miércoles, 16 de noviembre de 2016

Dos gravísimos pecados que teníamos que tener mucho cuidado con ellos. Se trata de LA MALEDICENCIA Y LA DIFAMACIÓN:


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MALEDICENCIA; Hablar mal de una persona, maldecir, quitar la fama, matar la fama de una persona, decir de alguien el mal que ha obrado. Cuando uno se entera del mal que realiza una  persona lo cristiano es acercarte a esta persona y aconsejarle, corregir con amor y caridad, pero sobre todo NO DIVULGAR la mala acción para no matar la fama de esa persona, hay que confiar en la Misericordia de Dios y esperar con fe que se arrepienta y cambie de conducta, pero hundiendo a la persona, propagando por todas partes sus malas acciones no haces más que echar tierra sobra ella o él y hacer que el arrepentimiento y la corrección sean ya casi casos imposibles. Pues muchos son prontos a hablar mal de alguien, pero en cuanto esa persona se enmienda se callan y no dicen que ya no están obrando el mal.

DIFAMACIÓN: Es la información que se dice en público o se escribe en la prensa o en Internet contra una persona, contra su buen nombre, su fama y su honor. Especialmente cuando esa información que se da es FALSA, es ruin, se hace para dañar, para matar la fama de una persona, para hundir el buen nombre de alguien por pura maldad, por envidia, por rencor, por odio, por venganza.
Tristemente esto se ha convertido en rutinario en nuestros días, hoy desde las redes sociales se dispara el veneno de muchos para dañar por política, por religión, por gustos…

Lo vemos a diario con las mentiras que se publican sobre el Papa Francisco, Que si el Papa ha dicho esto o lo otro y si indagas un poco verás que no es cierto, pero muchos van y lo vuelven a editar, son cómplices y cometen igual pecado que quien difamó primero; quieren que el mal contra un Papa inocente siga corriendo de boca en boca, ¿Qué ganan con esto?, seguir el juego de aquel de quien procede todo el mal, únicamente eso.

Seamos veraces, sinceros, humildes, busquemos siempre el bien, que nos demos cuenta que estos pecados de maledicencia y difamación son incluso peores que la agresión física o incluso el mismo asesinato, pues los dos MATAN, y a quien matan su fama le condenan toda su vida a vivir con su fama rota, deformada. Que Dios tenga misericordia de las personas que así obran, pues su pecado es muy grave.

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