DOMINGO
XXIV DEL TIEMPO ORDINARIO. CICLO C
Un
largo Evangelio que no cansa, Lucas, 15, 1-32.
Escuchamos
en las Misas de este domingo las tres parábolas de la Misericordia , además
con la fuerza que da hacerlo precisamente en este año de la Misericordia. Estas
tres parábolas son la de la oveja perdida, la moneda perdida y el Hijo Pródigo
o el Padre Misericordioso.
Que
ternura la del Señor al hablarnos de la bondad para aquel que se pierde, que
equivoca el camino, que va por malos pasos… él no ve en la persona la maldad,
la persona es la persona y el pecador es esclavo del pecado, quiere solamente ver
al pecador libre de las ataduras que le amarran, se esclavizan, le quitan la
libertad. Nosotros, por desgracia no solemos ser así, vemos al pecador y ya
vemos en él a un diablo, alguien despreciable, falto de principios, de valor,
de interés. Nuestro Padre Santo Domingo suspiraba en ocasiones con grandes
voces en la iglesia, cuando creía que nadie escuchaba: “Que será de los
pobres pecadores”. Esa es la cuestión, rechazar, por supuesto todo
pecado, pero acoger con bondad al pecador. En eso consiste el dejar a las 99
ovejas que ya están convertidas e ir en busca de la perdida, va a por la
persona, va a rescatar a esta persona, a darle a esta persona pecadora la
dignidad que el pecado le ha arrebatado, a quitar esa suciedad del pecado y lavar
su rostro, a hacer del pecador un hombre nuevo.
Es
el mismo caso de aquel que pierde la moneda y al recuperarla hace fiesta y
llama a las vecinas diciendo: “He encontrado mi moneda”, he encontrado la
gracia que por el pecado había perdido, he recuperado lo que antes era y por la
maldad dejé de ser.
También
el mismo tema, aunque magníficamente narrado en la parábola mal llamada del
Hijo Pródigo, que tendríamos que llamar del Padre Misericordioso.
En
esta, además de comprobar todo lo anterior, vemos con claridad la postura del
Padre del Cielo ante nuestra miseria humana, cómo nos da la mano, nos levanta
del barrancal del pecado, nos limpia y pone un traje de fiesta, nos prepara un
banquete y nos acompaña a su lado en la mesa. A nuestra ingratitud, ceguera,
desobediencia Él responde solamente con AMOR, pero no con un amor nuestro estilo, con un amor a su estilo, sí,
al estilo de Dios.
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