¡DICHOSA TÚ QUE HAS CREÍDO. LO QUE TE HA DICHO EL
SEÑOR SE CUMPLIRÁ!
Pues el Señor ya empieza hoy anunciando por el
profeta Miqueas que de Belén ha de nacer ese “Más que profeta” que gobernará al
“pueblo de Israel”, aquel que pastoreará en pie con la fuerza de Dios, el que
se ha de mostrar grande hasta los confines de la tierra. Es el mismo Señor que
a lo largo de estos domingos de Adviento nos ha ido preparando, nos ha
iluminado con su luz, la LUZ DE
LA PALABRA,
que simbolizado en la luz de la
Corona de Adviento hemos ido encendiendo las cuatro velas
semana tras semana para poder mirarnos hacia dentro y vernos día tras día
vacíos de nuestros pecados, nuestros egoísmos, nuestras miserias, y limpio
nuestro interior todo dispuesto para dejarnos iluminar por esta Palabra que
quiere llenar nuestra vida.
Nuestra vida, como nos indica el autor de la Carta a los Hebreos, 10, no
puede ser otra cosa que un sí constante a Dios, un sí afirmado con esas
palabras: “Aquí estoy, oh Dios, para hacer tu voluntad”. Es esa
disposición del hombre lo que el Señor busca de nosotros, esa disposición que
nos lleve a ese vaciarnos de todo lo superfluo para dejarnos llenar de la Palabra redentora, palabra
salvadora. No quiere otra cosa, no quiere sacrificios tontos, nos quiere a
nosotros, no lo complace la inmolación de un becerro, le complace la inmolación
de nuestros sentimientos, de nuestro corazón ofrecido con amor y por amor, eso
quiete, me quiere a mí, te quiere a ti, quiere a todos, pero muy especialmente
quiere más a aquellos que nadie quiere, que otros desprecian, que otros
rechazan, Él está con el afligido, con el pobre, con el triste, con el que está
solo, abandonado, Él no nos abandona.
Pero te preguntarás: ¿Cómo realizar esto?, Fácil, el
Evangelio te da la respuesta y te la da en la actitud de María, que va aprisa a
la montaña, va como la esclava del Señor, así le contestó al Ángel, va a
servir, a hacer las labores de la casa, pero va también a llevar el calor del
Salvador del Mundo, a llevar el amor de los amores que ya está gestándose en su
purísimas entrañas, y mientras ella saluda y abraza a Isabel los dos niños aún
no nacidos saltan de gozo y se saludan desde las entrañas de sus respectivas
madres. Esa es la respuesta, esa es la misión nuestra, es nuestra encomiendo ir
a servir a quien nos necesite, y es ir a llevar a Cristo a los demás. Pero ojo,
nadie puede dar lo que no tiene, no podemos dar a Cristo si Cristo no está en
nosotros. Tenemos que acogernos a la Misericordia de Dios y más en este año de la Misericordia para que
desde nuestra humildad, desde nuestra pequeñez seamos capaces de transmitir la
obra redentora de aquel que nos ama y nos quiere, quiere tus manos para
acariciar, tus pies para recorrer los caminos hacia las periferias, tu voz para
anunciar la Buena Nueva,
tu amor para compartirlo y hacer creíble lo que anuncias, pues si no anunciamos
la Palabra
con amor no puede ser creíble y eso sería muy triste, hacer un arduo trabajo
para que luego no sirviera para nada por falta del ingrediente principal: el
amor.
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