UN DOMINGO PARA LA UNIDAD:
La Palabra de Dios que
proclamamos este Domingo XVII del tiempo ordinario nos ha de servir para poner
nuestras miras en el Pan Eucarístico, es en la semana el Domingo el día del
Señor, el día que Dios nos da para que acudamos a Él, para que estemos con Él.
Pero no a cualquier precio, no de cualquier manera.
Lo mismo que el Señor, y así nos
lo indica San Pablo en la segunda lectura, quiere que seamos uno con Él, también
quiere entre nosotros un corazón unánime, no que cada uno tiremos para un lado,
que seamos uno en el amar, uno en el obrar, uno a la hora de decir; quiere que seamos realmente
uno como Iglesia, como Comunidad, como FAMILIA de los hijos de Dios. Si entre
nosotros no se da esa unidad, si no somos capaces de luchar por ella, si nos
dejamos arrastrar por las corrientes políticas y del mundo que no hacen otra
cosa que buscar rupturas, divisiones, romper lo que por siglos se ha logrado
unir, entonces poco es nuestro merecimiento ante Dios si somos más mundanos que
espirituales.
Pero esta unidad a la cual nos
llama Dios no es caprichosa, está dirigida al Sacramento Eucarístico que ya
apunta el Evangelio de hoy, es en la iglesia participando de la Misa cuando podemos
manifestar la unidad de la asamblea que juntos buscamos la UNIDAD CON JESÚS, al comulgar
no solamente nos unimos al Señor, también nos unimos entre nosotros y es en
esta unidad, viviéndola y trabajando por ella que hacemos posible el clamor, el
deseo de nuestro Señor Jesús: “Padre, que todos sean uno, como tu y yo somos
UNO”.
No hace falta que seamos
demasiado linces para pensar que en la narración del Evangelio hay algo que no
nos cuadra, estamos hablando de multitud, de hombres nos dicen cinco mil; antes, ahora y luego siempre han sido muchas más las mujeres que han seguido al
Señor que los hombres, eso es así y las cuentas que saquemos han de ser claras.
Por tanto no cinco mil, en realidad hablamos de una multitud.
Si aquí había una multitud que
obligó a Jesús a escaparse al monte para no ser proclamado rey por ellos ¿dónde
estaban todos estos cuando Jesús fue condenado a muerte y conducido con tanta
bajeza hasta el calvario?
La respuesta a esto está en lo
que realmente buscaban de Jesús, como la respuesta de cómo va nuestra vida, de
cómo vivimos nuestra fe, de que categoría de fervientes cristianos tenemos cada
uno de nosotros está en el para qué buscamos a Jesús, para que necesitamos a
Dios, para que acudimos a la
Iglesia.
Los otros porque recibían pan sin
sudar, sin trabajar, sin tener que doblar el lomo, y a esto añadimos eran
curados de sus dolencias, el Señor aún viendo su simpleza sentía lástima de
ellos pues como nos decía el Evangelio del domingo pasado, preámbulo de el de
hoy, “andaban como ovejas sin pastor”. Nosotros también con nuestras simplezas,
con nuestra pobreza espiritual, con nuestras carencias de una auténtica fe acudimos
a Dios para pedir, pedir, pedir. ¿Y dar?. ¿Qué damos?, ¿qué nos pide el Señor a
nosotros?: Nos pide que nos demos nosotros,
nos demos a los demás, que nos demos a la unidad, uno como pueblo y uno con
Dios y Dios con todos.
Que vivamos profundamente nuestra
fe con amor y fervor para que seamos capaces, con la ayuda de todos y por supuesto con la de Dios (Él ya nos ha dicho en su santa Palabra: "Sin mí no sois nada"), lograr esa
unidad a la cual el Señor nos apremia y nos invita. Hagamos caso al Apóstol de
los gentiles, él busca nuestro bien, nuestra salvación.
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