“Bendito el que
viene en nombre del Señor”
En este domingo damos inicio a la Semana Santa en la
que recordamos los últimos momentos de la vida de Jesús, su pasión, muerte y
resurrección. Nosotros somos la familia de los seguidores de Jesús, y
como tal con esa familia nos reunirnos para revivir juntos la última cena de
Jesús el día de Jueves Santo. Para escuchar su Palabra, su Pasión, orar por la Iglesia y recordar la
muerte de Jesús besando la Cruz
como signo de que acatamos su sacrificio y nos mostramos dóciles a asumir
nuestra cruz el Viernes Santo. Y vivir su gloriosa resurrección, la gran fiesta
madre de todas las demás fiestas en la Vigilia Pascual.
Con ramos y palmas en nuestras
manos aclamamos a Jesús, diciendo: ¡Bendito el que viene en nombre del Señor!,
y le acogemos con la intención de compartir con Él toda la Semana Santa. Toda
nuestra vida. Por desgracia no todos los cristianos vivirán esta Semana
Grande con Cristo, unos porque toman estos días con otros fines, otros porque
se pueden distraer en contemplar solamente lo espectacular que se vive en
ciertas regiones en la calle, las procesiones y actividades relacionadas, pero
no participan de los Cultos que ofrece con tanta riqueza la Iglesia en estos días.
El Papa
Francisco con los hechos y con las palabras nos invita a vivir la religión de
otra manera, de encaminar nuestros pasos por otro camino, de mostrar al mundo
que otro tipo de Iglesia es posible, que tenemos que hacerlo posible. Cristo
es quién nos ha revelado que Dios es un Padre, lleno de ternura y de
misericordia. El Año de la fe que inauguró el Papa Benedicto y ahora continuará
el Papa Francisco es una invitación a una auténtica y renovada conversión al
Señor, conversión de corazón, desde dentro de uno, pues Él es el único Salvador
del mundo. Dios, en el misterio de su muerte y resurrección, ha revelado la
plenitud del Amor que salva y llama a los hombres a la conversión de vida
mediante la remisión de los pecados. La “fe que actúa por el amor se
convierte en un nuevo criterio de pensamiento y de acción que cambia toda la
vida del hombre”.
Por todo
lo dicho, la celebración del domingo de ramos y nuestra confesión de fe, nos
tendría que llevar a dar una verdadera respuesta a la pregunta de Jesús ¿Quien
soy yo? y como Pedro, aunque después lo neguemos, responder: “Tú eres el Mesías”. O afirmar como lo
hizo el centurión y sus hombres: “Realmente
este era Hijo de Dios”.
Nuestra
adoración a Cristo en la Cruz
el Viernes Santo nos ha de poner siempre mirando hacia quienes, cerca o lejos
de nosotros, viven sufriendo. A los crucificados por el paro, por las
injusticias, por el abandono de los políticos, por las desgracias de las
guerras, los odios, las envidias, los rencores. Por aquellos crucificados por
las desgracias naturales, terremotos, huracanes, inundaciones… Este es el
deseo del Papa Francisco para la cristiandad y para el mundo y es el mensaje
del Evangelio de Jesús.
Aprendamos
cada uno de nosotros a rebosar ternura y misericordia en nuestras acciones
cotidianas. “No tengáis miedo a la ternura”, nos recuerda el Papa
Francisco.
El
relato de la Pasión
del Evangelio de Lucas que leemos en este ciclo “C” resalta la confianza en
el Padre y la petición de misericordia para los “que no
saben lo que hacen” para cada uno de nosotros cuando anteponemos nuestros
propios criterios al Evangelio de Jesús o al hermano, o las palabras de
Jesús desde la Cruz
para el buen ladrón “hoy estará conmigo en el Paraíso”, que nos muestran
la gratuidad de nuestra propia redención, de nuestra salvación, ¡Es tan fácil
robarle el corazón a Cristo!, sólo tenemos que CREER EN ËL, manifestarle
nuestra adhesión. “Señor, yo creo, pero aumenta mi fe"
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