¡Ay
del alma en la que no habita Cristo!
Así como en otro tiempo Dios, irritado contra los
judíos, entregó a Jerusalén a la afrenta de sus enemigos, y sus adversarios los
sometieron, de modo que ya no quedaron en ella ni fiestas ni sacrificios, así
también ahora, airado contra el alma que quebranta sus mandatos, la entrega en
poder de los mismos enemigos que la han seducido hasta afearla.
Y, del mismo modo que una casa , si no habita en
ella su dueño, se cubre de tinieblas, de ignorancia y de afrenta, y se llena de
suciedad y de inmundicia, así también el alma, privada de su Señor y de la
presencia gozosa de sus ángeles, se llena de las tinieblas del pecado, de la
fealdad de las pasiones y de toda clase de ignominia.
¡Ay del camino por el que nadie transita y en el que
no se oye ninguna voz humana!, porque se convierte en asilo de animales, ¡Ay
del alma por la que no transita el Señor ni ahuyenta de ella con su voz a las
bestias espirituales de la maldad! ¡Ay de la casa en la que no habita su dueño!
¡Ay de la tierra privada de colono que la cultive! ¡Ay de la nave privada de
piloto!, porque, embestida por las olas y tempestades del mar, acaba por
naufragar!. ¡Ay del alma que no lleva en sí al verdadero piloto, Cristo!,
porque, puesta en un despiadado mar de tinieblas, sacudida por las olas de sus
pasiones y embestida por los espíritus malignos como por una tempestad
invernal, terminará en el naufragio.
¡Ay del alma privada del cultivo diligente de
Cristo, que es quien le hace producir los buenos frutos del Espíritu!, porque,
hallándose abandonada, llena de espinos y de abrojos, en vez de producir fruto,
acaba en la hoguera. ¡Ay del alma en la que no habita Cristo, su Señor!, porque,
al hallarse abandonada y llena de la fetidez de sus pasiones, se convierte en
hospedaje de todos los vicios.
Del mismo modo que el colono, cuando se dispone a
cultivar la tierra, necesita los instrumentos y vestiduras apropiadas, así
también Cristo, el Rey celestial y verdadero agricultor, al venir a la
humanidad desolada por el pecado, habiéndose revestido de un cuerpo humano y
llevando como instrumento la cruz, cultivó el alma abandonada, arrancó de ella
los espinos y los abrojos de los malos espíritus, quitó la cizaña del pecado y
arrojó al fuego toda la hierba mala; y, habiéndola así trabajado
incansablemente con el madero de la cruz, plantó en ella el huerto hermosísimo
del Espíritu, huerto que produce para Dios, su Señor, un fruto suavísimo y gratísimo.
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