viernes, 4 de abril de 2014

DOMINGO V DE CUARESMA. CICLO A.




Yo soy la resurrección y la vida



Lectura de la profecía de Ezequiel 37,12-14:

Así dice el Señor: «Yo mismo abriré vuestros sepulcros, y os haré salir de vuestros sepulcros, pueblo mío, y os traeré a la tierra de Israel. Y, cuando abra vuestros sepulcros y os saque de vuestros sepulcros, pueblo mío, sabréis que soy el Señor. Os infundiré mi espíritu, y viviréis; os colocaré en vuestra tierra y sabréis que yo, el Señor, lo digo y lo hago.» Oráculo del Señor.

Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Romanos 8,8-11:

Los que viven sujetos a la carne no pueden agradar a Dios. Pero vosotros no estáis sujetos a la carne, sino al espíritu, ya que el Espíritu de Dios habita en vosotros. El que no tiene el Espíritu de Cristo no es de Cristo. Pues bien, si Cristo está en vosotros, el cuerpo está muerto por el pecado, pero el espíritu vive por la justificación obtenida. Si el Espíritu del que resucitó a Jesús de entre los muertos habita en vosotros, el que resucitó de entre los muertos a Cristo Jesús vivificará también vuestros cuerpos mortales, por el mismo Espíritu que habita en vosotros.

Lectura del santo evangelio según san Juan 11,3-7.17.20-27.33b-45:

n aquel tiempo, las hermanas de Lázaro mandaron recado a Jesús, diciendo: «Señor, tu amigo está enfermo.»
Jesús, al oírlo, dijo: «Esta enfermedad no acabará en la muerte, sino que servirá para la gloria de Dios, para que el Hijo de Dios sea glorificado por ella.»
Jesús amaba a Marta, a su hermana y a Lázaro. Cuando se enteró de que estaba enfermo, se quedó todavía dos días en donde estaba.
Sólo entonces dice a sus discípulos: «Vamos otra vez a Judea.»
Cuando Jesús llegó, Lázaro llevaba ya cuatro días enterrado. Cuando Marta se enteró de que llegaba Jesús, salió a su encuentro, mientras María se quedaba en casa. 
Y dijo Marta a Jesús: «Señor, si hubieras estado aquí no habría muerto mi hermano. Pero aún ahora sé que todo lo que pidas a Dios, Dios te lo concederá.»
Jesús le dijo: «Tu hermano resucitará.»
Marta respondió: «Sé que resucitará en la resurrección del último día.»
Jesús le dice: «Yo soy la resurrección y la vida: el que cree en mí, aunque haya muerto, vivirá; y el que está vivo y cree en mí, no morirá para siempre. ¿Crees esto?»
Ella le contestó: «Sí, Señor: yo creo que tú eres el Mesías, el Hijo de Dios, el que tenía que venir al mundo.»
Jesús sollozó y, muy conmovido, preguntó: «¿Dónde lo habéis enterrado?»
Le contestaron: «Señor, ven a verlo.»
Jesús se echó a llorar. Los judíos comentaban: «¡Cómo lo quería!»
Pero algunos dijeron: «Y uno que le ha abierto los ojos a un ciego, ¿no podía haber impedido que muriera éste?»
Jesús, sollozando de nuevo, llega al sepulcro. Era una cavidad cubierta con una losa.
Dice Jesús: «Quitad la losa.»
Marta, la hermana del muerto, le dice: «Señor, ya huele mal, porque lleva cuatro días.»
Jesús le dice: «¿No te he dicho que si crees verás la gloria de Dios?»
Entonces quitaron la losa.
Jesús, levantando los ojos a lo alto, dijo: «Padre, te doy gracias porque me has escuchado; yo sé que tú me escuchas siempre; pero lo digo por la gente que me rodea, para que crean que tú me has enviado.»
Y dicho esto, gritó con voz potente: «Lázaro, ven afuera.»
El muerto salió, los pies y las manos atados con vendas, y la cara envuelta en un sudario. 
Jesús les dijo: «Desatadlo y dejadlo andar.»
Y muchos judíos que habían venido a casa de María, al ver lo que había hecho Jesús, creyeron en él.




