El día de mi ordenación, bendiciendo a Monseñor Negrón. |
El tiempo pasa rápido, por algún motivo de
esos raros que como un enredo se manifiesta en el cerebro parece que fue ayer,
bueno, tanto como ayer no, pero tampoco tanto tiempo transcurrido.
Aquel 17 de Mayo de 1987 era todo un
acontecimiento y una fiesta en la
Parroquia de Nuestra Señora del Carmen, del pueblo de Cataño,
pintoresco y situado frente a la
Bahía de San Juan, con el famoso e impresionante Castillo del
Morro saludándote siempre que dirigías la mirada al horizonte.
La Parroquia del Carmen era una
Comunidad pobre, teníamos algunos “Caserios” recintos marginales donde había
mucha pobreza, delincuencia, droga y mucha gente también buena, y jóvenes como
joyas despuntando entre tanto vicio por su apego al estudio y su deseo de
superación para salir de ahí y buscar una vida más digna, una vida mejor.
Pobres pero honrados, sí. Contaba la Parroquia con una
feligresía honrada y piadosa que desde distintas asociaciones como la Legión de María, El Nombre
de Jesús o Santo Nombre –tradición de la Orden-, las Diaconías con sus respectivos
Diáconos permanentes y sus grupos de Ministros Extraordinarios de la Comunión avivaban la fe,
la fraternidad y la convivencia ordenada y pacífica para no ser atrapada por el
caos de los que militaban en cantidades de sectas y luego perdían el sentido de
permanencia quedando en una pobreza espiritual sin parangón.
Pero entre todo aquello bello que tenía esa
Parroquia donde yo por seis meses había trabajado pastoralmente en mi diaconado
y brillaba con luz propia eran dos grupos particularmente: El grupo de Acólitos
y el Grupo de Jóvenes.
La
Pascua
juvenil de cada año era una experiencia religiosa, la vivencia de la Fe, el ánimo de los jóvenes,
los cantos, la alegría, el llenar la
Iglesia sin dejar espacio para nadie más en los bancos
centrales del templo, todo era presagio de un futuro prometedor y comprometido
para desarrollar el presbiterado con alegría y con esperanza.
Desde la distancia física y del tiempo mi
recuerdo agradecido al P. Provincial de Holanda, al P. Vicente van Rooiig,
entonces Vicario de los Dominicos de Holanda, Al P. Carlos también holandés que
me enseñó la verdadera liturgia, no de los libros y sí de muchos años de
práctica, al querido Prior del Convento, puertorriqueño, el P. Valeco lleno de
bondad y de sabiduría escondida pero que afloraba como la primavera si te
acercabas a él, al P. León, que murió al poco de llegar yo y que de él heredé
todo lo necesario para administrar los sacramentos a los enfermos y celebrar
fuera de la Parroquia.
A esa fecha habían llegado a Puerto Rico ya
mis padres y mi hermano Andrés, y desde Guatemala mi tío Mario, sacerdote
misionero que me acompañaron esos días prebios y posteriores, en el amplio
recorrido de “Primeras Misas” que fueron muchas, en Cataño la primera, luego
otras dos “Primera Misa” en el Monasterio de las Madres Dominicas de Utuado,
que anteriormente durante 7 días me habían dado, maravillosamente ellas, los
Ejercicios Espirituales previos a la Ordenación.
Y por último resultando ser la más numerosa la Primera Misa en Yauco, con el
P. Basilio y los frailes de esa bella Comunidad de Dominicos españoles que
nunca olvidaré. Terminadas estas “primeras Misas” ya con mis padres vine a
España, para celebrar una Primera Misa en mi pueblo de Ormas, el Domingo de
Pentecostés de ese año lleno de gracia y de ilusiones.
Y aunque fuera el Cardenal Luís Aponte
Martínez quien me diera las licencias, de la Ordenación se encargó
Monseñor Hermín Negrón Santana, Obispo Auxiliar de San Juan, -tanto el Cardenal
Aponte como Monseñor Negrón han fallecido ya- quien fuera el que anteriormente
me diera los Ministerios y posteriormente me ordenara de Diácono. Mi
agradecimiento a este hombre sencillo, humilde, de campo procedía, y así, como
la gente de campo vivió su vocación con cariño para todos y con dedicación
constante. En la celebración, al final, antes de la Bendición mandó salir a
decir unas palabras a unos cuantos, representando a la Orden, al Consejo de la Parroquia, al Grupo de
jóvenes y a la familia, sacó a mi madre que agarrada al micro habló claro y
bien y fue ampliamente aplaudida.
En Ormas, en la primera Misa en España, acompañado de los Párrocos de los pueblos del Valle. |
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