Contado por el Rvdo. P. Gonzalo
Pérez Lobato, (q.e.d.), testigo fiel de lo que aconteció en Almagro y su
posterior cautiverio en la cárcel Modelo de Madrid y en Valencia (de una parte
de su libro de "las Memorias")
El Padre Gonzalo, que
vivió el dolor del martirio de sus hermanos de Almagro y la angustia y
persecución de su cautiverio posterior al horror de almagro hasta que Valencia
fue tomada por las fuerzas nacionales, de ahí fue obligado a alistarse y pronto
calló abatido hasta llegar a darle por muerto, de puro sufrimiento, y mandado
a su pueblo donde se encontró con su familia, que en sus años de
cautiverio había aumentado en número de hermanos.
PRESOS.
Aquella primera noche nadie pensaba en dormir. Cambio de impresiones con los que habían vivido unas horas separados de nosotros. Es inútil intentar dominar la imaginación. Una idea fija nos atormentaba; el presagio de horas terribles.
Acomodados en colchones como mejor nos fue posible, más se rezaba y se daban opiniones personales que se dormía.
El día 26 de Julio carecemos de todo para vivir. El problema es grave y no admite dilación. Se hacen gestiones con el presidente Amando Valencia. Está muy complaciente: “Tendrán todo lo necesario e incluso pueden seguir celebrando sus cultos religiosos”.
Nuestra vida se organiza, rezo del Oficio Divino, Santa Misa, meditación y Rosario… Los mas jóvenes nos permitíamos ciertos ratos de expansión, juegos de cartas, dominó y hasta se organizaban partidos de pelota en el corral de la casa.
Todas las mañanas nos sacaban a los 14 colegiales al Ateneo Libertario para hacer vales de pan, aceite y otros comestibles para los rojos del pueblo. Siempre íbamos acompañados de algún escopetero rojo.
PRIMERAS VICTIMAS.
Aunque por el momento parece todo bastante tranquilo sin embargo la realidad es muy otra. El P. José Garrido, Fr. Justo Vicente, Fr. Mateo del Prado y el P. Felipe (Franciscano), fiados de las palabras del Sr. Amando, que tan bien está jugando con dos barajas; se deciden a salir el día 29 de julio con dirección a un pueblecito de Toledo, donde tienen unos conocidos. Van provistos de un buen salvoconducto, garantizado con no sé cuantas firmas y sellos del comité de los rojos. Los llevan a la estación del tren en coche. Montan en el tren sin la menor novedad. Mas al llegar a la próxima estación de Miguelturra (Ciudad Real) se presentan los escopeteros encargados de antemano para no dejar escapar tan codiciada presa. Secamente los mandan bajar del vagón. Obedecen sin réplica y sin otra defensa que confesar su profesión de religiosos. Los maltratan de palabra y después pasan a la obra, desahogando toda su rabia en estos inocentes cuerpos. En unos instantes los invictos confesores de la fe volaron al cielo a recibir la palma del martirio.
Para Manzanares salen, este mismo día 29, Fr. Santiago Aparicio, Fr. Paulino Reollo y Fr. Ricardo López. Se dirigen a Linares, pero tampoco llegarán. En la misma estación de Manzanares los detienen y llevan a la cárcel para morir el día 8 de Agosto.
EL EJEMPLO ARRASTRA.
Van pasando los días cada vez más enrarecidos. La suerte de nuestros hermanos que se atrevieron a salir el día 29 de julio era como el preludio de la tormenta que sobre nosotros se cernía.
En Almagro reina el desorden entre los mismos rojos. Existen dos bandos, que ya se odian a muerte, no por sus ideas políticas, más o menos exaltadas, sino simplemente porque unos quieren a toda consta deshacerse de los frailes, y otros, mas reflexivos, buscan algún medio de poderlos librar.
Continuamente llegan camionetas con anarquistas de Puertollano y Almadén que echan en cara a los almagreños su cobardía. Esto les hiere el amor propio tan fuertemente que se deciden a buscar la ocasión más propicia para saciar su odio.
El “amigo Amando” ha hablado con la Dirección General de Seguridad de Madrid, comunicando lo que pasa en Almagro y pidiendo instrucciones de lo que ha de hacer. El 13 de agosto recibe un telegrama que apresura a presentar a los Padres Dominicos, en el cual se decía que estuviéramos preparados para salir el 14 por la mañana. Recuerdo perfectamente la conversación animada que sostuvo con el P. Manuel Fernández Herba y cómo éste se oponía temiendo no fuese todo una patraña. No faltaron promesas por parte del Sr. Amando y del mismo Alcalde. “Esta noche se reformará la guardia y ustedes pueden descansar tranquilos”.
PERPETRACIÓN DEL CRIMEN.
Un tanto confiados por las palabras que nos acababan de decir, nos dispusimos a pasar la noche. Unos dormíamos, otros, quizás presintiendo el momento trágico que se acercaba, no podían conciliar el sueño. Avanzaba la noche envuelta en un silencio sepulcral. De pronto se oyen golpes en la puerta. Nadie respiraba. Arrecian los golpes. El P. Prior, Fr. Ángel Marina, pregunta quiénes eran y qué deseaban. “Abrir pronto” insistían. El P. Prior suplicaba: “Esperen que se haga de día; están todos los pequeños durmiendo”. “Abrid o tiramos las puertas con dinamita”. En vista de tales amenazas, no hubo más remedio que levantarnos y aceptar todo lo que viniera. Reunidos en la galería, el P. Antonio Trancho nos dirigió unas palabras de consuelo y nos dio la absolución. Nos colocamos en dos filas, los pequeños delante… Se abre la puerta. Entran cinco energúmenos. Vienen disfrazados, profieren horribles blasfemias. Amenazan pistola en mano: “Venga los menores de 20 años que pasen al centro del patio”. Se obedece en silencio. “Vusotrus no sus apurís que a estos no les va a pasar na. Los llevaremos al convento, y allí estarán muy bien”.