La palabra de Dios en este V Domingo de Cuaresma nos alecciona sobre la muerte y la vida. Muertos al pecado viviremos eternamente con el Señor, pero el que se aferra a la vida y solamente pide vivir más y mejor en este vida es que se olvida de la Vida Eterna.
Jesús, el Señor no curó al ciego de nacimiento, o al postrado en la camilla o a la mujer con flujo de sangre por quitar el sufrimiento o alargar la vida evitando la enfermedad, Cristo hace los milagros para que cada uno de nosotros valoremos la Vida, pero que seamos consecuentes que la VIDA no la mata la enfermedad o las dolencias, o la misma edad, la Vida la mata el pecado, que nos arranca de ella para introducirnos en el sepulcro sin esperanza, en la muerte sin vida, en el caos sin resplandor y dicha.

Con la resurrección del amigo Lázaro vemos como gracias a Jesús se da la victoria de la vida sobre la muerte. Lo que hoy apreciamos en el amigo pronto lo veremos en el mismo Señor que saldrá victorioso de la muerte al resucitar al tercer día.

Jesús recibe el aviso de que su amigo Lázaro está enfermo y dos días después va a verlo, pero cuando llegó ya había muerto hacia cuatro días. Jesús, que lo quería mucho fue llorando, con Marta la hermana de Lázaro hasta la tumba. Entonces oro al Padre dándole gracias y después grito: ¡Lázaro ven afuera! Y Lázaro resucitó.

Ya en la primera lectura del Profeta Ezequiel escucharemos:

“Yo mismo abriré vuestros sepulcros, y os haré salir de vuestros sepulcros, pueblo mío, y os traeré a la tierra de Israel. Y, cuando abra vuestros sepulcros y os saque de vuestros sepulcros, pueblo mío, sabréis que soy el Señor”

Jesús con este milagro nos está mostrando, antes de experimentar su pasión y su propia muerte, que el es el autor de la Vida, y que desde la Cruz Él derrotará la muerte, arrancará su infectado aguijón y nos infundirá ese “Espíritu Nuevo” que nos posibilitará para vivir sin el morir eterno, la muerte ha sido derrotada por Él y nosotros sus seguidores, sus amigos –como Lázaro- ya no somos esclavos del pecado y por consecuencia de él de la muerte, somos de Cristo, por tanto pertenecemos a la Vida y esa vida plena solo se encuentra en Dios.

En la carta del Apóstol San Pablo a los Romanos escuchamos:

“…Pero vosotros no estáis sujetos a la carne, sino al espíritu, ya que el Espíritu de Dios habita en vosotros. El que no tiene el Espíritu de Cristo no es de Cristo. Pues bien, si Cristo está en vosotros, el cuerpo está muerto por el pecado, pero el espíritu vive por la justificación obtenida.”

Si estamos  movidos por el Espíritu realizaremos las obras del Espíritu. Es luz, porque el Espíritu es luz, en medio de su mundo. Un cristiano que no testifica lo que cree, que no ilumina –lo veíamos el domingo pasado-, que no anuncia el Evangelio con la claridad de su vida, un cristiano que es totalmente opaco no está en Cristo y está en la oscuridad plena, total. Hay que alumbrar, ser “lumbreras”, faros que indiquen una presencia, ser un Pentecostés, que el fuego del Espíritu ilumine e irradie todas nuestras obras, nuestras acciones, aunque sean pequeñas o cotidianas, nuestra vida tiene que ser un reflejo de la FE que tenemos, un reflejo de aquel en quien nos fiamos, en quien confiamos y nosotros confiamos y nos fiamos de Cristo y de su Evangelio que tiene que transformar y cambiar nuestras vidas.

“La vida en el Espíritu” no es una mera conversión y ya está, es una eclosión, nos abre a algo desconocido pero a la vez algo anhelado, a una nueva esperanza de la cual creemos y nos fiamos por ser una promesa de Cristo. Él que experimentó el dolor y la pena por la muerte de un amigo y fue capaz de traerle de vuelta del mundo de los muertos a la vida, Él que murió y resucitó, y descendió hasta las profundidades de los infiernos, para abrir las mazmorras de todos los esclavizados por la muerte, Él realizará en todos nosotros este paso de la muerte a la Vida. Nosotros resucitaremos.


Encaminémonos con confianza por la senda de la Cuaresma meditando bien en las lecturas que cada domingo nos presenta la liturgia, pues al final nos conducen a la victoria total. A la Pascua del Señor, al triunfo total y definitivo.


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