¡Levantad la cabeza porque ha llegado vuestra
liberación!
Comenzamos
un nuevo ciclo litúrgico, el hecho de comenzar algo siempre es motivo de alegría,
de afianzarnos en la esperanza, y tenemos motivo para ello, ya que el Adviento
nos inicia en todo un año lleno de etapas y momentos que marcarán nuestro
caminar como cristianos en este recorrido litúrgico que va a la par del
recorrido de nuestra vida, del peregrinaje de nuestra vida, y en este peregrinaje
hemos de necesitar “marcar” con profundo acento algunos momentos que nos impactan,
nos alegran, nos emocionan.
Este
caminar del Adviento nos prepara concretamente para vivir y celebrar –con profundo
acento cristiano- la Navidad,
por tanto es tiempo de vivir con profundidad ese caminar nuestro por el
adviento hacia el Misterio de la
Encarnación y el caminar del Señor que también viene hacia
nosotros, viene a nuestro encuentro, es el tema de los cantos de esta época: “Ven,
ven, Señor, no tardes, ven, ven que te esperamos…” o ese otro que dice: “llegará
con la luz la esperada libertad”.
Es
el anuncio de Jeremías que nos confirma la buena Palabra dada a la casa de
Israel y a la casa de Judá, brotará un vástago que traerá la justicia y la paz
a la tierra, no para un pueblo, vendrá para todos, para toda la tierra, pues a
toda la tierra alcanza su pregón y hasta los límites del orbe llegará su
lenguaje. Él se llamará “Yahveh: Justicia nuestra”.
En
las tres líneas que escucharemos en la segunda lectura de San Pablo a los
Tesalonicenses escucharemos lo esencial, el mensaje resumido pero a la vez lo
suficientemente claro, que hemos de crecer y progresar en el amor, es la
voluntad de aquel que nos amó hasta el extremo, que se dio totalmente por todos
nosotros y que nos anima en la
Eucaristía a renunciar a nuestros pecados y egoísmos para
avivar el amor de nuestro corazón, un amor siempre creciendo hacia Dios y un
amor creciendo también hacia el prójimo.
En
cuanto al Evangelio, lo mismo que lo escuchado hace dos domingos, nos habla de
esas señales del cielo y en la tierra que nos hablarán de la venida eminente
del Hijo de Dios para juzgar al mundo. Quizás tengamos que estar más atentos a
estas señales, no para ver si viene ya o aún tarda en llegar, estar más atentos
para ver si estas señales nos indican que nosotros estamos aún muy lejos de ver
a Jesús en el hermano, en el que nos necesita, en el que sufre…, si no somos
capaces de ver aquí y ahora el rostro de Dios en el hermano dudo mucho que
seamos capaces de ver esas señales de las que nos habla el Evangelio para saber
cuando viene el Señor. Dichosos nosotros si cuando venga nos encuentra “distraídos”
porque estamos demasiado atareados en atender los dolores y los sufrimientos de
los que padecen, si nos sorprende ese día en la tarea de socorrer, amar y
amparar a aquellos que nos rodean. Me imagino que Él aguardará a que terminemos
la jornada, sin distraernos, pues se complacerá en esa bondadosa “distracción”.
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