La
vida de Santo Domingo de Guzmán es un claro ejemplo del gran amor de un hombre,
que no tiene fronteras para hacer extensible ese amor al mundo entero.
Varón
evangélico, imitador de Jesús en su vida para así poder darlo mejor a conocer.
Si no se vive a Jesús no se puede dar a Jesús a aquellos que están sedientos de
escuchar su Palabra.
Tres
consignas importantes:
1. Contemplar y después enseñar. Hay que adentrarse en el
misterio para dar a la gente un mensaje actualizado de un Dios que se hace
presente en cada tiempo, en cada lugar y en cada persona.
2. Predicar siempre y en todas partes. El predicador no
lo es solamente cuando está predicando,
es predicador cuando se está preparando con el estudio y con la oración, es
predicador siempre.
3. Hablar a la gente siempre de Dios y a Dios hablarle siempre
de la gente. Otros temas no son de interés para la gente, para escuchar de
política no acuden a un templo, tampoco para escuchar de economía, para
escuchar hablar de Dios sí.
Pero,
¡cómo era Santo Domingo?, ¿que se dice de él?: Sobre él y sus vivencias decían
sus compañeros:
“De
día nadie más comunicativo y alegre, de noche nadie más dedicado a la oración y
a la meditación”.
“Consagraba
el día a su prójimo y la noche al Señor”.
“De
carácter alborozado y risueño, tenía gran capacidad de seducción, la alegría
era fiel testimonio de su buena conciencia.
Una
característica del santo era su gran amor a la verdad. La buscaba en el asiduo
contacto con las Sagradas Escrituras, buscando la salvación del prójimo.
Leía
la Biblia
hasta saberla casi de memoria, especialmente el Evangelio de Mateo y las Cartas
de San Pablo.
Un
elemento propio de Santo Domingo y de los Dominicos era el estudio, un estudio
orientado a la búsqueda de Dios para luego poder predicar.
Su
estilo de predicación con los herejes no era el de un inquisidor, sino el de un
dialogo largo y paciente, o la discusión formal y académica esgrimiendo
argumentos, no castigos.
Con
sus frailes tenía una gran delicadeza y afabilidad, aún cuando debía imponer
alguna pena en la orden.
Otro
rasgo fundamental de Santo Domingo era su gran paciencia. Por la penitencia
buscaba unirse a Cristo Crucificado.
Su
penitencia estaba orientada hacia la salvación del prójimo. Así su predicación
se basará en la palabra y en el ejemplo”.
En
nuestro Padre, un rasgo muy propio era la ecuanimidad, era inalterable, a no
ser cuando se turbaba por la compasión y la misericordia hacia el prójimo. Solo
las penas del prójimo quebrantaban su carácter risueño. Los dolores ajenos le
hacían llorar, como también el pensar en sus pecados.
Solía
decir con frecuencia: ¿Qué será de los pobres pecadores? Y oraba constantemente
por ellos y animaba a los hermanos a orar también por ellos.
Su
Espíritu apostólico le llevó a recorrer varias veces Europa, por supuesto a píe,
y en el camino aprovechaba para predicar en las aldeas y ciudades que visitaba,
y para pasar largas jornadas dedicado a la oración y a la meditación de las
Sagradas Escrituras, de los Misterios de la vida de Jesús, intercalando siempre
con jaculatorias a la Santísima Virgen
María de la que ardía en ferviente devoción y cariño. Así surgió el rezo del
Santo Rosario.
En
uno de sus viajes le vino la enfermedad y antes de morir pidió a los Monjes que
le habían dado cariñosa acogida que le llevaran a un convento de sus frailes
para morir rodeado de sus hermanos, quien en esta circunstancia les animaba
diciendo que no lloraran por su muerte, que después de ella les sería de más
utilidad en el cielo, como así ha sido hasta nuestros días.
Como
toda la vida vivió muy pobremente y así se lo enseñó a sus hermanos, a la hora
de la muerte fue enterrado en una humildísima tumba en el cementerio,
posteriormente influenciados por la alta jerarquía de la Iglesia fueron trasladados
sus restos a una nueva tumba dentro del templo, con gran devoción popular donde
se realizaron grandes prodigios y de la caja emanó un dulce perfume de
santidad. Este traslado se realizó un 24 de Mayo y esta fecha la celebra la Orden con gran devoción y
alegría.
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