“Hijo, tú estás siempre
conmigo, y todo lo mío es tuyo: deberías alegrarte, porque este hermano tuyo
estaba muerto y ha revivido, estaba perdido, y lo hemos encontrado”
En
la primera lectura del Libro de Josué, 5, el Señor dice: “Hoy os he despojado
del oprobio de Egipto”, este no es un anuncio solamente dirigido a los
israelitas liberados de la esclavitud y errantes durante cuarenta años por el
desierto, es un anuncio para nosotros, que por el gran amor que Dios nos tiene
nos despoja, por Jesucristo, su Hijo,
del oprobio del pecado y nos alimenta, no con maná, con su propio Cuerpo
y Sangre, para que libres del pecado podamos caminar nuestro propio peregrinaje
con una cabeza bien alta, no agachados y avergonzados por nuestros pecados, y
sí sintiéndonos salvados por aquel que no vaciló un instante en abrazar el leño
de la Cruz para
rescatarnos a precio de Sangre, vida por vida, para manifestar su AMOR y su
MISERICORDIA.
Este
es el mismo mensaje que nos deja la segunda lectura de San Pablo a los
Corintios, 5,17, nos dice algo que siempre hemos de recordar: “Dios mismo
estaba en Cristo reconciliando al mundo consigo” y nos deja una misión:
RECONCILIAR.
Cada
uno de nosotros tenemos que reconciliarnos con Cristo, pero también tenemos el
mandato divino de vivir reconciliados con el hermano. Aquí se marca
perfectamente estas dos dimensiones de la vida cristiana (+) una horizontal:
hombre-Dios y otra vertical:
hombre-hombre. Curiosamente algunos creen muy importante esa dimensión Hombre-Dios,
pensando que si están bien con Dios, personalmente, Él está contento con
nosotros y no se preocupará tanto de cómo actúo yo con mi prójimo, pero la
realidad es que si yo en las relaciones con el hermano, con el prójimo,
abandono esta misión de ser MISERICORDIOSO, ROMPO automáticamente mis
relaciones con Dios, pues actuamos como enviados de Cristo y no podemos actuar
en la vida desprestigiando ni el plan de Dios para los hombres ni el Evangelio
del Señor, no el Evangelio escrito, el que anunciamos a los demás con nuestro
comportamiento, con las acciones cotidianas, con nuestra manera de actuar desde
el amor, desde la compasión y la MISERICORDIA.
También
está entrelazado el Evangelio de San
Lucas, 15, 1-3, 11-32; con la hermosa parábola del Señor que estamos
acostumbrados a llamar la del “hijo pródigo”, pero que se asemeja quizás más
aún a la del “Padre misericordioso” sin olvidarnos de lo que puede ser una
trampa para cada uno de nosotros cuando nos sentimos como el hijo cumplidor y
obediente que tenemos como asegurada ya “pertenencia” a la Casa del Padre, aquí, en esta
parábola, como en la vida misma ni el malo es tan malo ni el bueno es tan
bueno, lo único seguro es que el Padre está lleno de AMOR, así, con mayúsculas,
un amor esperanzado, compasivo, alegre, lleno de vida, un amor que lo cambia
todo, lo transforma, lo hace nuevo, ese amor que nosotros necesitamos para
nosotros mismos, para nuestras Comunidades, para la Iglesia , que nos
convierta, nos haga nuevos cada día y nos de la certeza que Él y solo Él es
capaz de vestirnos con el auténtico traje de fiesta para poder pasar a su
banquete.
En
este año de la
Misericordia es importante que leamos y releamos muy bien
esta parábola para que nos motive a vivir la experiencia del cambio, la conversión,
y busquemos par ello, para alcanzarlo plenamente del Sacramento de la Reconciliación.
No hay otra manera, nadie puede inventarse otra forma,
solamente a través de él, con un corazón contrito, seremos capaces de
revestirnos de nuevo, dejando a un lado los harapos, consecuencia de nuestros
pecados, y vivir en el amor de Dios, sabiéndonos de verdad, todos, cada uno de
nosotros, predicadores de la MISERICORDIA.
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