DOMINGO IV DE CUARESMA. CICLO B.
QUE SE ME PEGUE LA LENGUA AL PALADAR SI NO
ME ACUERDO DE TI.
Vamos caminando por el camino de la Cuaresma, sentimos como
el Señor está con nosotros, nos acompaña, camina a nuestro lado, no en lo alto
de la nube, ni oculto en el lugar santo del Templo, está en el hermano, en el
que camina a nuestro lado, en el que sufre, en el pobre, el marginado, en el
que tiene un corazón humilde, ya que el soberbio se separa, se aleja de Dios,
no se identifica con Él, pues recordemos que hemos sido creados por Dios a su imagen y semejanza. Pero ¿que mueve nuestras vidas, que nos motiva en el
caminar de nuestra vida? Pues no es otra cosa que esa seguridad que nos da el
Señor de sentirnos queridos por Él, amados por Él, elegidos por Él. Lo sabemos
por la certeza que nos da nuestra fe. Esa certeza que sintieron los israelitas
cuando se vieron salvados de la esclavitud, esa certeza que tenemos que sentir
cada uno de nosotros cuando nos sentimos redimidos por Cristo, cuando Él
arranca nuestras vidas de la miseria y del pecado y nos llena de nuevo de su
gracia, de su salvación. Una salvación que en DON es GRATUIDAD, no es mérito
nuestro, no hemos hecho nada para merecerla, Él lo ha hecho TODO por nosotros,
solo tenemos que seguirlo.
Miremos
con fe y devoción ese madero de la
Cruz elevado en lo alto para así atraernos a todos hacia él,
que sepamos acoger esta Cruz en nuestras vidas con paz y con alegría, para que amándola
intensamente NUESTRA VIDA SEA UNA MANIFESTACIÓN DE AGRADECIMIENTO AL AMOR DE
DIOS, ese amor grande, infinito de Dios al hombre, un amor que no escatima
sacrificios, “Tanto amó Dios al mundo, que entregó a su
hijo único, para que no perezca ninguno de los que creen en él, sino que tengan
vida eterna. Porque Dios no mandó su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino
para que el mundo se salve por Él”. Sepamos ser agradecidos, no echemos
en saco roto tanto amor, tanta generosidad, tanta bondad de un Dios que es
Padre amoroso, que es Misericordia, que es amigo del hombre, un Dios que no
escatima nada con tal que nosotros alcancemos la salvación, un Dios que quiere –sí,
la felicidad eterna del hombre- pero también quiere que seamos felices en esta vida, en este mundo; que luchemos y nos esforcemos por esa felicidad, pero que seamos conscientes
que esa felicidad NO SERÁ POSIBLE SI EL HOMBRE DA LA ESPALDA A DIOS. Sin Él no podemos alcanzar nada, el Hombre din Dios va al abismo, a la condenación, se pierde.
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