Entonces surgen unas escenas emocionantes: Rogelio Prieto, el más pequeño de todos, rompe a llorar a voz en grito pidiendo que dejen a su hermano José Prieto con él. Abundio Villamuera hace lo mismo. Sólo les interesaban los “padres gordos”, como ellos decían. Los Estudiantes Filósofos y Teólogos, a excepción de dos, quedaron con los que éramos más jóvenes.
A una indicación de los pistoleros fueron saliendo nuestros hermanos dominicos sin hacer la menor resistencia. El P. Rafael Alberca, franciscano, formaba en el grupo. Silencio absoluto… Fr. José Prieto nos dice: “Vamos a rezar el Rosario por nuestros hermanos”. Nos recogimos en la habitación más apartada, y no bien habíamos empezado a desgranar las primeras cuantas, sonó un tiro. ¿Qué habrá pasado? Un instante y seguimos rezando. ¡Que noche más interminable! Son las tres y media de la mañana, cuando nuevos golpes suenan a la puerta. Aumenta nuestro sobresalto: ¡Dios mío si volverán por nosotros! No asustarse, dice una voz que conocemos. Era el P. Rafael Alberca. Aún no le han dejado los dos milicianos que le acompañaban, cuando lo rodeamos, preguntando con ansiedad por nuestros hermanos dominicos. Venía excitadísimo, blanco como una pared, sin apenas articular palabra. “Preparad los ornamentos para decir la Santa Misa por nuestros mártires”. En una de las habitaciones se acomodó una mesa que sirvió de altar y a los pocos minutos comenzaba aquella misa… que a todos nos parecía una visión celestial. ¡Que momentos más grandes aquellos! Seguíamos paso a paso el sacrificio incruento que acompaña al sacrificio cruento de nuestros Dominicos mártires.
Se acerca la Sagrada Comunión. El P. Rafael Alberca nos daba la sensación de hallarse arrebatado en el más íntimo de los éxtasis. Estaba con nosotros y estaba con nuestros hermanos mártires; los veía claramente, se le presentaban atados de dos en dos, camino del martirio. Los seguía con el pensamiento… y los envidiaba. “CONFITEOR DEO”. “Unas palabras mis queridos hermanos… más que un ancianito parecía un ángel. Las lágrimas eran nuestro desahogo… nos habla de los momentos tan aciagos que ha pasado… “Yo, -nos dice-, me iba preparando para el martirio pero sentía en mi interior algo que me decía no había de morir…” “Caminaba un poquito alejado de los demás, pues me costaba mucho el andar, cuando me preguntan unos pistoleros, al parecer los jefes: ¿Usted no es de estos? No señor, yo soy del convento de San Francisco. Bueno, pues usted no puede venir con estos. Venga, dos de vosotros llevad a este hombre a la casa donde estaba”. Seguía hablando el P. Rafael Alberca. Nuestros mártires dominicos era, su continua obsesión” Ya es bastante la sangre derramada, yo tengo cierta convicción interior, que ya no habrá más victimas entre nosotros…” Y volvía a representárselos maniatados de dos en dos y cercados de muchísimos escopeteros. Llegan a la plaza de toros pasan la vía férrea y desaparecieron…
Terminamos la Santa Misa y volvemos a preguntarle por los más insignificantes pormenores. ¿Cuál fue la causa del primer tiro al abandonar la casa? “No sé, contestaba el P. Rafael Alberca, yo creo que era la señal convenida, porque al momento nos vimos rodeados por multitud de escopeteros, que afluían de todas las esquinas.
El resto de la noche, que se hacía eterna, lo pasamos recordando a nuestros hermanos. Por fin ha venido el día. Nueva llamada a la puerta. Esta vez es el Sr. Amando. Viene muy compungido. Nos quiere hacer creer que está ajeno a lo que ha pasado. Se disculpa, dice buenas palabras, pero caían en el más completo vacío. ¡Son tantas las que nos viene haciendo, que ya nadie lo cree! Con una desvergüenza que rayaba en cinismo, llega a decir que teníamos nosotros la culpa… Se cansó de dar razones y de justificarse ante nosotros y se fue… Son las nueve de la mañana, cuando se presenta a darnos órdenes. “Preparad todas las cosas para el viaje; que están al llegar los camiones de la Guardia de Asalto de Madrid”.
Suenan las doce, ruido de camiones que llegan a la casa. “Venga, ir saliendo”. En la puerta estaba el “bueno” de Amando: “dejad todos los equipajes, y entregadme el dinero porque os lo van a quitar en el camino”. Nosotros tan simplones, caíamos en la trampa como pajarillos. Nos daba –haciendo un alarde de generosidad- cinco pesetas; a algunos cuatro para los gastos del viaje… y se quedaba tan contento.
La calle estaba abarrotada de gente. Las “dignísimas” autoridades del pueblo querían dar pruebas de una caballerosidad que no era otra cosa que puro fingimiento. El mismo Alcalde nos dijo que mandaría a buscar los cadáveres para trasladarlos al cementerio. En él han reposado hasta el 28 de febrero de l946, en cuya fecha fueron solemnemente depositados en un riquísimo monumento construido en una de las paredes laterales de nuestra iglesia. Y los restos desolados de aquella floreciente Comunidad partimos para Madrid. Aún se derramaría nueva sangre y habría nuevos mártires.
No hay comentarios:
Publicar un comentario