viernes, 30 de mayo de 2014

VII Domingo de Pascua - La Ascensión del Señor Ciclo A





 “No os toca a vosotros conocer los tiempos y las fechas”


Lectura de los Hechos de los Apóstoles 1, 1-11

Mientras miraban fijos al cielo, viéndole irse, se les presentaron dos hombres vestidos de blanco, que les dijeron:
–Galileos, ¿qué hacéis ahí plantados mirando al cielo? El mismo Jesús que os ha dejado para subir al cielo, volverá como le habéis visto marcharse.

Lectura de la carta del Apóstol San Pablo a los Efesios 1, 17-23


Y todo lo puso bajo sus pies y lo dio a la Iglesia, como Cabeza, sobre todo. Ella es su cuerpo, plenitud del que lo acaba todo en todo.

Conclusión del santo evangelio según san Mateo 28, 16-20

En aquel tiempo, los once discípulos se fueron a Galilea, al monte que Jesús les había indicado.
Al verlo, ellos se postraron, pero algunos vacilaban.
Acercándose a ellos, Jesús les dijo:
-«Se me ha dado pleno poder en el cielo y en la tierra.
Id y haced discípulos de todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo; y enseñándoles a guardar todo lo que os he mandado.
Y sabed que yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo.»


¿Qué hacéis ahí plantados mirando al cielo? Esa pregunta hecha a aquel pequeño grupo de discípulos del Señor, seguramente él nos la haría a nosotros en muchas ocasiones. ¿Hacia dónde está dirigida nuestra mirada de creyente?, no ha de estar mirando fijamente al cielo, en mirada vertical, aunque de vez en cuando sí tendríamos que dirigir nuestra mirada allí, a lo alto, suplicando fuerza y ayuda para poder mirar con más energía en dirección horizontal, hacia los hermanos, hacia el prójimo, y descubrir en él ese rostro de Dios encarnado principalmente en el más afligido, el que más sufre, el más desechado, despreciado, abandonado. ¡Tantos Cristos vivos a nuestro lado y aún mirando al cielo!.

En la Segunda lectura el Señor nos anima con las Palabras de Pablo, Él es la Cabeza, nosotros su cuerpo, la Iglesia, todo está puesto bajo nuestros píes, como plenitud del que lo acaba todo en todo. El es el Alfa y la Omega, el principio y el fin y ahí está abarcada la humanidad entera, si nos mantenemos unidos a la Cabeza que es Cristo, ya lo dijo el Señor con otras palabras cuando nos contaba que el era la VID y nosotros los SARMIENTOS, el sarmiento sólo da fruto si permanece unido a la vid, también lo dijo más claro: “sin mí no podéis hacer nada”. Por tanto participaremos de la Ascensión del Señor en la medida que estemos unidos, unidos entre nosotros como Cuerpo y unidos a Él que es la Cabeza del Cuerpo, la Iglesia. Esta llamada a la unidad es apremiante, no podemos permanecer impasibles ante tanto desquebrajo en la Iglesia, ante tantas iglesias de Cristo, e incluso ante tanto desunión entre hombres y mujeres que creemos en el Dios de Abrahán, Isaac, Jacob… Cristianos, Judíos Musulmanes que creemos en el mismo Dios Padre y Señor de nuestras vidas.
Ante esta situación personal, comunitaria, eclesial y mundial uno llegaría a la plena desesperación por la impotencia de este mundo nuestro tan roto, dividido, fragmentado, pero el Evangelio de San Mateo nos remite al Artífice de la Unidad, que no somos nosotros, ni nuestros líderes políticos e incluso tampoco nuestros líderes religiosos, es Él, el Paráclito, el Espíritu Santo, el que es capaz de hacer cada día todas las cosas nuevas, distintas, diferentes en nuestro corazón y en el corazón de nuestro mundo, pero para lograr los frutos de Unión tenemos que permanecer fieles y creer, creer en la promesa de Cristo y creer en la acción constante del Espíritu Santo, solamente así seremos ascendidos a la Gloria del Padre.
Por último no olvidemos que el SER cristiano es estar comprometido en la acción del Espíritu y todos, no unos pocos, o los consagrados, todos estamos llamados por el Señor a esta MISIÖS de salvación para el mundo, y nuestra vida ha de ser de auténticos misioneros, en la familia, en el vecindario, en la parroquia, en el lugar de trabajo, donde sea, es más, no donde sea, en todas partes. Y esta labor misionera más que con bonitas palabras tenemos que realizarla con buenas obras, que den testimonio de lo que somos, lo que creemos, en quien creemos y así seamos convincentes.


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