Hoy celebramos el Domingo de la Misericordia, que tanto hincapié hizo en esta celebración el Papa San Juan Pablo Segundo. No es para menos, de su amor, de la Cruz, de su Resurrección nos ha llegado para TODOS la SALVACIÓN, no hay más que tener fe, pedir la fe, buscar la fe, querer aumentar día a día nuestra fe y obrar en la vida en consecuencia.
El Evangelio de hoy nos marca pautas, la respuesta del incrédulo Tomás, ante la realidad de el Misericordioso ha de poner en nuestros labios y en nuestro corazón esa pequeña frase que pronuncia él ante la evidencia de las preciosísimas llagas del Redentor: "JESÚS MÍO Y SEÑOR MÍO".
Que al acercarse nuestra hora, ante el encuentro con el Señor sólamente salga de nuestro corazón esa frase, con eso basta, es toda una confesión de Fe, es todo un CREDO resumido, es la afirmación, que si de verdad brota de nosotros, como a Tomás, su amor, su perdón, su compasión nos dará alas para llegar a las alturas y vivir una eternidad de salvación, sí, Señor mío y Dios mío, que tu divina Misericordia nunca nos falte pues nosotros solos, sin ti, nada podemos hacer. Poco valemos. De ti, de tu precioso corazón traspasado brota esa corriente infinita de MISERICORDIA que nunca se agota y todo los llena, lo rebasa, lo desborda pues no da con medida justa, da hasta saciar y sacia en verdad.
A tu amor infinito, a tu MISERICORDIA acudimos oh Señor Jesús.
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