Desde el inicio de la Iglesia ha habido
cristianos que se han consagrado totalmente a Dios. Recordamos aquellos que se retiraban al
desierto buscando la paz que solamente Dios pueda dar al corazón del hombre, y
aquellos hombres solitarios poco a poco iban creciendo de discípulos que
motivados por el espíritu de sus maestros daban comienzo a familias religiosas.
Aunque ahora en
algunos lugares de nuestro mundo, como en Europa estemos en crisis y muchos
centros de religiosos y religiosas estemos en peligro de extinción, esta manera
de vivir la vida cristiana existirá siempre en la Iglesia porque la promueve
el Espíritu Santo en el corazón de los hombres y las mujeres. Es una vida de
seguimiento radical de Jesús con la profesión de los consejos evangélicos de
castidad, pobreza y obediencia.
Por eso resulta
triste, muy triste, ver que en la misma Iglesia algunos Pastores no favorezcan,
animen, confirmen en la fe ni quieran a la gran familia religiosa. La Iglesia sin nosotros no habría
llegado a donde ha llegado ni sería lo que es. Prueba de ello la cantidad de
santos canonizados y sin canonizar que vivieron el espíritu del Evangelio desde
la Vida Consagrada
y Contemplativa.
Que no decaiga la
vocación, que no decaiga, por nosotros mismos y por nuestra Iglesia, por la
propagación de la Fe ,
por la extensión del Reino del Señor, por el amor y la paz que ha dejado en
tantos corazones y que aún hoy sigue dejando. Pero que no decaiga el justo
reconocimiento de los que dirigen la
Iglesia a la Familia
Religiosa , el amor que esta gran Familia se merece, el respeto
que con su trabajo y dedicación se ha ganado. Que sigan floreciendo las
vocaciones.
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