La
verdad es que difícilmente se considera a un profeta como “bueno”, sinceramente
creo que si fuera considerado bueno no sería en verdad tan bueno. Ser profeta
del Antiguo Testamento o profeta del Siglo XXI conlleva decir la verdad, decir
la verdad sabiendo que esta duele, molesta, inquieta.
Desgraciadamente
muchos predicamos para agradar y no para decir verdades que puedan herir
sentimientos.
Que
goces de la proclamación de la
Palabra de Dios este Domingo y no te quejes si el predicador “aprieta
demasiado” las tuercas para renovar nuestra conciencia, hay que purificarse
mucho para que pueda dejar un mensaje claro en cada uno de nosotros.
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