseñar, mostrar el Rostro amado de nuestro Dios a la gente del Siglo XXI.

Granada, 23 de Diciembre de 2013.

Fr. Francisco E. García Ortega, O.P.




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