viernes, 22 de noviembre de 2013

“Hoy estarás conmigo en el paraíso”



Domingo XXXIV del tiempo ordinario
”Jesucristo, Rey del Universo” Ciclo C.

 
SEÑOR DE LA HUMILDAD DE SANTO DOMINGO DE GRANADA.

Lectura del santo evangelio según san Lucas 23,35-43:


En aquel tiempo, las autoridades hacían muecas a Jesús, diciendo: «A otros ha salvado; que se salve a sí mismo, si él es el Mesías de Dios, el Elegido.» Se burlaban de él también los soldados, ofreciéndole vinagre y diciendo: «Si eres tú el rey de los judíos, sálvate a ti mismo.» Había encima un letrero en escritura griega, latina y hebrea: «Éste es el rey de los judíos.» Uno de los malhechores crucificados lo insultaba, diciendo: «¿No eres tú el Mesías? Sálvate a ti mismo y a nosotros.» Pero el otro lo increpaba: «¿Ni siquiera temes tú a Dios, estando en el mismo suplicio? Y lo nuestro es justo, porque recibimos el pago de lo que hicimos; en cambio, éste no ha faltado en nada.» Y decía: «Jesús, acuérdate de mí cuando llegues a tu reino.» Jesús le respondió: «Te lo aseguro: hoy estarás conmigo en el paraíso.»

 
Este no es, está muy bien la devoción, pero no se acerca en nada a la realidad.

“Hoy estarás conmigo en el paraíso”, estas palabras nos reconfortan:

Cuando Cristo, el Señor estaba crucificado, romanos y judíos le decían con burla: ¡Si tú eres el Rey de los judíos, sálvate a ti mismo!. Uno de los crucificados con él, sin embargo le dijo: Jesús, acuérdate de mí cuando llegues a tu Reino. Y Jesús le respondió: Hoy estarás conmigo en el paraíso. Te lo aseguro.
Estas palabras nos dan confianza, seguridad, nos transmiten el amor que está por encima de todo. Es ese motor que movió a Jesús a entregarse, pese a la soledad, al abandono de los amigos, a la ceguera de las autoridades religiosas del judaísmo, a la necedad y cobardía de los gobernantes del Imperio Romano, que no supieron tener el coraje y la gallardía para defender a Jesús y que por miedo le entregaron a la CRUZ, sí, se lavaron las manos, pero le entregaron sabiendo que era el “Rey” del Universo, el inocente, sabiendo que no había hecho mal alguno, sabiendo que era el justo.
Con la celebración de esta Fiesta de “Cristo Rey del Universo” culminamos el año Litúrgico, en el que celebramos el resumen del misterio de Jesús. Recorrimos en estos tres años el Camino del Evangelio, el mensaje, su Palabra, su Vida, ahora, en este nuevo periodo de Adviento comenzamos el ciclo A, es decir, comenzamos de nuevo este caminar que durará tres años para completar el ciclo litúrgico.
 Este tiempo es una síntesis de la “nueva vida” que nos trajo Cristo muerto y resucitado para que nosotros podamos construir nuestra historia humana según los planes de Dios. Cada día nuestro caminar como peregrinos al encuentro de nuestro Redentor ha de recorrer con alegría su vida y viviendo esa vida podremos tener las garantías necesarias que con confirmen que llegaremos a la Salvación que Él nos ofrece, pagada con precio de sangre, con su sangre hemos sido comprados para Dios, por eso el Apóstol nos cice en la segunda lectura: “Él nos ha sacado del dominio de las tinieblas, y nos ha trasladado al reino de su Hijo querido, por cuya sangre hemos recibido la redención, el perdón de los pecados. Él es imagen de Dios invisible, primogénito de toda criatura; porque por medio de él fueron creadas todas las cosas: celestes y terrestres, visibles e invisibles, Tronos, Dominaciones, Principados, Potestades; todo fue creado por él y para él. Él es anterior a todo, y todo se mantiene en él. Él es también la cabeza del cuerpo: de la Iglesia. El es el principio, el primogénito de entre los muertos, y así es el primero en todo. Porque en él quiso Dios que residiera toda la plenitud. Y por él quiso reconciliar consigo todos los seres: los del cielo y los de la tierra, haciendo la paz por la sangre de su cruz”.
“Es verdad que esta fiesta es de reciente creación. En 1925, Pío XI la instituyó ante unas circunstancias, un tanto discutibles, de la vieja Europa. El contenido de esta fiesta, no obstante, tiene sus raíces en el inicio del cristianismo. La expresión “Cristo reina” tiene su equivalencia en la profesión de fe: “Jesús es el Señor”. Esta afirmación era constante en la predicación apostólica.
Con la reforma litúrgica esta Fiesta ha quedado situada como culminación del año Litúrgico y nos hace referencia a su aspecto humano y espiritual, y no a los tintes políticos que tenía anteriormente. Jesucristo aparece como un rey sin poder, sin espacio o nación donde reinar. La Iglesia pretende que descubramos un Jesús que quiere que todos los hombres sean hermanos, que los pueblos no tengan fronteras y que por todas partes se extienda la solidaridad más universal que nos llevan a una verdadera paz. Bonito colofón para clausurar, también, el Año de la Fe” (Comentario de Fr. Manuel Gutiérrez Bandera, O.P, en el portal de la Orden de Predicadores).
Pero no podemos ni debemos nunca quedarnos con esa imagen un tanto triunfalista de Jesús sentado en un trono, coronado de oro, con cetro real y la bola del mundo en la mano. La imagen real y certera de Cristo Rey es crucificado en la Cruz Salvadora, con sus brazos abiertos a toda la humanidad, acogiendo a todos, amando a todos, perdonando a todos, ofreciéndonos a todos su gran regalo de amor y de misericordia, el amor de Dios, su amor a nosotros, su perdón, su acogida.
Corona, por supuesto que le pusieron, pero no de oro, de espinas, y manto real y vara también, pero para burlarse, para la mofa, para el desprecio, para la humillación. En nuestro templo de Santo Domingo de Granada tenemos una imagen que plasma perfectamente este momento, la del Cristo de la Humildad donde le contemplamos humilde y paciente soportando las burlas esperando la Cruz. Con ella nos llega el perdón, solamente con ella, con la Cruz, ese es su único trono. ¡Oh bendita Cruz!.

Este sí es el Cristo que ha de reinar en nuestros corazones, el Cristo que nos pide cargar con nuestras propias cruces y seguirle, el Cristo que espera de nuestra bondad y seamos para con los demás cirineos que velen por los más necesitados, los pobres, los afligidos, los débiles.

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