martes, 29 de enero de 2013

IV DOMINGO DEL T.O. Ciclo "C". (Fiesta de San Blas)


Cristo, eterna Palabra




Hoy celebramos ya el cuarto domingo del Tiempo Ordinario. Y este día 3 de Febrero es el día de san Blas, obispo y médico de Sebaste, Armenia. Como médico, Blas salvó muchas vidas, pero su intervención más famosa fue la relativa a la extracción de una espina clavada en la faringe de un niño y que, sin duda, le hubiese causado la muerte. Por esto es conocido como abogado de las enfermedades y problemas de garganta y recordado en la tradición de nuestra orden con una bendición de las gargantas individual para todos los feligreses que acuden a nuestros templos, yo lo practiqué siguiendo la costumbre de los Dominicos holandeses en Puerto Rico, y en Málaga también se hizo común esta bendición y se repartía un rosco de pan bendito a la feligresía parroquial de Santo Domingo. Es este Blog de El Duende del Perchel en años anteriores tengo reseñado la celebración de esta fiesta con las bendiciones de las gargantas, usando la tradicional fórmula y dos velas (apagadas, por supusto) bendecidas el día de la Candelaria cruzándolas en el cuello con la mano izquierda, mientras que con la derecha la impones en la cabeza y das la bendición: “Por intercesión de San Blas, Obispo y mártir, el Señor te proteja de toda enfermedad de la garganta y de cualquier otra enfermedad en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, Amén”.

Lectura del santo Evangelio según San Lucas 4, 21-30

En aquel tiempo, comenzó Jesús a decir en la sinagoga:
–Hoy se cumple esta Escritura que acabáis de oír.
Y todos le expresaban su aprobación y se admiraban de las palabras de gracia que salían de sus labios.
Y decían:
–¿No es éste el hijo de José?
Y Jesús les dijo:
–Sin duda me recitaréis aquel refrán: «Médico, cúrate a ti mismo»: haz también aquí en tu tierra lo que hemos oído que has hecho en Cafarnaúm.
Y añadió:
–Os aseguro que ningún profeta es bien mirado en su tierra. Os garantizo que en Israel había muchas viudas en tiempos de Elías, cuando estuvo cerrado el cielo tres años y seis meses y hubo una gran hambre en todo el país; sin embargo, a ninguna de ellas fue enviado Elías más que a una viuda de Sarepta, en el territorio de Sidón. Y muchos leprosos había en Israel en tiempos del Profeta Eliseo, sin embargo, ninguno de ellos fue curado más que Naamán, el sirio.
Al oír esto, todos en la sinagoga se pusieron furiosos y, levantándose, lo empujaron fuera del pueblo hasta un barranco del monte en donde se alzaba su pueblo, con intención de despeñarlo.
Pero Jesús se abrió paso entre ellos y se alejaba.

El evangelio de este domingo, continuación del evangelio del domingo anterior, relata un momento de la vida de Jesús un poco delicado. Hablaba Jesús a sus vecinos y paisanos y ellos se llenaron de rabia y de furia al punto de querer matarle tirándole por un barranco. ¿Qué fue lo que les dijo?
Pues dijo algo que molestó a esas gentes que se tenían por únicas, por los preferidos de Dios, por una casta especial, pero que Jesús les dijo que para Dios todos, y dijo todos somos iguales, incluso los no judíos, esto siempre les enfurecía, los ejemplos que Jesús ponía en su evangelio les sacaba de sus casillas, cuando el leproso que regresó a dar gracias a Dios, que era un extranjero, cuando la mujer samaritana, cuando el buen samaritano que hace todo lo que no hizo ni el hombre de la Ley ni el sacerdote del Templo, etc., etc.
Jesús les dijo que no tenían ningún derecho a excluir a otros pueblos del cariño y la bondad de Dios. Dios nos ama a todos por igual.Esto tenemos que tenerlo bien presentes, pues muchos son los que piensan que Dios, nuestro Dios es nuestro más que de otros de otras iglesias cristianas y ya no decir de otras iglesias no crostianas. Tendemos a querer acaparar a Dios, adueñarnos de Él.
Contra el corazón raquítico y pequeño de los judíos Jesús ofrece un corazón grande y para todos sin excepción, que es el corazón de Dios.

