martes, 5 de febrero de 2013

DOMINGO V DEL TIEMPO ORDINARIO. Ciclo “C”


Jesús indica a los Apóstoles donde han de lanzar las redes.


Lectura del santo Evangelio según San Lucas 5, 1-11

En aquel tiempo, la gente se agolpaba alrededor de Jesús para oír la Palabra de Dios, estando él a orillas del lago de Genesaret; y vio dos barcas que estaban junto a la orilla: los pescadores habían desembarcado y estaban lavando las redes.
Subió a una de las barcas, la de Simón, y le pidió que la apartara un poco de tierra. Desde la barca, sentado, enseñaba a la gente.
Cuando acabó de hablar, dijo a Simón:
–Rema mar adentro y echad las redes para pescar.
Simón contestó:
–Maestro, nos hemos pasado la noche bregando y no hemos cogido nada; pero, por tu palabra, echaré las redes.
Y, puestos a la obra, hicieron una redada de peces tan grande, que reventaba la red. Hicieron señas a los socios de la otra barca, para que vinieran a echarles una mano. Se acercaron ellos y llenaron las dos barcas, que casi se hundían. Al ver esto, Simón Pedro se arrojó a los pies de Jesús, diciendo:
–Apártate de mí, Señor, que soy un pecador.
Y es que el asombro se había apoderado de él y de los que estaban con él, al ver la redada de peces que habían cogido; y lo mismo les pasaba a Santiago y Juan, hijos de Zebedeo, que eran compañeros de Simón.
Jesús dijo a Simón:
–No temas: desde ahora, serás pescador de hombres.
Ellos sacaron las barcas a tierra y, dejándolo todo, lo siguieron.

En los primeros tiempos del Cristianismo este era su símbolo.


Muchas veces tenemos la sensación de que nuestros trabajos y esfuerzos no sirven para nada, que no dan el resultado que esperamos, pensamos que predicamos en el desierto y no encontramos “tierra bien mullida dispuesta a recibir la simiente para dar el ciento por uno y que en su lugar hay pedregales y zarzales que ahogan nuestra predicación y no la dejan crecer ya que son tantos los afanes de la vida, las preocupaciones de nuestros feligreses, las cargas políticas, sociales, económicas. Etc. etc. Todo lo que realicemos debemos hacerlo con una confianza muy grande en la Palabra, que no es la nuestra, es la Palabra del Señor, y ser conscientes de que lo que nosotros con nuestro esfuerzo, pero limitados por tantas cosas, no podamos lograr, su Gracia nunca dejará de actuar. Él actúa, actúa en ti, predicador, y actúa en ti oyente de la palabra del predicador, y ese actuar de Dios es lo más importante, no queramos hacerlo todo nosotros, que no es nuestro campo el que sembramos, es el suyo, el campo del Señor y por tal razón todos, predicadores y oyentes somos meros trabajadores de su campo. Y al mismo tiempo somos su campo, y por nosotros murió, por amor a la humanidad.

En la primera lectura escuchamos al Profeta Isaías:
 Mira: esto ha tocado tus labios, ha desaparecido tu culpa, está perdonado tu pecado. Entonces escuché la voz del Señor, que decía:– ¿A quién mandaré? ¿Quién irá por mí? Contesté: –Aquí estoy, mándame”.
Esta es, ha de ser la actitud del cristiano, la disponibilidad para el anuncio de la Palabra, no un trabajo vocacional como el del sacerdote, sino más bien un trabajo vivencial, es parte de la vida. Anuncias la palabra con tu vida porque el Señor te llamó por tu nombre antes de crear el mundo y siglos y siglos antes de que nacieras ya pensó en ti, te escogió de entre muchos y te llamó al Bautismo de la Iglesia y te hizo sacerdote, profeta y rey de su nueva Alianza y como tal tienes la responsabilidad de ejercer tu ministerio de anuncio de su Evangelio, con palabras y con hechos, de forma que tu propia vida sea esa manifestación del amor de Dios a la humanidad. Y tu vida un constante mándame Señor, aquí estoy.
En la Segunda lectura San Pablo a los Corintios nos dice:

