martes, 26 de febrero de 2013

TERCER DOMONGO DE CUARESMA. Ciclo “C”.



Desierto del Sinaí

Hoy, tercer domingo de Cuaresma, es una buena ocasión para pensar en nuestra escala de valores. La primera lectura de este domingo nos habla de los diez mandamientos de Dios entregados a Moisés San Pablo de la sabiduría de la cruz y de las falsas seguridades en nuestros propios criterios. Mientras que el Evangelio nos habla de la paciencia de Dios y del deseo de que cada uno de nosotros demos buenos frutos en Cristo resucitado. En él se dará la nueva y definitiva presencia de Dios entre los hombres y mujeres, presencia que está en medio de cada uno de nosotros para presentar al Padre nuestra acción de gracias.

Lectura del Libro del Exodo:

“…Dijo Dios:
–No te acerques; quítate las sandalias de los pies, pues el sitio que pisas es terreno sagrado…”

”–Yo soy el Dios de tus padres, el Dios de Abrahán, el Dios de Isaac, el Dios de Jacob”.

”–He visto la opresión de mi pueblo en Egipto, he oído sus quejas contra los opresores, me he fijado en sus sufrimientos. Voy a bajar a librarlos de los egipcios, a sacarlos de esta tierra, para llevarlos a una tierra fértil y espaciosa, tierra que mana leche y miel…”

La liberación de la esclavitud egipcia y el pacto con Dios en el Sinaí, hacen de Israel el pueblo escogido. En su nuevo estado recibieron ellos una nueva ley, el Decálogo, que tiene sentido de respuesta, reconocimiento y acción de gracias por la gran intervención salvifica de Dios. Para nosotros como Comunidad de Fe los Mandamientos no han de quedarse como normas de ley, y sí como respuesta de amor a un Dios lleno de ternura hacia la humanidad. Él nos ha liberado definitivamente en Cristo que abrazó la Cruz de nuestros pecados. ¿Qué no tendremos que hacer nosotros como respuesta a tanto amor regalado por Dios?. Ya no se trata de Moises, para cada uno de nosotros Dios se hace presencia. El viene en la persona de Cristo para liberarnos.

Templo de Apolo en CORINTO

De la lectura de la primera carta del Apóstol San Pablo a los Corintios:

“…Por lo tanto, el que se cree seguro, ¡cuidado! no caiga…”

Nadie ha trabajado lo suficiente para tener por sí mismo seguridades. La única seguridad nos viene de Cristo y éste crucificado.
Este es un tema muy espacial para san Pablo. Es el misterio de la cruz de Cristo, misterio que abarca  su muerte y su resurrección. Para nosotros los cristianos comprometidos la cruz es fuerza y sabiduría salvadora para el mundo. Ni es necedad ni es escándalo como era para judíos y griegos. El cristiano no tiene otra seguridad que aquella que le da el mismo Cristo Crucificado.

Higuera

Lectura del santo Evangelio según San Lucas 13, 1-9

En aquella ocasión se presentaron algunos a contar a Jesús lo de los galileos, cuya sangre vertió Pilato con la de los sacrificios que ofrecían. Jesús les contestó:
–¿Pensáis que esos galileos eran más pecadores que los demás galileos, porque acabaron así? Os digo que no; y si no os convertís, todos pereceréis lo mismo. Y aquellos dieciocho que murieron aplastados por la torre de Siloé, ¿pensáis que eran más culpables que los demás habitantes de Jerusalén? Os digo que no. Y si no os convertís, todos pereceréis de la misma manera.
Y les dijo esta parábola:
Uno tenía una higuera plantada en su viña, y fue a buscar fruto en ella, y no lo encontró.
Dijo entonces al viñador:
–Ya ves: tres años llevo viniendo a buscar fruto en esta higuera, y no lo encuentro. Córtala. ¿Para qué va a ocupar terreno en balde?
Pero el viñador contestó:
–Señor, déjala todavía este año; yo cavaré alrededor y le echaré estiércol, a ver si da fruto. Si no, el año que viene la cortarás.

