sábado, 24 de octubre de 2015

DOMINGO XXX DEL TIEMPO ORDINARIO. CICLO B.





“JESÚS DIJO AL CIEGO: ANDA, TU FE TE HA CURADO”

Este Evangelio, lo mismo que las otras lecturas y el Salmo nos habla del camino, esa peregrinación del Hombre al encuentro del Señor que sale a recibirnos, sale, se abaja de su cielo para llegar al hombre, liberarlo y así fundirse con él en un cariñoso y paternal abrazo.

Camino el de los deportados que regresan a Israel, el Señor les dará una tierra llana para que no tropiecen, para que regresen y puedan habitar de nuevo en la tierra que Dios dio a sus padres, pero poscausa del pecado y del abandono de la Ley de Dios, el hombre fue condenado a la deportación, pero el Señor los reunirá de nuevo y como vemos en el Salmo, el regreso es un canto de liberación, un canto de alegría porque vamos al encuentro del Señor.

Es también un camino el que nos ofrece el Señor a nosotros, un camino de reconciliación. Tenemos para nuestra liberación y reconciliación un sacramento, el del perdón, que por medio de hombres pecadores, que somos los sacerdotes, comprenderemos a otros pecadores para ofrecerles esa reconciliación con Dios. Todos estamos llamados a buscar el perdón porque todos tenemos el mal en nuestro interior y tenemos que salir de él para vivir en gracia de Dios.

Por último, el Evangelio de Marcos, 10, 46-52, nos presenta toda una catequesis para poder llegar a Jesús. Él, cos sus discípulos también está en Camino, habían salido de Jericó y se dirigían a Jerusalén, al borde del camino estaba el ciego Bartimeo pidiendo limosna. Al enterarse que es Jesús el que pasa grita y grita con insistencia, no hace caso de aquellos que le mandan callar, grita aún más fuerte y el Señor lo llama. Le dicen: levántate, te llama. Soltó el manto, dio un salto y se acercó a Jesús.

Estaba como tantos de nosotros ciego y al borde del camino, envuelto en su manto, en su mundo, en sus miserias, en sus esclavitudes, en sus propios pecados, para llegar a Jesús tenemos que ser libres, desprendernos de lo que nos rodea, de nuestros mantos, de nuestras cosas, de nuestras propias maldades, tenemos que ser LIBRES…

Pero este paso del pecado a la gracia, de nosotros a Jesús, no se realiza sin un esfuerzo, incluso hacernos violencia, ese “dio un salto” es desprenderse de sus escamas de pecado, es liberarse de sí mismo, es querer dejar atrás una vida de ceguera y ver la realidad que Dios presenta al Hombre, es un sacrificio, y un sacrificio no lo es si no hay voluntad, si no hay esfuerzo,

Que seamos capaces de esforzarnos también nosotros y a la luz de la Palabra de Dios que escuchamos este Domingo, podamos tener el coraje y la valentía de buscar ante todo nuestra libertad, la auténtica, eso lo lograremos si examinamos seriamente nuestra conciencia y llegamos a la convicción de ver nuestras cegueras y la necesidad de curarnos, solo el Señor puede curarnos si salimos de nosotros mismos y acudimos confiados a Él que sana y salva.

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