que Cristo murió por nuestros pecados, según las Escrituras;
que fue sepultado y que resucitó al tercer día, según las Escrituras;
que se le apareció a Cefas y más tarde a los Doce;
después se apareció a más de quinientos hermanos juntos,
la mayoría de los cuales viven todavía, otros han muerto;
después se le apareció a Santiago,
después a todos los Apóstoles;
por último, como a un aborto, se me apareció también a mí.
Porque yo soy el menor de los Apóstoles,
y no soy digno de llamarme apóstol,
porque he perseguido a la Iglesia de Dios.
Pero por la gracia de Dios soy lo que soy
y su gracia no se ha frustrado en mí.
Antes bien, he trabajado más que todos ellos.
Aunque no he sido yo, sino la gracia de Dios conmigo.
Pues bien; tanto ellos como yo esto es lo que predicamos;
esto es lo que habéis creído”.

Hermosa bahía de Santander.

Esto es lo que predicamos; la muerte con persecución de Cristo, pero no una muerte que terminó en un frío sepulcro, y sí en una gloriosa resurrección. Esta predicación apostólica es lo que habéis creído, lo que os ha animado en el camino de vuestra fe, el motivo de vuestra permanencia al lado de un Cristo al cual no habéis visto físicamente, pero que con los ojos de la fe habéis tenido siempre próximo a vosotros su cercanía, su presencia, y que a través del sacramento de la Eucaristía se hace presente y cercano en la humildad ya no de su carne como cuando nació en Belén, sino en la de una sagrada hostia.

Una vez que Jesús ha resucitado se nos ha anunciado el Evangelio, su Evangelio. La carta primera a los Corintios dice que esa proclamación ha sido la razón de aquello que nos ha salvado. El anuncio del Evangelio nos da pautas para vivir nuestra vida, para experimentar nuestra existencia a la luz del Evangelio de Jesús, no podemos vivir la vida los creyentes del mismo estilo y manera que la viven los no creyentes, tiene que notarse una gran diferencia, y el amor ha de ser ese principal distintivo entre nosotros. Cristo murió a causa de nuestra incapacidad para el Amor, si no amamos y amamos de verdad estamos haciendo inútil el sacrificio de Cristo en la Cruz por nosotros, y estamos echando en saco roto toda la predicación paulina y evangélica, es decir: estamos saliendo del camino de Cristo y caminando nuestros propios caminos que nos alejan de Él.

De ahí que la predicación, tiene que ser: “transmisora, generadora y portadora de gracia”.

Pero, una vez más tenemos que insistir en que ha de ser una predicación preparada, vivida, rumiada ante la presencia de Cristo Sacramentado, para que pueda ser fundamento de nuestras vidas y no un mero mitin más parecido a un mitin político que a un sermón, que anima y enciende con facilidad los corazones, pero que cuando salen de la iglesia están tan fríos de nuevo como las mismas piedras del edificio. Como apuntábamos la semana pasada, el lema de santo Domingo es válido no solamente para nosotros los dominicos, sino para todos los predicadores del Evangelio de Jesús: “Contemplad para dar el fruto de lo contemplado” porque ¿si no que damos? ¿Que predicamos? ¡Que transmitimos? Palabras bonitas, pero vacías, si son nuestras, solamente estarán llenas de vida y de gracia si son del Evangelio de Jesús y si nuestra vida es acorde con su Evangelio.

Transmitimos el amor, la confianza, la seguridad que Jesús nos da en su palabra. Generamos confianza en la gente, en la Asamblea, damos seguridades, alejamos las soledades pues predicamos a un Dios cercano al hombre, tan cercano que está en nosotros mismos. Y nuestra palabra, si es de Cristo es portadora de GRACIA y crece nuestro amor a Cristo y nuestro amor común.

Isla de Mauro con su pequeño faro, que en tiempos de gran oleaje las olas cubren toda la isla, Hasta hace unos pocos años en ella vivía el encargado del faro, para que no se apagara, en frente tenemos una escalinata hecha en la roca para subir hasta el faro. No muy lejos, está el gran faro de Santander, en  la punta decabo mayor, lugar escogido durante la guerra civil para despeñar a los sacerdotes y religiosos de Cantabria, foto que veis a continuación.


 

No hay comentarios:

Publicar un comentario