Hermoso Evangelio, Cristo paciente: Jesús nos invita a que cada día seamos mejores. El corazón necesita crecer, agrandarse para dar cabida a los hermanos, esto es hacernos mejores. Algo parecido a lo que ocurre con los árboles frutales, que deben dar buenos frutos, nuevos, abundantes  y ricos en cada temporada.

Pero los que tenemos algún conocimiento del campo hemos visto que el frutal no se planta y se deja esperando a que pase el tiempo para recoger el fruto, precisa de mucha atención y cuidado, de desvelos y sacrificios. 

El fruto no es otra cosa que la consecuencia de tu inversión en el árbol plantado, de tus cuidados y atenciones. Sin estos el frutal termina agotándose sin haber dado nunca buen fruto.

En el Evangelio de hoy aparece la figura encantadora y entrañable de la persona que cultiva y cuida de la huerta, el humilde hortelano, y que ama tanto a cada árbol, que como el buen pastor que conoce a cada una de las ovejas por su nombre, éste, que cuida de los frutales, les dedica su tiempo, atiende, les poda, les limpia, les alimenta.

Este amor al frutal le hce  pedir al dueño de la plantación una nueva oportunidad para aquel que, en los últimos años, fue vago, perezoso  y holgazán, no produjo el fruto que de él se esperaba. Pero, ¿en un caso así que se hace?, ¿Cortarle? Este “encargado” de la plantación, que ha aprendido de la sabia naturaleza a ser paciente, propone que le dedique más esfuerzo, más atenciones, para que pueda tener ramas llenas de fruto el año próximo.

Higuera con fruto

 A cada uno de nosotros el Apóstol Pablo nos recuerda que hemos sido liberados. Que el camino por el desierto es de liberados, sellados con el fuego del Espíritu Santo, bautizados. 

Comemos y bebemos de la roca espiritual que es Cristo, aunque seguimos sin agradar a Dios, sin reconocerle e incluso acordándonos de Egipto. Siguen faltándonos la confianza en los valores creativos y constructores de felicidad. Seguimos mirando hacia el pasado y no nos arriesgamos a hacer una opción fundamental por Cristo y su Iglesia, y muchas veces añoramos, como los judíos esclavos en Egipto las “ollas de carne” de la esclavitud.

El cristiano de hoy tiene que tener las miras bien altas, saber que la vida es una lucha, la misma Iglesia está ya desmitificada, vemos en su seno la urgente necesidad de la constante CONVERSIÓN, desde la Comunidad parroquial más pequeña a las más altas esferas en el Vaticano. Conversión, y fortaleza, para permanecer firmes en la fe y no vacilar por más tormentas que puedan venir. 

Y algo muy urgente en este tiempo concreto, tiempo de grandes y graves cambios en nuestra amada Iglesia: precisamos CONFIANZA, no estamos solos, la Iglesia no es algo sólamente de hombres, Dios está por medio, la fuerza de su Espíritu la anima y la dirige a buen puerto, a puerto seguro.
 Nos dice R. Tagore: “La adhesión a Cristo no es como el inscribirse en un Club, que sólo exige el  comportamiento material de unas condiciones. La adhesión a Jesús supone el encuentro  con la profundidad de uno mismo y el descubrimiento de todo lo que desafina en mi vida. No hay que irse por las ramas, sino al grano, al fruto: al cambio de nosotros desde el  interior y a ser consecuentes, fieles, con este cambio. Estar con esa orientación. No quiere decir haber terminado el trabajo.
Cuando estén afinadas, Maestro mío,
todas las cuerdas de mi vida,
cada vez que Tú las toques
cantarán amor”. 

Un feliz tercer domingo de Cuaresma y un alegre recorrido del camino de vuestro desierto cuaresmal  hacia la conversión, para que así todos podamos llegar a gozar de la Pascua del Señor y vivir cada día la sensación de que nosotros, cada uno, ya participamos de su triunfo sobre la muerte, ya tenemos parte en la resurrección.
Atentamente,
Fr. Francisco E. García, O.P.

Higueras sin brotes

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