El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna
Lectura del libro del Deuteronomio 8,2-3.14b-16a:
“No te olvides del
Señor, tu Dios, que te sacó de Egipto, de la esclavitud, que te hizo recorrer
aquel desierto inmenso y terrible, con dragones y alacranes, un sequedal sin
una gota de agua, que sacó agua para ti de una roca de pedernal; que te
alimentó en el desierto con un maná que no conocían tus padres”.
Lectura de la primera carta del apóstol san Pablo a los Corintios 10,16-17:
El cáliz de la bendición que bendecimos, ¿no es comunión con
la sangre de Cristo? Y el pan que partimos, ¿no es comunión con el cuerpo de
Cristo? El pan es uno, y así nosotros, aunque somos muchos, formamos un solo
cuerpo, porque comemos todos del mismo pan.
Lectura del santo evangelio según san Juan 6,51-58:
En aquel tiempo, dijo Jesús a los judíos: «Yo soy el pan
vivo que ha bajado del cielo; el que coma de este pan vivirá para siempre. Y el
pan que yo daré es mi carne para la vida del mundo.»
Disputaban los judíos entre sí: «¿Cómo puede éste darnos a comer su carne?»
Entonces Jesús les dijo: «Os aseguro que si no coméis la carne del Hijo del hombre y no bebéis su sangre, no tenéis vida en vosotros. El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna y yo lo resucitaré en el último día. Mi carne es verdadera comida y mi sangre es verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre habita en mí y yo en él. El Padre que vive me ha enviado, y yo vivo por el Padre; del mismo modo, el que me come vivirá por mí. Éste es el pan que ha bajado del cielo: no como el de vuestros padres, que lo comieron y murieron; el que come este pan vivirá para siempre.»
Disputaban los judíos entre sí: «¿Cómo puede éste darnos a comer su carne?»
Entonces Jesús les dijo: «Os aseguro que si no coméis la carne del Hijo del hombre y no bebéis su sangre, no tenéis vida en vosotros. El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna y yo lo resucitaré en el último día. Mi carne es verdadera comida y mi sangre es verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre habita en mí y yo en él. El Padre que vive me ha enviado, y yo vivo por el Padre; del mismo modo, el que me come vivirá por mí. Éste es el pan que ha bajado del cielo: no como el de vuestros padres, que lo comieron y murieron; el que come este pan vivirá para siempre.»
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COMENTARIO A LAS LECTURAS:
En
la 1ª lectura: El camino es una prueba para el pueblo de Dios y ha de ser
también una prueba para nosotros. Todos de una manera o de otra hemos vivido
nuestro éxodo, tenemos nuestra experiencia de desierto, hemos caminado nuestro
camino con penurias y calamidades. La cuestión es ¿como vemos la meta?. Una
cosa es cierta, esa tierra prometida la encontraremos en lo más profundo de
nuestro ser, de nuestro corazón y también en el ser de la Comunidad, de la
asamblea, la familia, la Iglesia. Allí
donde hay dos o tres que se reúnen en mi nombre…
En
la 2ª lectura: Esta vía de Camino del Éxodo converge en el centro de nuestra
vida de FE. Ya no nos alimenta el maná, Es el mismo Cristo quien nos ofrece su
cuerpo y su sangre como comida de salvación. Al comulgar nos unimos a él, él
está en nosotros, pero también nos unimos entre nosotros, es la “común” –
“unión”. Es un lenguaje agresivo, fuerte, firme y nosotros hemos de asumirlo,
no salimos de la misa como entramos, ni mucho menos, salimos “saciados”, hemos
sido alimentados, es más, sobrealimentados con el “PAN” de la Palabra y el PAN de la Eucaristía. Es
por tanto la Eucaristía
nuestro signo más claro de unidad, de amor, de generosidad. Lo que hace Cristo
por nosotros lo tenemos que hacer nosotros con el hermano, lo mismo que él se
da por ti y por mí nos obliga a darnos nosotros por lo demás con ese amor y ese
desprendimiento de uno mismo por amor.
En
el Evangelio Marcos nos reafirma las palabras que hemos escuchado de Pablo:
Jesús es el nuevo maná que nos da vida y vida eterna, es, junto a los otros Sacramentos
aquel resorte de agua viva que nos lanza hasta la vida eterna. Él es el Pan de
Vida, el pan que da la vida, con este pan Jesús establece con el hombre un
nuevo camino, una nueva alianza que nos conducirá hasta la eternidad con Dios,
nos unirá con Dios Padre. Tenemos que estar unidos a Cristo por su Cuerpo –y en
su Cuerpo- y su Sangre y esta unión con
Cristo nos une al Padre, así todos desde la diversidad de pueblos, lenguas y
naciones seremos UNO en Dios.
Este
Evangelio nos lleva a la Última Cena, y de esta Cena no olvidemos nunca el
comienzo en aquella sala de Jerusalén, lavó los píes de los discípulos.
Nosotros viviremos el Espíritu Eucarístico siempre y cuando asimilemos esta
unión entre servir y comulgar. El comulgar para llenarse uno no se da en el
Cristianismo, la Comunión
es para el bien de la
Comunidad, es para el bien personal en la medida que te
entregas a los otros, especialmente a aquellos que están abandonados, en la
periferia, los apartados del mundo, los excluidos.
PANGE
LINGUA:
Canta, oh lengua,
el misterio del cuerpo
glorioso
y de la Sangre preciosa
que el Rey de las
naciones
Fruto de un vientre
generoso
derramó en rescate del
mundo.
Nos fue dado,
nos nació de una Virgen
sin mancha;
y después de pasar su
vida en el mundo,
una vez propagada la
semilla de su palabra,
Terminó el tiempo de su
destierro
Dando una admirable
disposición.
En la noche de la Última
Cena,
Sentado a la mesa con
sus hermanos,
Después de observar
plenamente
La ley sobre la comida
legal,
se da con sus propias
manos
Como alimento para los
doce.
El Verbo encarnado, pan
verdadero,
lo convierte con su
palabra en su carne,
y el vino puro se
convierte en la sangre de Cristo.
Y aunque fallan los
sentidos,
Solo la fe es suficiente
para fortalecer el
corazón en la verdad.
Veneremos, pues,
Postrados tan grande
Sacramento;
y la antigua imagen ceda
el lugar
al nuevo rito;
la fe reemplace
La incapacidad de los
sentidos.
Al Padre y al Hijo
sean dadas alabanza y
gloria,
Fortaleza, honor,
poder y bendición;
una gloria igual sea dada
a
aquel que de uno y de
otro procede.
Amén.
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