Lo mismo que Jesús padecería persecución, también Jeremías tuvo de soportar, como un anuncio hecho vida de lo que le sucedería a Jesús, esa persecución hecha cercana por aquellos que lo rodeaban, sus propios paisanos.
Con este espíritu de aguante y de fortaleza, ambos, Jeremías primero y Jesús después, son fruto del amor a su propio pueblo y de la entrega generosa por ellos.

Dice la primera lectura: Te nombré profeta de los gentiles.

Te nombré profeta de los gentiles.
Tú cíñete los lomos,
ponte en pie y diles lo que yo te mando.
No les tengas miedo, que si no, yo te meteré miedo de ellos.
Mira: yo te convierto hoy en plaza fuerte,
en columna de hierro, en muralla de bronce,
frente a todo el país:
Frente a los reyes y príncipes de Judá,
frente a los sacerdotes y la gente del campo;
lucharán contra ti, pero no te podrán,
porque yo estoy contigo para librarte,
–oráculo del Señor–.

En esta primera lectura de hoy se nos invita a no tener miedo a la hora de hacer uso de la “garganta” para proclamar al Señor. Aquí enlazamos con la fiesta de San Blas que indicábamos al inicio de este comentario.
 La profecía de Jeremías se puede analiza en dos perspectivas: por un lado, nos muestra al Mesías, el elegido por Dios y que este Dios lo hace invencible.
Y por otra parte, ciertamente, leyendo entre líneas, está dirigida a cada uno de nosotros, que por el Sacramento del Bautismo hemos sido constituidos  Profetas, Sacerdotes y Reyes de la Nueva Alianza de Jesucristo. De esta forma, el miedo está de más a la hora de profetizar, es una invitación clara a ser valientes, arraigados en la Palabra de Dios y decididos a dar a conocer esta Palabra estudiada y trillada en nuestro interior desde la contemplación para poder dar el fruto de lo contemplado como indicara nuestro Padre Santo Domingo de Guzmán a la hora de hacer uso de nuestra predicación valiente para proclamar al Señor.
Pero aquí también tenemos que estar en vigilancia, ya que corremos el peligro de desviar nuestra misión de predicadores de la VERDAD por otros derroteros que distraigan nuestras mentes y nuestros corazones, y podemos salir torpemente predicándonos a nosotros mismos para resaltar nuestro ego o desviar nuestra predicación a cuestiones políticas o económicas que no vienen a cuento y desvían la misión de la proclamación de la Palabra de Dios.
Evidentemente el Pueblo de Dios está sediento de escuchar la Palabra de Dios, y está cansado de escuchar vanas explicaciones que no llenan sus perspectivas ni llenan sus esperanzas. La gente que nos lee o nos escucha son gentes sedientas de la siempre novedosa VERDAD del Evangelio y no acepta de buen grado cualquier solución rápida para salir del paso de cualquier manera sin profundizar en el mensaje que damos en nombre del Señor y representando a la Madre Iglesia.

Tu Palabra es Vida, Señor



Todas estas enseñanzas de la primera lectura y del Evangelio de este domingo están enriquecidas abundantemente con la enseñanza paulina sobre el amor de la segunda lectura, que es tan común escuchar en las bodas y que nunca dejará de sorprendernos esa intensidad del Apóstol en la comprensión del Evangelio de Jesús, y de su vida, ya que ese AMOR tan dado, no es otro que el amor vivido por Jesús, el que aprendió de niño de su Santísima Madre, el que recibió del Eterno Padre y el que Él mismo nos transmitió a cada uno de nosotros ofreciéndonos el perdón y la Redención desde la Cruz de nuestros pecados.
Que grande ha de ser nuestra respuesta en la vida cotidiana si queremos asemejarnos a Él y si queremos que nuestras predicaciones tengan sentido y sean fiables.
 


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